Una doncella se enamoró perdidamente de don Juan, y escapó de su casa con él.
Era muy religiosa la muchacha. Le decía llorando a su galán:
-Sé que me voy a ir al infierno por amarte, pero prefiero una eternidad de sufrimiento a un solo minuto sin tu amor.
Enfermó cierto día la enamorada joven, y después de una breve agonía se le acabó la vida. En su lecho de muerte mostraba una sonrisa de felicidad, y no un rictus de temor.
Pasaron los años. Murió don Juan. Al llegar al otro mundo se enteró de que aquella muchacha estaba en el Cielo. Entonces supo la verdad: nadie nunca se condena por amor.
¡Hasta mañana!...