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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Eglogia, muchacha campesina, acudió a la consulta del doctor Wetnose, afamado ginecólogo de la ciudad. "Doctor -le dijo apesarada-, ya llevo un año y medio de casada, y no he tenido hijo". "Eso puede tener solución -le indicó el facultativo al tiempo que se disponía a examinarla-. Desvístase y acuéstese aquí". "Como usté mande, doctorcito -respondió Eglogia al tiempo que empezaba a desatar las cintas de su zagalejo-. Pero, la verdá, me habría gustado más que el hijo fuera de mi esposo"... Cornalino trabajaba -hablo en sentido figurado- en una dependencia burocrática. Todos los días el jefe salía de la oficina a las 12 del mediodía en punto, y no regresaba sino hasta cerca de las 2 de la tarde. Los empleados no tardaron en darse cuenta de eso, y tan pronto salía el hombre se iban a un bar que estaba cerca a tomarse una copita, y volvían a su trabajo poco antes del regreso del jefe. Cierto día Cornalino decidió ir a su casa en vez de ir a la cantina con sus compañeros. Cuando llegó al domicilio conyugal vio algo que lo dejó sin habla: su mujer estaba en la alcoba refocilándose cumplidamente con un hombre. ¡Y el hombre era su jefe! Cornalino cerró despacio la puerta de la alcoba, salió de la casa caminando de puntillas y regresó rápidamente a la oficina. Al día siguiente salió el jefe, como de costumbre, y los compañeros de Cornalino se dispusieron a salir también. Le preguntaron, pues seguía trabajando en su escritorio: "¿Hoy no vas con nosotros?". "¡Ni de broma! -respondió él-. ¡Ayer por poco me pesca el jefe!"... El juez de lo familiar se dirigió con severidad a don Frustracio, el marido de doña Frigidia: "Su esposa lo acusa de haberle propinado una fuerte bofetada en el momento mismo del acto conyugal. ¿Es usted uno de esos degenerados que necesitan de la violencia para sentir satisfacción sexual?". "No, señor juez" respondió tímidamente don Frustracio. Preguntó el juzgador frunciendo el ceño y todo lo demás que los juzgadores deben fruncir en el desempeño de su alta responsabilidad: "Si no es usted practicante del sadismo, como asegura, entonces ¿por qué le dio esa cachetada a su mujer en el curso del acto del amor?". Contestó don Frustracio: "Es que pensé que estaba muerta, señor juez"... Este año será el de las letras chiquitas. Quiero decir que en el 2014 deberán ser promulgadas las leyes y reglamentos a los cuales se sujetará la aplicación de las diversas reformas hechas durante el año que pasó. En esa legislación secundaria suelen muchas veces naufragar las buenas intenciones. Lo que hace un legislador otro puede frenarlo o posponerlo indefinidamente con un mero artículo transitorio. Son las trampas de la Ley; el sí pero no del derecho; las añagazas de que se puede valer un leguleyo para torcer el sentido de una norma, o desvirtuarla. La buena intención ha presidido las reformas hechas. Esa misma intención buena debe presidir ahora la elaboración de las leyes secundarias, y su reglamentación. De otra manera los celebrados cambios quedarán -otra vez- en el eterno limbo de las buenas intenciones. No estamos, pues, en el principio del fin. Estamos apenas en el fin del principio. Y ya no digo más, porque esto último no lo entendí, y menos le voy a entender si le sigo... Rupestro, fornido mocetón que vivía en una granja, llegó a la edad en que sintió el acoso del urticante instinto natural. Un cierto amigo suyo lo llevó a una casa de mala nota en la ciudad, a fin de que se estrenara en las cosas de la sexualidad. El inductor le dijo a la madama que Rupestro era novato en esos menesteres. La mujer tranquilizó al principiante. "No tendrás ningún problema, guapo -le dijo-. La Naturaleza te guiará como hizo con Dafnis en la linda novelita de Longo. Pero asegúrate bien de usar preservativo". "¿Qué es eso?" -preguntó Rupestro, inquieto. La madama le mostró uno y le dijo: "Observa: así se usa". Y a modo de ejemplo se lo colocó en un dedo. Luego le dio otro al debutante. Terminado el trance la mujer que estuvo con Rupestro le dijo preocupada: "Creo que se rompió el condón". "No -le contesta él con una gran sonrisa-. Está como nuevo". Y le mostró el artilugio, que llevaba enrollado en un dedo... FIN.

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