Era yo niño cuando murió el padre de mi padre. Ese día vi llorar a mi papá. Fue como ver llorar a Dios.
Muchos años después murió mi padre. Y yo, que no poseo el don del llanto, lloré su muerte con lágrimas de niño.
Al perder a mi padre me sentí perdido. Pero luego lo volví a hallar en el recuerdo -en los recuerdos-, y otra vez me encontré yo. Ahora mi padre va conmigo como si nunca jamás se hubiera ido.
Estas palabras, inútiles como todas las que hablan de la muerte, son para decirle a Paco Calderón, amigo a quien tanto admiro y quiero, que estoy con él.
¡Hasta mañana!...