Salim ben Ezra se enamoró de una chiquilla vanidosa.
Con tal de tenerla le regaló una carroza de oro, una cuadra de 100 caballos y un barco hecho con maderas de cedros del Líbano. Combatiendo ganó para ella una ciudad, y ahí le construyó un palacio de mármol, jaspe y pórfido para que en él viviera como reina.
La muchacha disfrutó de eso un par de años. Luego lo vendió todo y escapó con un joven mercader.
Salim quedó en la ruina. Y sin embargo sonreía, pues en los brazos de la mujer amada había conocido la felicidad. Todos los días le daba a un niño una moneda de cobre para que le comprara un poco de queso, higos y pan.
Llegó Salim ben Ezra al final de su vida. Un amigo le dijo con tristeza:
-¿Cómo pudiste tirar así el dinero?
Respondió Salim con su sonrisa de siempre:
-Necesitaba comer algo.
¡Hasta mañana!...