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In Memoriam

Recuerdo. Padre Luis González Luna y Morfín SJ y doña Olga de Juambelz y Horcasitas, que en paz descansen, captados durante la inauguración de CELSA Impresos en junio de 2006. (ARCHIVO)

Recuerdo. Padre Luis González Luna y Morfín SJ y doña Olga de Juambelz y Horcasitas, que en paz descansen, captados durante la inauguración de CELSA Impresos en junio de 2006. (ARCHIVO)

PATRICIA GONZÁLEZ-KARG

Luis el de la sonrisa franca, ¡Olga y tú en completa complicidad!

Dos seres irrepetibles que iluminan mi vida, y lo digo en presente, porque están conmigo. Y no sólo en mí, también en todos los que compartimos momentos luminosos, alegres, dolorosos. Jesuita por vocación, hombre coherente, congruente, amoroso y empático. Que practicaba a rajatabla las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. ¿Y sabes? tú me enseñaste que la caridad es amor. Que el amor no tiene límites, que no juzga, y da sin esperar nada a cambio.

Tú, mi maestro de Teología, a quien Beatriz y yo elegimos hace casi cincuenta años. Éramos alumnas de preparatoria que no gozábamos del privilegio de asistir a tus clases que eran para las alumnas del curso vespertino de Normal. Decidimos pedir permiso y quedarnos en el colegio para poder estar en tus clases. Ahí empezó nuestra historia.

Al terminar el curso, las estudiantes de Normal debían ir a trabajar en algún pueblecito pobre y terroso del Estado de México, con la madre superiora y contigo, por supuesto. Sin la preparación necesaria para dar instrucción religiosa, nos aceptaste en el grupo y partimos en tu Volkswagen. Fue un privilegio no irnos en el camión con todas las demás.

Al llegar al pueblo, nos ofrecieron dos casas para alojarnos; una estaba vacía, lo que implicaba dormir en el suelo con nuestros sacos. Tenía un esquema de patio, una hermosa fuente, y de letrina ni se diga, era un pequeño hoyo en el jardín. La otra era "moderna", regadera privada, jícara y facilidades dignas para la madre superiora y nuestro Maestro. Yo quería estar lo más lejos posible de la autoridad que representaba a mi escuela.

Pero quería estar cerca de ti, de tu sabiduría, humildad, y de tu amor por los demás. Recuerdo cuando me tocó un grupo de niños para platicarles algo que tenía que ver con la Semana Santa, y me puse a jugar con ellos fútbol, les hacía analogías con lo que representaba estar cerca del Señor, con el placer de meter un gol. Pasaste, me escuchaste, te persignaste y nos diste la bendición, así que seguimos jugando esperando meter otro gol. Ése eras tú, puro amor.

Cuando llegaste a Torreón y conociste a mi abuelo Don Antonio de Juambelz le preguntaste si yo era algo suyo, y ya en confianza le relataste tu recuerdo de aquella joven aventurera que fue contigo a aquel pueblecito y que durante una semana estuvo sin pasar al "baño" formalmente, y que enseñaba jugando fútbol.

Y como una historia de amor que tuvo una gran pausa, te enamoraste de mis paisanos los laguneros, y por supuesto de mi madre, que se convirtió en tu cómplice de travesuras. Contigo ella compartió todo, fuiste ese amigo que siempre buscó, inteligente, desinteresado y generoso como ella, a quien contó todos sus secretos, aún los más dolorosos, sus inquietudes, historias de vida, y proyectos.

Llegaste a juntar piedras y fundaste la Ibero, fuiste viceprovincial de la orden y recibiste medallas con gran humildad. Pero también asistías a los más desamparados, a los "malos" y con Alejandra Haces Gil asistías a la cárcel a visitar a aquéllos que dicen "no creer en Dios".

Con Tere Murillo te lanzaste a la difícil tarea de orientar a los jóvenes acerca de su futura vida matrimonial. Rompiste tabúes, practicaste la caridad, y el perdón a flor de piel.

Luis querido: tuve el privilegio de estar contigo unas horas antes de tu partida. Te vi rosadito, con las piernas torpes, pero de una blancura angelical. Te dije que nos debías una comida rociada de ese alcohol medicinal, que tan bien nos hacía cuando estábamos juntos, que invitaría a tus güeras, a Beatriz, y si hacía falta a Sofía Loren también.

Me fui deseando y creyendo en un milagro, pero tú ya estabas en manos de Dios.

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Escrito en: Luis González Luna y Morfín

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