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Purépechas 'pegan' con piñatas en EU

CONOZCA A LOS MAYORES IMPORTADORES DE PIñATAS

Labor.  En la ciudad fronteriza de Tijuana, familias purépechas de Michoacán trabajan a su ritmo y horario, por lo que ganan según la cantidad de piñatas que elaboren.

Labor. En la ciudad fronteriza de Tijuana, familias purépechas de Michoacán trabajan a su ritmo y horario, por lo que ganan según la cantidad de piñatas que elaboren.

AGENCIAS

A la orilla del lago, decenas de barcas surcan con pescadores de sombreros trenzados. Pega el viento y éste menea las pequeñas canoas que llevan redes de mariposa; apresurados, reman los janitzienses desde antes de que foguee el sol. En lo alto del lago de Pátzcuaro, Michoacán, se erige Janitzio, pueblo Purépecha.

La isla, donde viven más de 2 mil habitantes, hoy comienza a convertirse en un recuerdo borroso: casi 3 mil kilómetros separan Janitzio de 300 familias purépechas, que ante un futuro desolador, decidieron emprender el paso para el norte, a Tijuana, siempre añorando el regreso.

"Nos dedicábamos a la pesca de charal y trucha. Era un trabajo muy pesado, queríamos buscar otras oportunidades", platica Lázaro Guzmán, originario de la isla y quien hace décadas soñaba con convertirse en maestro.

Recuerda que un día vio una fotografía de Tijuana; le pareció muy bonita, llena de luces. "Era finales de los ochenta y escuchamos que un pariente andaba por acá, agarramos un camión y no lo pensamos".

Lázaro cuenta que en esa década llegaron las primeras familias de Janitzio a Baja California; la pobreza y la falta de oportunidades en Michoacán obligaron a pescadores y artesanos a convertirse en vendedores de cigarrillos en las calles y cantinas del centro de Tijuana.

"Fue a un estadounidense a quien en aquel entonces se le ocurrió que los artesanos podrían elaborar piñatas, podría enseñarlos y las primeras familias purépechas se encargarían del diseño", artesanos de nacimiento su nueva labor no se les dificultaría, relata.

Desde ese entonces, unas 300 familias del pueblo purépecha han migrado a Tijuana y se han convertido en empresarios: son unos de los mayores importadores mexicanos de piñatas tradicionales a ciudades como Los Ángeles y San Francisco, en Estados Unidos.

El éxodo en el pueblo comenzó primero con un par de familias, a principios de los noventa eran unas cincuenta y en la actualidad hay ya más de mil purépechas; se establecieron en La Constitución, una colonia del municipio de Rosarito, que queda a una media hora de la garita de Tijuana.

"Anteriormente, el trabajo era pura barrita, pero a partir de la labor de la gente de Janitzio se hacen todo tipo de piñatas; primero eran pequeñas, pero a través de los años empezamos a invitar a otros parientes, nos trajimos a nuestras familias para que trabajaran en la fabricación de piñatas", explica.

 DE PESCADOR A PIñATERO Para Lázaro Guzmán aprender a diseñar los modelos, empapelar, picar el papel y vestir una piñata no fue tan difícil, sólo le tomó tres días. Acompañado por su esposa, desarrollaron un método para elaborar hasta 150 piñatas semanalmente. "Yo trabajaba y me metí a estudiar programador analítico".

Gracias a las piñatas ha logrado sostener a una familia de siete hijos y terminar su carrera; Lázaro aún no sabe si en Janitzio habría tenido la misma oportunidad.

Para los pescadores el cambio fue difícil: en Janitzio había que levantarse a las cuatro de la mañana para ir a pescar, pero cinco horas después terminaba el trabajo; en la elaboración de piñatas, las jornadas se han extendido hasta 24 horas y la producción determina cuánto ganas.

"Todo fue difícil; extrañas convivir con la familia, la comida. Ésta se convierte en una nueva etapa, viviendo solo el cambio, el ambiente es muy diferente, empezar de nuevo a lo que teníamos allá, tanta naturaleza, pero la idea era progresar", dice nostálgico.

Los michoacanos comenzaron a trabajar en familia, incluso sus pequeños hijos cooperan en los trabajos menos complicados de la elaboración: "aunque eso nos ha valido que la organización de la niñez nos acuse de explotación, pero es una mentira, porque los niños no están obligados a trabajar, sólo están un ratito por la curiosidad que sienten y después se salen a jugar".

Si bien la competencia y las restricciones para cruzar a Estados Unidos han provocado caídas en las ventas, los purépechas continúan exportando 4 mil piñatas semanalmente a ese país. Un distribuidor, también janitziense, es quien se encarga de colocarlas en tiendas de dulces y artesanías.

A los migrantes michoacanos todos los días su triunfo también los desgasta: elaborar una pequeña piñata se les retribuye con 40 centavos de dólar (unos cinco pesos), mientras que las grandes, como las tradicionales de estrellas representan un dólar con 30 centavos (15 pesos, aproximadamente), cuya elaboración tarda entre cuatro horas.

"La ventaja de trabajar en casa, en nuestros talleres, es que laboramos a la hora que nos levantamos, pero en las maquiladoras están ganando 700 pesos con horario establecido", recalca Justo.

Lázaro, el michoacano de casi cincuenta años, platica mientras su esposa pega decenas de piñatas pequeñas con forma de burro.

Los hombres, los niños y las mujeres que han ido llegando de Janitzio admiten que en un principio sufrieron discriminación. Su calvario era hablar en las calles de esa ciudad fronteriza la lengua purépecha y ser confundidos con otras etnias como los mixtecos, quienes piden limosnas en las avenidas.

Para los purépechas pedir limosnas no fue opción, salieron del lago de Janitzio por una única razón: el progreso.

"Si teníamos que ofrecerlas (las piñatas), nos íbamos a venderlas a la avenida Revolución a los gabachos", destaca.

De las paredes de la casa de los Guzmán López penden sombreros purépechas y fotografías color sepia que muestran pasajes de la vida del pescador, en sus barcas de madera, que recuerdan esa zona reconocida a nivel mundial por sus paisajes y tradiciones ancestrales.

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Escrito en: Piñatas Purépechas

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