En la alta noche del Potrero de Ábrego pasan su duermevela el cuerpo y el espíritu.
La casa está en silencio. Eso quiere decir que ha callado todo el mundo. No se oyen ni siquiera los murmullos de los antiguos muebles que unos a otros se hablan cuando creen que nadie los escucha.
De pronto pasa un jet, muy arriba, muy lejos. ¿A dónde va ese avión? ¿De dónde viene? ¿Por qué vuela a esta hora suspendida en el tiempo?
Se va el ruido. Sigue la noche, y el silencio sigue. Dentro de una hora, de dos o tres, se escucharán las voces de la vida. Esas voces no son la mía: son la del perro, la gallina, el asno, los niños que cantan en la escuela, el hombre que arrea su ganado, la mujer que pregunta: "¿A qué estamos hoy?".
¿A qué estamos hoy? Quién sabe. Estamos. Lo demás no importa. Mañana no estaremos, y eso tampoco importará. Nos iremos igual que los ruidos de la noche. Pero otras voces habrá de niños en la escuela y de mujeres que preguntarán: "¿A qué estamos hoy?".
¡Hasta mañana!...