John Dee era dueño de la mayor biblioteca de su tiempo.
Sus volúmenes, escritos en hebreo y árabe, en arameo y sánscrito, y -sobre todo- en griego y latín, esas lenguas que algunos llaman "muertas" y que son entre todas las más vivas, llenaban centenares de anaqueles.
John Dee había leído todos esos libros. Decía, sin embargo, con tristeza:
-Pero ya no tendré tiempo de releerlos.
Una tarde, en el atardecer de su vida, a John Dee le sucedió un milagro: se enamoró.
Otro milagro mayor le sucedió: fue correspondido.
Y decía John Dee:
-En esos libros está la vida. Pero en esa mujer está mi vida.
¡Hasta mañana!...