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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Virtud de escritor bueno es no decir las cosas como son. Para decir las cosas como son están los reporteros de periódico, los estadígrafos y los notarios públicos. El escritor no debe retratar la realidad: debe crear una realidad nueva; inventar su propia realidad. Lo hizo Cervantes; lo hizo Shakespeare; lo hicieron Flaubert y Maupassant, Tolstoi y Dostoievski, García Márquez, Rulfo y Borges. En el teatro vive muy visiblemente esa realidad irreal. El teatro no es imitación de la vida: es vida propia; es su propia vida. Cuando Manolo Jiménez Salinas, gobernador hoy de Coahuila, fue alcalde de Saltillo, me pidió que redactara algunos textos a fin de inscribirlos en placas que se colocarían en sitios emblemáticos de la ciudad. Para la que se puso en el monumento al matachín escribí esto: “Danza, danzante, con el corazón, que cada paso tuyo es oración”. Dice la destinada a la Alameda: “Aquí todos tenemos biografía. Si la Alameda de Saltillo hablara, ¡cuántas cosas, Señor, se callaría!”. Y la que está en el pórtico del Teatro “García Carrillo” avisa: “Por esta puerta se entra a la vida del teatro. Por esta puerta se sale al teatro de la vida”. Digo esto después de leer la noticia de que el Seminario de Cultura Mexicana otorgó la Medalla “José Vasconcelos” a Luis de Tavira, hombre de teatro. Merecido reconocimiento, ciertamente. El Seminario es una prestigiosa institución, y don Luis un extraordinario director, actor, dramaturgo y maestro que ha dedicado su vida a ese hermoso arte, difícil profesión, que es el teatro. Emulando el Anch’io sono pittore me enorgullezco en decir que yo también fui actor. En mi juventud, cuando me bebía la vida como si fuera vino -ahora me bebo el vino como si fuera la vida-, subí incontables veces al palco escénico, según la expresión usada en aquel tiempo. Manuel Machado -autor teatral también al alimón con su más conocido hermano, Antonio- dijo alguna vez que más que poeta habría preferido ser un buen banderillero. A mí me habría gustado correr la legua, como la carreta de Lorca, como los cómicos queretanos de Gutiérrez Vega. Tuve que conformarme con ser lo que soy. Mejor dicho, con ser lo que no soy. Pero eso no me impide admirar a los que han sido lo que quisieron ser. Le expreso entonces mi admiración a Luis de Tavira, y aplaudo -con ambas manos, para mayor efecto- a quienes reconocieron su vida y su obra: vida de buen actor, obra magnífica de teatro. Doña Lavinia se enteró, desconsolada, de que su marido andaba en consorcio de libídine con Petra, Juana y varias. Le reclamó, llorosa: “Al pie del ara prometiste que me amarías y me serías fiel toda la vida”. “Es cierto -reconoció el infame-. Pero es que no pensé que ibas a vivir tanto”. Tres rancheros subían por la cuesta a lomo de sus burros. Caminando tras ellos iban sus esposas. Una mujer de la ciudad vio eso y les dijo con citadina indignación a las campesinas: “¡Qué desconsiderados son sus maridos! ¡Ellos en burro, y ustedes a pie!”. Replicó una: “Preferimos que sean eso que usted dice, y no que estén cansados hoy en la noche”. Un voto por Morena es un voto contra México. El granjero le permitió al peregrino que pasara la noche en su casa. Acostado ya en el lecho el visitante advirtió que la puerta de su habitación se abría, y a la luz de una candela contempló las esculturales formas de la joven y hermosa hija del granjero. En voz muy baja le preguntó la moza: “¿Tiene usted sitio en la cama?”. “¡Sí, sí!” -exclamó con emoción el hombre al tiempo que se hacía a la orilla del lecho, “Qué bueno -se alegró la moza-, porque acaba de llegar otro peregrino”. FIN.

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