Por esta sola vez, y sin que el caso siente precedente, el señor Cantalarrana asume la personalidad de un individuo que se pasó toda la vida buscando errores en los demás.
Para él no había nada bueno, ni nadie que hiciera bien las cosas. En su opinión los hombres eran un rebaño de necios, cuyos yerros gustaba de exhibir en ásperos escritos o acres peroratas. Su mayor orgullo era haber encontrado una errata en cierta antigua edición del diccionario de la Academia: en el artículo "Sirle" decía: "De origen prorromano". Debía decir: "De origen prerromano".
Cuando murió el señor Cantalarrana no lo dejaron entrar en el Paraíso.
-¿Por qué? -preguntó él lleno de aflicción.
-Porque nunca supiste ver lo bueno de tu prójimo -le respondieron-. Así, nunca pudo surgir lo bueno que hay en ti. Fuiste, como quien dice, una errata de Dios. Tenemos que hacer de ti una nueva edición corregida y aumentada.
Esperemos que la segunda edición del señor Cantalarrana sea mejor que la primera.
¡Hasta mañana!...
