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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Purmenio era padre de 12 hijos. Un día le dijo a su esposa: "No puedes ya con esta carga tan pesada. Si llega otro hijo sentiré tanto remordimiento por haberte embarazado una vez más que me quitaré la vida". No pasó mucho tiempo sin que ella quedara encinta nuevamente. Purmenio, lleno de vergüenza por el nuevo sacrificio que había impuesto a su mujer, buscó una cuerda para ahorcarse. Se puso el nudo corredizo al cuello, e iba ya a saltar del banco al que se había subido cuando irrumpió en la trágica escena su mujer. "¡No saltes, infeliz! -le gritó llena de angustia-. ¡Estás ahorcando al hombre equivocado!". Pinocho se pasó toda su infancia sin saber que estaba hecho de madera. Llegó a la adolescencia, y un día se enfrentó a Gepetto, su papá. "Padre -le dijo con dramático acento-, he descubierto la verdad: soy de madera". "¡Santo Cielo! -se consternó el anciano-. ¿Cómo lo supiste?". Respondió Pinocho: "Se me incendió la mano". (Aviso: Al final viene un cuento parecido. Las personas con escrúpulos deben abstenerse de leerlo). Amo profundamente a la Ciudad de México. La considero una de las más hermosas metrópolis del mundo, más bella aun que Saltillo. Ahí viví siete años de mi vida, y me encontré muy bien, pese a que no me encontraba a mí mismo todavía. ¡En dónde no viví cuando viví ahí! Viví en el Centro Histórico -Mesones 33-; viví en Narvarte -Montealbán 70-; viví en la colonia Álamos, calle de Navarra; en la Roma, calle de Coahuila, y en Mixcoac, calle de Carracci. Si ya no vivo en la Ciudad de México ella sigue viviendo aún en mí. Uno de mis mayores gozos -uno de mis mayores goces- es caminar sin rumbo por las calles de su corazón y disfrutar las hermosuras de sus antiguos templos y mansiones; gustar -no gastar- horas en sus baratillos, donde he comprado mis más caros libros; comer en sus gloriosas fondas, hosterías o restaurantes. (¡Ah, Casa de las Sirenas! ¡Ah, El Taquito! ¡Ah, entrañable Churrería El Moro! ¡Ah, Bizques Obregón! ¡Ah, la Casa de Tlaxcala! ¡Ah, restorán de Chon en la calle de Regina! ¡Ah, Puro Corazón!). Por eso, porque estoy enamorado de por vida de esa giganta seductora, la ciudad Capital de la República, me alegré al saber la noticia de que Miguel Mancera ha iniciado trabajos para restituir su ser y su quehacer a uno de los más populares y populosos barrios del Centro Histórico: El de la Merced. Aplaudo esa medida, y lo hago con ambas manos, para mayor efecto. Mi justo júbilo es mayor cuando sé que Jacobo Zabludovsky forma parte del Consejo Consultivo que orientará las tareas de rescate. Pocos conocen y aman a la Merced como él. Maestro de periodismo, señor que conoce las ciencias y artes de la vida y que ha sabido vivirla con pasión, don Jacobo sabrá dar rumbo y sentido a las labores para hacer que ese barrio, uno de los de más edad y más prestigio en la ciudad, recobre su esplendor y, sobre todo, su calidad de hogar y puerto para muchos. Los recién casados llegaron de su luna de miel y tomaron posesión de su nidito de amor, un departamento ligeramente más grande que un dedal, con paredes menos gruesas que una tela de cebolla. Tan pronto entraron en el depa el anheloso novio le dijo a su flamante mujercita: "¿Hacemos el amor, mi vida?". La muchacha se azaró: "¡Shhh! -le impuso silencio-. Las paredes son tan delgadas que los vecinos van a oír lo que me dices. Usemos para esto una clave. Cuando quieras sexo pregúntame: '¿Dejaste abierta la puerta de la lavadora?'. Yo te diré sí o no, según sea mi estado de ánimo. De esa manera los vecinos no se enterarán de lo que hacemos". "Muy bien" -accedió él en voz igualmente baja. Y luego, levantando el tono, preguntó: "Mi vida: ¿dejaste abierta la puerta de la lavadora?". Respondió ella: "No. Esta noche está cerrada por cansancio de la lavandera". Él, a querer y no, se resignó al ayuno, y los dos se fueron a dormir. Poco después, sin embargo, la desposada sintió remordimiento por haberle negado a su marido lo que con tanto anhelo parecía desear. Así, lo movió y le dijo: "Mi amor: ahora está abierta la puerta de la lavadora". "No te preocupes -le contestó él-. Después de la luna de miel la carga de ropa era tan pequeña que ya lavé a mano". (No le entendí). FIN.

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