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'La tierra no da para vivir'

Servicios. Una pequeña indígena se aprecia en uno de los cuartos de adobe donde las familias viven hacinadas; aunque sus moradas tienen piso, carecen de los servicios básicos.

Servicios. Una pequeña indígena se aprecia en uno de los cuartos de adobe donde las familias viven hacinadas; aunque sus moradas tienen piso, carecen de los servicios básicos.

AGENCIAS

La vivienda de Miguel Díaz está incrustada en lo alto del cerro, a un kilómetro de la entrada de Chiepetepec. El camino es de tierra seca y por éste deambulan perros, puercos y burros, perezosos, famélicos, con aspecto de enfermos. "Aquí no hay de qué vivir, comemos todo el año frijoles, tortillas y chile, a veces tenemos para otra cosa, pero eso es lo que comemos", comenta el jornalero migrante, y lo reiteran sus vecinos, quienes también, cada año, dejan el pueblo en busca de trabajo.

Analfabeta, de 36 años de edad, Miguel salió desde los 11 años de su comunidad para trabajar en tierras ajenas, entonces viajaba a Morelos. "Ya casado me iba con la esposa y los hijos", comenta y añade: "luego ya me fui solo para que los hijos estudiaran, uno va a terminar la secundaria este año, será el primero", dice orgulloso.

Miguel es el principal proveedor de una familia de 14 miembros: su esposa, seis hijos y sus padres, además, su hermana Aurelia y los tres hijos de ésta.

Moreno, rechoncho, platica que Aurelia trabajaba en Morelos con su esposo y tres hijos. "Allá se pisca ejote y tras llenar costales de 70 kilos, lo llevas en la camioneta ante los capataces".

"En uno de los viajes se volcó la camioneta y murió el marido de Aurelia, a mi hermana no le dieron nada, trajo el cuerpo a Tlapa y regresó a trabajar, pese al duelo y a que estaba embarazada. Luego, le dije que se viniera para la casa con sus tres hijos, por eso somos 14".

El jornalero trabajará nueve meses en Baja California Sur, no estará en "la graduación" de su hijo, que terminará la secundaria, pero, ya dejó indicaciones para que se haga una gran fiesta y se invite a los periodistas.

Esa será su mayor satisfacción, ya que sabe que regresará como se fue; sin dinero. "Al regreso no traeré dinero, apenas junte algo lo voy a ir girando a mi madre para que ella lo acomode entre todos".

De huaraches y sombrero tipo texano, que constantemente se levanta para acomodar su cabello, añade que él puede trabajar como albañil, pero nadie lo contrata "y a veces te dan el trabajo, pero no te pagan, los ingenieros que son de Acapulco o Chilpancingo se van y ya luego a dónde los hallas".

Miguel no lo dice, pero este año se anotará otro logro; organizó el viaje a El Vizcaíno, en Mulegé, Baja California Sur, y por ello recibirá dos mil pesos, una fortuna para la gente que vive en Chiepetepec, comunidad del municipio de Tlapa de Comonfort, a 1779 metros sobre el nivel del mar.

 CARENCIAS A GRANEL

Los jornaleros de La Montaña carecen de todo lo material, en cambio, sobreabundan en pobreza e ignorancia. Viven hacinados en cuartos de adobe, oscuros, sin muebles, de unos cuatro metros de ancho por siete de largo. Gracias al programa Piso Firme tienen piso de cemento, aunque no cuentan con servicios.

La cocina es un cuarto separado, con las paredes negras, porque se cocina con leña.

Los Índices de Marginación por Entidad Federativa y Municipio de 2010, del Consejo Nacional de Población (Conapo), indican que en Guerrero 16.8% de la población de 15 o más años es analfabeta y que 31.6% no terminó la primaria. En cuanto a la deserción escolar, mientras la media nacional es de 32%, en Guerrero 40% de estudiantes no terminan sus estudios.

