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ADELA CELORIO

La calle fue hasta mediados del siglo XX el ámbito natural de los hombres. Ahí se encontraron y se asociaron para hacer las leyes, los negocios y la política.

¿Por qué un sexo es tan adinerado y tan pobre el otro? — Virginia Wolf

<> Ese es un fragmento de novela Efectos Secundarios, de Rosa Beltrán, edición de Random House. Ahora le doy la voz a otras letras de penetrante lucidez: “Hace siglos que las mujeres han servido de espejos dotados de la virtud mágica y deliciosa de reflejar la figura del hombre dos veces agrandada. Sin ese poder, el planeta sería todavía ciénaga y selva”. Eso se encuentre en Un Cuarto Propio de Virginia Wolf. Por último: “... a las mujeres que disponen de su cuerpo las llaman putas, a las que disponen de sus ideas las llaman locas, y a las que disponen de su alma las llaman brujas…”, descripción disponible en El fuego de la Libertad de Manuel Pinomontano.

Son filosas, amargas aseveraciones. Sin embargo, se parecen mucho a la verdad. La mujer encerrada y con la pata quebrada. La calle fue hasta mediados del siglo XX el ámbito natural de los hombres. Ahí se encontraron y se asociaron para hacer las leyes, los negocios y la política. Ahí acordaron impedir el acceso de las mujeres a las universidades y al trabajo remunerado. Solo en caso de contar con un marido generoso, la esposa recibía una pequeña cantidad “para sus alfileres”. Después de una larga lucha iniciada por las sufragistas, y apenas a mediados del siglo XX, se nos reconoció el derecho de votar. Fue hasta el momento en que conseguimos ganar un salario y ser autosuficientes, que pudimos levantar la voz. Hasta entonces el dinero y el poder habían sido cosa de hombres y lo usaron para someternos. De ahí la impotencia, la resignación y el silencio ante los abusos y las agresiones. Siglos de burlas y humillaciones para quienes se atrevieron a denunciar. Frustración y lágrimas que ahora, como una chispa entre la paja seca, han iniciado el incendio. No lo vamos a apagar. Seguirá ardiendo para quemar socialmente a los hombres que han abusado del poder para cometer las llamadas “conductas inapropiadas” que son, en realidad, comportamientos de primates, de brutos, elementales y jijos… ¡Yo también! Uno mi voz al griterío. ¡Ya basta! Que los denuncien, los avergüencen y los marginen. Que a mí me gustan los hombres, ya lo he dicho aquí. Me gusta su fuerza, su olor y hasta su temperatura. Me gusta el cortejo y la inminencia de romance que ofrece la compañía masculina. Nunca -debo reconocerlo- he padecido en mi persona a los primates; pero comparto el enojo y la rabia de quienes lo han sufrido y espero que los delincuentes paguen por ello. Una sociedad saludable no se puede permitir intocables ante la ley y la justicia. Me parece pertinente recordar aquí que el movimiento feminista nunca ha pretendido poner a las mujeres contra los hombres. Tampoco se ha dicho que hombres y mujeres seamos iguales. ¡Dios nos guarde! Lo que exigimos las feministas es el reconocimiento de que todos los seres humanos nacemos con la misma dignidad y los mismos derechos. Que quede bien claro: nos negamos a seguir permitiendo que los primates nos inviten a su infierno.

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