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Jacobo Zarzar Gidi

LOS BIENAVENTURADOS

Si algún día alguien te preguntara, "¿A dónde vas?", ¿qué le responderías? Ojalá que todos pudiéramos contestar: "Yo voy caminando hacia Dios a pesar del trabajo que cansa, de las dificultades que abruman, de las enfermedades que limitan, porque Dios es el objetivo y hacia Él nos dirigimos". ¡Qué pena si construimos nuestra vida sobre arena! ¡Qué pena si nuestro cuerpo se está debilitando por el paso de los años y muy poco hemos hecho para ganarnos el Cielo! ¡Qué pena si dejamos pasar el tiempo y no hemos avanzado en busca de los tesoros de la herencia incorruptible! ¡Qué pena si no hemos considerado a Cristo como nuestra única esperanza!

Ya nos hemos dado cuenta que el amor desordenado a los bienes materiales es un grave obstáculo para seguir al Señor. Ya nos hemos dado cuenta que si no nos acercamos a Él, nada bastará para llenar un corazón que permanece insatisfecho. Ya nos hemos dado cuenta, que "el tener más" para las personas, para las familias y para las naciones, no es el fin último. Si vivimos únicamente para "tener", y no "para ser", los corazones se endurecen y los espíritus se cierran, los hombres ya no se unen por amistad, sino por interés.

La vida es una lucha constante contra nuestros propios defectos, y por lo tanto es necesario aprender a combatir para abrirnos paso. En cada jornada vamos a encontrar obstáculos que nos separan de Dios, pero no nos vamos a desanimar. El corazón que ama está alerta, como el centinela en la trinchera; el que anda metido en la tibieza, duerme. ¡Qué triste es separarnos de Dios por un capricho, por una necedad, por un pecado del cual no nos hemos arrepentido! Un corazón vacío de espiritualidad hace que se pierda la alegría que todo cristiano debería tener por el hecho de reconocer su filiación divina.

Cuenta el Santo Cura de Ars que el fundador de un célebre asilo de huérfanos le consultó sobre la oportunidad de atraer la atención y favor de las gentes a través de la prensa. El Santo le respondió: "En vez de hacer ruido en los diarios, hazlo a la puerta del Tabernáculo". Presentemos nuestras peticiones más urgentes a Jesucristo a través de su Madre María, que también es nuestra Madre. San Bernardo nos dice "que subió al Cielo nuestra Abogada para que, como Madre del Juez y Madre de la Misericordia, tratara los negocios de nuestra salvación".

En algunos ambientes no es fácil hoy hablar de la muerte, sólo el hecho de mencionarla parece un asunto desagradable, de mal gusto. Sin embargo, es el acontecimiento que ilumina la vida. Se la ve como la gran catástrofe que un día ha de llegar y que echa por tierra los planes en los que se ha puesto todo el sentido del vivir. Para el cristiano, la muerte es el final de una corta peregrinación y la llegada a la meta definitiva, para la que nos hemos preparado día con día.

Lo triste es que muchos hombres y mujeres no tienen en su corazón esa nostalgia del Cielo que se siente cuando se ama a Jesucristo. Se encuentran aquí satisfechos de su prosperidad y confort material como si estuvieran en casa propia y definitiva, olvidando que no tenemos aquí morada permanente, y que nuestro corazón está hecho para los bienes eternos. Han empequeñecido su corazón y lo han llenado de cosas que poco o nada valen, y que dejarán para siempre dentro de un tiempo no demasiado largo.

Nuestra fe nos dice que los bienaventurados se sorprenderán en la gloria al ver las perfecciones de su Padre, de las que sólo tuvieron un anticipo en la tierra. Si aquí vemos tantas cosas hermosas que nos maravillan, ¿cómo será lo que el Señor tiene preparado para los que han escuchado y seguido con amor su Palabra? ¿Qué será ese Cielo que nos espera, cuando toda la hermosura y la grandeza, toda la felicidad y el Amor infinitos de Dios se viertan en el pobre vaso de barro que es la criatura humana, y la sacien eternamente, siempre con la novedad de una dicha nueva? Un día alguien me dijo que el Cielo debe de ser un sitio muy aburrido, pero yo no lo creo. Si la misericordia de Dios nos ampara, el llegar a ese espléndido lugar para siempre, será lo mejor que nos pudo haber sucedido en la aventura de la vida.

Cuando planeamos cambiarnos de casa o de ciudad, ordenamos todo y preparamos hasta el último detalle para que nada se nos olvide, para que nada nos falte, sin embargo, pocas veces reflexionamos en el cambio más importante y trascendental de nuestra vida que es el ingreso a la eternidad. Tratamos de no pensar en ello, y en lugar de prepararnos espiritualmente para nuestro momento supremo, nos confiamos demasiado.

Más que temor, deberíamos sentir alegría, inmensa alegría porque en ese lugar los elegidos verán a Dios, a Jesucristo y a su Madre la Santísima Virgen María. Conoceremos a nuestro Ángel Custodio, que tanto anduvo siguiéndonos de un lado para el otro, intentando siempre alejarnos del pecado. Veremos a los santos y conoceremos paso a paso su vida llena de sacrificios, de contrariedades, y de amor al que los santificó. Un gozo muy especial nos producirá encontrarnos con las personas que más amamos en la tierra: padres, cónyuge, hijos, hermanos, y amigos…, personas que influyeron de una manera decisiva en nuestra salvación. Nos consuela saber que en el Cielo podremos verlos otra vez, después de haber llorado tantas veces al sentir su ausencia.

Pensar en la esperanza del Cielo y en los bienes eternos es un don de Dios y un consuelo en los momentos más duros de nuestra vida. ¡Qué hermoso es recordar con frecuencia las palabras de Jesús!: "Voy a prepararos un lugar".

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