De igual forma, los datos de Conapo establecen que el 19.6% de los habitantes de Guerrero ocupa viviendas sin drenaje ni sanitario; 4.4% reside en viviendas sin energía eléctrica; 29.8% no tiene agua entubada; 50.2% ocupa viviendas en condiciones de hacinamiento; 19.6% habita en viviendas con piso de tierra; 49.7% vive en localidades con menos de 5 mil habitantes; y 54.9% de la población ocupada gana hasta dos salarios mínimos.

 ARTESANOS SIN MERCADO

"En Chiepetepec somos amantekatl (artesanos en náhuatl), tejemos sombreros de palma, te tardas más de una hora en hacerlos, pero es difícil que los compren y sólo le ganas dos o tres pesos a cada uno", comenta Eloísa, antes de viajar a El Vizcaíno con su esposo y tres hijos, de 10 y 8 años, así como un bebé de seis meses.

La mujer delgada, de rostro cubierto por el paño, viste pantalón de mezclilla y playera. Dice que "parece" que tiene 26 años, no sabe con certeza cuántos. Ella nunca fue a la escuela y tampoco sus hijos, "para qué, cuando regresamos ya no los aceptan en la escuela de aquí".

Eloísa Cervantes y Mario Casales, su esposo, un hombre encorvado, con la piel pegada a los huesos y la mirada esquiva, nunca han trabajado en Guerrero, siempre han sido jornaleros en otras entidades.

Platica que lo que ganan lo van gastando en los hijos y traen algo para los meses que están en casa.

Eloísa vive con sus suegros y tres cuñados, a diferencia de otras familias, ésta no siembra, porque todos se van a trabajar a la "pisca".

 ASPIRACIONES DE UN ADOLESCENTE

Con un "piercing" en la oreja derecha, pantalones ajustados en color azul cielo y una cachucha con la figura de una calavera, Francisco Casales, de 17 años, afirma que en Vizcaíno llena 100 cajas de fresa al día, lo que equivale a ganar mil 500 pesos diarios.

Es analfabeta, no conoce el nombre del Presidente de México, tampoco el del edil de Tlapa. Éste, es el tercer año que trabaja en Baja California y dice que le gustaría ahorrar para un carro y tener una casa. Confía en que sus sueños los hará realidad trabajando como jornalero.

Cuando está en el pueblo sólo se dedica a "juntarse con los amigos", que visten como él y también viajan a "California". Los padres de Francisco son monolingües y jornaleros migrantes.

 NO LES PAGAN LO JUSTO

"Nos vamos porque somos milpixki (campesinos) y aquí, la tierra no da para vivir, para los gastos de nuestros hijos, el litro de maíz o frijol te lo quieren pagar a cinco o cuatro pesos", señala Diego Ramírez, de 42 años, padre de siete hijos.

De mirada triste y manos recubiertas por una corteza de callos, platica que es de Zapotitlán Tablas, al este de Chilpancingo, comunidad declarada zona de desastre tras el paso de la tormenta tropical "Manuel".

Es la primera vez que viaja "tan lejos" y lo hace con sus hijos Israel de 15 años y Erika de 16, esta última tiene la ilusión de juntar dinero para estudiar la preparatoria.

Ellos sólo llegarán a Pesquieira, Sonora, "porque allá está mi hermano", dice Diego.

Un par de semanas trabajarán en el "raleo" de las uvas y como la temporada ya va a terminar, buscarán que los empleen en otros ranchos.

Del grupo de 43 jornaleros que viajan al norte del país, sólo Erika tiene el deseo de estudiar, los demás, que son la mayoría, trabajan para vivir y viven para trabajar.

El ciclo difícilmente será roto, porque el sector de jornaleros agrícolas de la región Montaña es uno de los menos atendidos, tanto por las autoridades gubernamentales, como por los organismos internacionales; son una población invisible, documenta el Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan, organización que promueve la plena vigencia de los derechos fundamentales en México.

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Escrito en: Campo Pobreza

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