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Mujeres

Diálogo

YAMIL DARWICH

Seguramente el siglo XXI será el de la reivindicación de la mujer llevándola al plano humano que le corresponde: de igualdad ante los varones.

Ya en otros diálogos hemos escrito sobre la gran deuda que tenemos todos los varones con la mujer y que es tiempo que la vayamos saldando.

Ella es creadora por excelencia; fuerza de reproducción y cuidados hasta lograr el crecimiento y desarrollo de sus crías y familiares; demás, la persona intelectual que poco reconocemos o la compañera de labores que se esfuerza al igual y en ocasiones más que su pareja.

Mucho le debemos y estamos en deuda con ella, quien apoyada en sus fortalezas y particularidades, con su esfuerzo, poco a poco, va ocupando el lugar que históricamente le hemos escamoteado.

Cuando analizamos el sentido de los vocablos encontramos en ellas -desde nuestros orígenes- la esencia de la humanidad. Soporte de la vida y la naturaleza, ambas palabras con la letra "a" enunciando su género y su capacidad creadora.

Primero hubo diosas, como Asera de los cananeos, Astarté versión de israelitas; la Isis egipcia o la misma María de los cristianos. En algún momento de la historia las demeritaron y bajaron del pedestal de deidades para dejarlas como simples "mujeres".

Consideradas en el mejor de los casos máquinas reproductoras o como prostitutas, como a la misma Astarté, que de diosa del amor -la mayor expresión humana- la rebajaron a simple imagen sexual; ni qué decir de María Magdalena, quien de hembra educada pasó a ser ejemplo de prostitución.

Ahora, en pleno siglo XXI, empiezan a luchar y posicionarse entre los varones líderes y es común encontrar presidentas de estados, legisladoras de peso, profesionistas de éxito o ejecutivas de alto nivel; de hecho, van desplazando a los hombres que luchan por sostenerse en los puesto altos del poder, aun a expensas de un machismo sofisticado.

Algunas, las muy dañadas, conscientes del cambio de la actitud humana en la conciencia y el comportamiento, tratan de dar provocar el bandazo creando un falso feminismo que pretende destruir más que crear; eliminar y no compartir lícitamente con el varón el liderazgo en países y empresas; intentan demeritar la presencia de los hombres y hasta querer ocupar sus lugares en el proceso reproductivo y de persistencia de la especie. Ese tampoco es el camino.

Los hombres -en su correcta interpretación de la palabra- vamos aprendiendo, poco a poco, a entender a nuestras compañeras: compartir retos, éxitos y fracasos, aceptar su presencia en la construcción de la pareja y el futuro familiar; reconocer el valor que ella representa para la consecución del fin último de la vida: la felicidad, a partir de la realización conjunta.

Cierto que los varones vamos lento, tal vez por nuestra naturaleza hosca y el aprendizaje cultural de muchos siglos, que nos impiden despojarnos de lo último del machismo aprendido. Sin embargo, ahora deberemos enfrentar un nuevo reto: la sofisticada manipulación de la sexualidad.

En este mundo de la sensualidad, del sentir más que promover, de apoderarse y no obtener lícitamente; cuando se ha vuelto más importante hacer para tener que ser para crecer, la mujer es utilizada por los mal intencionados tratando de controlar al mundo.

Déjeme explicarle la idea.

Hoy día la mercadotecnia con sus procesos, -que nos inducen a consumir, necesitémoslo o no, ha encontrado en la mujer un gran argumento para vender. Para ello no duda en despersonalizarla, utilizándola como imagen deseada, desvirtuando sus particularidades hasta transformarlas en lo que ellos mismos han construido como concepto de belleza. Y de paso vender.

Así, la someten a dietas estrictas que amenazan gravemente a su salud -algunas hasta morir por anorexia-; sometidas a cirugías radicales para agrandar o reducir senos, caderas, muslos, pómulos y todo aquello que sea necesario modificar y se asemeja la imagen ideal vendida.

Cautivas, son obligadas a entregar buena parte de sus ingresos en comprar ropa de moda; maquillajes, cremas, lociones reductivas, hidratantes y/o rejuvenecedoras; tintes, decolorantes o colorantes para el pelo y depiladores, según cada caso; y mil supuestas maravillas que les harán cambiar de apariencia hasta parecerse a la modelo de la revista o la imagen de la publicidad expuesta en calles, pasquines, anuncios de televisión y cuanto medio masivo sea útil para promoverles la transformación de imagen, condicionándolas para el engaño. Finalmente, a pesar del esfuerzo, las negras no serán rubias, ni las blancas morenas apiñonadas.

En el camino la despersonalización, entre más se parezcan unas a otras menos serán ellas mismas; más manipulables, sin sus particularidades, valores humanos e identidad propia.

Mucho les debemos para el cambio, ahora busquemos ayudarnos para descubrir el nuevo engaño en que muchos hemos caído, si verdaderamente deseamos un mundo diferente al que cada vez nos es más difícil vivir. ¿Qué opina?

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