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Pereza mata lujuria

La inercia que no se levanta

Foto: Archivo Siglo Nuevo

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REDACCIÓN S. N.

También se le llama 'inercia sexual' y se manifiesta en los planos más cercanos, en situaciones mullidas y en apariencia favorables: tendidos en el lecho, a un movimiento de iniciar el rito.

Sucede en las etapas maduras de la vida, aunque eso no significa que no pueda ocurrir a otras edades. El hombre o la mujer deja de sentir ganas de hacer el amor. Es una mezcla de falta de energía y de interés, una pereza. Y no, no se ha acabado la inclinación sentimental hacia la pareja, simplemente el motor no marcha.

Examinar la cuestión no hace sino confirmar el cambio: si antes se disfrutaba de la intimidad, ahora se posee la certeza de que podría pasar una larga temporada sin contacto íntimo y nada sería distinto. Algunas personas llegan a acostumbrarse a la idea de mantener apagadas las zonas erógenas.

No es un problema presente sólo en un lado de la relación. Muchas parejas reconocen haber perdido la chispa dirigida a acometer el acto erótico, las acciones tendientes a demostrar la pasión y explorar el deleite de la persona a nuestro lado. La tentativa ya no hace resonar los gongs de la emoción y el erotismo.

Es un tipo de pereza delicado, también se le llama 'inercia sexual' y se manifiesta en los planos más cercanos, en situaciones mullidas y en apariencia favorables: tendidos en el lecho, a un movimiento de iniciar el rito.

La ausencia de cuerpo presente da lugar, para empezar, a discusiones y distanciamiento. Otros resultados conducen a problemas de autoestima, a mal humor constante. Así arribamos al momento en que se vuelve indispensable tomar decisiones. Una puede ser buscar ayuda, acudir a un terapeuta.

APLAZADOS

El deseo ocupa un lugar esencial en el comportamiento sexual, en él se deposita el origen del resto de elementos, procesos y productos. Sin la libido activa en la antesala del lúbrico juego, desarrollar la excitación se torna complicado, no se diga alcanzar el orgasmo.

La lista de factores que bloquean el flujo de carga erotizante casi siempre viene encabezada con la frase 'complejidades de la vida' o enunciados similares. Las situaciones del día a día, tareas cuyas demandas de atención, trabajo, esfuerzo, y demás refuerzan el agotamiento, llevan a aplazar el encuentro amoroso hasta una fecha indeterminada, es decir, cuando haya más fuerza, más disposición.

En la decisión interviene una visión optimista de las cosas. Por lo general, puestos ante la oportunidad de tener relaciones, se espera un funcionamiento óptimo e inmediato. Es una postura algo idealista, sobre todo si se han tenido experiencias carnales poco satisfactorias o dolorosas. Ese bagaje contribuye a anestesiar la vehemencia.

Como el intercambio sensual requiere energía, tiempo y dedicación, el cansancio se vuelve una razón de peso a la hora de rechazar la invitación a copular.

Las preocupaciones son capaces de mandar al sexo a un segundo o tercer plano. Aparecen los momentos estresantes y la idea del febril ayuntamiento desaparece. No es que no se quiera, algunas personas no otorgan al acto sexual propiedades auxiliares en la lucha contra el estrés. En este renglón debe advertirse lo siguiente: la inercia llega a constituirse en otro foco de estrés si a un individuo le preocupa la idea de no complacer a su pareja.

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El último escenario se vincula con una baja autoestima y sus manifestaciones incluyen que uno de los dos no se siente merecedor de gozar del trance o se considere poco atractivo o desconocedor en materia de sexo.

La maternidad, junto a los cambios físicos y emocionales ligados, lleva a modificar las prioridades de la mujer y produce una variación en su reloj biológico (la adaptación a las necesidades del nuevo ser).

Fallecimientos en la familia, ser despedido del trabajo, una mudanza, son más situaciones cuyos efectos merman la libido.

Más factores son las secuelas de abuso sexual (conlleva la dificultad para confiar en otra persona y el sexo se puede convertir en algo desagradable) o bien enfermedades que producen trastornos de la personalidad o desajustes hormonales. El consumo crónico de alcohol o drogas también llega a fomentar la pereza sensual.

SOLUCIONES

La pérdida del interés pues, no es un acontecimiento azaroso o espontáneo sino el resultado de un proceso en el que influyen las interacciones con el entorno.

Si la cita sensual se posterga en demasía y las razones son el cansancio y las preocupaciones, una solución básica es diseñar un plan de relajación, una atmósfera íntima pasada por un baño con agua caliente, velas aromáticas, música tranquila.

Que el deseo estuviera encendido no era resultado de alguna alineación cósmica o evento casual, las dinámicas al interior de la pareja mantenían abierta la puerta a las relaciones. Recobrar el placer perdido puede ser cuestión de quererlo y hacer un esfuerzo personal en ese sentido.

Una señal de alerta es el aburrimiento. Su presencia representa un declive de la libido. Combatirlo requiere saber qué es lo que pide el cuerpo, identificar contextos capaces de influir, de buen modo, en la excitación y los despertadores de la acción. A la par de la disposición al encuentro, se recomiendan las actividades excitantes, por ejemplo, bailar, o esencialmente conjuntas, salir a dar un paseo o acudir a un espectáculo, para tender puentes, hablar sobre lo hecho y retomar el hábito de compartir. Comunicarse es un paso esencial a la hora de poner manos a la obra y recuperar el ejercicio amoroso.

No está de más buscar novedades e introducirlas en la rutina: usar lencería, recurrir a la literatura erótica o abrir el álbum de las fantasías.

La inercia sexual se rige por una ley de la física: un cuerpo en reposo permanece así a menos que una fuerza externa actúe. De ahí se desprende la necesidad de que uno de los dos tome las riendas y corrija el rumbo.

Un riesgo inherente a la pereza carnal es confundir una simple mala costumbre, la falta de sexo, con algo más profundo.

No obstante, siempre es bueno saber identificar en qué lugar se ubica la relación. En ocasiones, algunas parejas se convierten en excelentes amigos y nada más. Conservan el estatus de compañeros, o de confidentes, pero sin el deseo de conectar en la intimidad.

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