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El Libertador de México según eñ Himno Nacional

Dr. Sergio Antonio Corona Páez

Primera de 2 partes

El 12 de noviembre de 1853, siendo presidente don Antonio López de Santa Anna, el gobierno mexicano convocó un concurso para premiar el mejor trabajo que pudiera hacer las funciones de "Himno a la Patria". A juicio del jurado, el ganador fue el potosino Francisco González Bocanegra. Su "Himno", de diez estrofas, fue declarado el ganador del certamen en el Diario Oficial de la Federación, el 3 de febrero de 1854.

Ese Himno, al que ahora conocemos como "Himno Nacional Mexicano" es muy interesante, porque manifiesta claramente el sentir de la época sobre los héroes que nos dieron Patria. Muchos protagonistas e innumerables testigos de la gesta libertaria, aún vivían. Y el himno de González Bocanegra fue aclamado por los mexicanos por patriótico y veraz.

Sin embargo, habrá que preguntarse por qué el Himno Nacional Mexicano, compuesto durante la ya mencionada era de Santa Anna, quien fuera enemigo jurado y traidor a Iturbide, menciona precisamente a Iturbide como libertador en su estrofa VII y elogia el Plan de Iguala en la IX, y no dedica una sola palabra a Hidalgo o a Morelos, a Javier Mina ni a Vicente Guerrero. Y cito:

"Estrofa VII: Si a la lid contra hueste enemiga, nos convoca la trompa guerrera, de Iturbide la sacra bandera, mexicanos, valientes seguid. Y a los fieles bridones les sirvan las vencidas enseñas de alfombra; los laureles del triunfo den sombra a la frente del Bravo Adalid".

"Estrofa IX: Y el que al golpe de ardiente metralla de la Patria en las aras sucumba, obtendrá en recompensa una tumba donde brille de gloria la luz: y de Iguala la enseña querida a su espada sangrienta enlazada de laurel inmortal coronada formará de su fosa la cruz".

Estas "omisiones" muestran que en los primeros tiempos de la República, nadie le disputaba a Iturbide el honor de ser el Libertador de México. Hidalgo y Morelos seguían siendo recordados como curas de pueblo, rebeldes y bandoleros, promotores de muertes absurdas y de lo que parecía ser una guerra de limpieza étnica (Basta con leer el texto de la excomunión de Abad y Queipo y su comparación con la guerra de independencia de Haití).

Iturbide, en cambio, era percibido como el iniciador y consumador de la Independencia Mexicana en base al Plan de Iguala (24 de febrero de 1821), los Tratados de Córdoba (24 agosto de 1821), la entrada triunfal a la Ciudad de México, por fin independiente (27 de septiembre de 1821) y la redacción del Acta de Independencia del Imperio Mexicano (28 de septiembre de 1821).

Además, a Iturbide se le percibía como un Defensor de la Fe que separó políticamente a México. Y lo hizo para no tener que obedecer los decretos de una España que, desde 1820, se tornó furiosamente jacobina y anticlerical, y que preparaba la legislación para que en Nueva España se desmantelara el poder del clero y los fueros del ejército. Evidentemente ni el clero novohispano, riquísimo y poderoso, ni los grupos de poder, iban a obedecer sumisamente estos decretos.

Fue entonces que el clero alentó la independencia política de México como medio para mantener su poder y sus privilegios. Mientras que en las monedas de los reyes de Europa se leía "Dei Gratia" (Por la Gracia de Dios), en las de Iturbide, ya asunto al trono imperial, se leía "Dei Providentia" o sea, "por la Providencia de Dios". Iturbide fue considerado por el pueblo como el "mesías" enviado por Dios para salvar la religión católica en México.

Toda esta visión la plasmaba el Himno Nacional Mexicano, antes de que le quitaran estrofas "políticamente incómodas". Era muy cuesta arriba para los posteriores gobiernos republicanos y liberales, reconocer que la fundación del Estado Mexicano, cualquiera que fuera la forma que pudiera asumir, monarquía o república, había sido fundado con la bendición directa y patrocinio del clero novohispano, conservador y monárquico. Por esta razón, el Acta de Independencia de México es un documento poco difundido. Este documento dice "demasiado".

Hidalgo, Morelos, Allende, Mina, Guerrero y los otros héroes posteriormente conocidos como forjadores de la independencia, adquirieron relevancia cuando Vicente Riva Palacio, nieto de Vicente Guerrero, escribió la versión oficial y liberal, de la historia Patria, en la cual su abuelo se convirtió en el heredero directo de una estafeta imaginaria que comenzaba con Hidalgo.

Es absurdo que todavía existan en Torreón personas que tratan de refutar esta visión Iturbidista de la independencia, cuando la documentación es contundente, cuando un connotado político del PRI como lo es el torreonense don Roque Villanueva reconoce el innegable y decisivo papel de Iturbide en su libro "México Bicentenario. Un balance crítico". Y más aún, cuando el pueblo torreonense decidió honrar su memoria en 1910, nombrando Avenida "Agustín de Iturbide" a la que desde 1948 conocemos como "Presidente Carranza".

Este Cronista no es un clerical. Tampoco milita en partido político alguno. Es un simple académico, un investigador enamorado de la verdad, que busca y difunde los hechos en su contexto real, fiel a su papel de Cronista veraz. No tiene compromisos ni banderas ideológicas. Para él, los documentos y el método científico son los únicos garantes de la verdad histórica.

Y para mencionar una de las motivaciones que pudieran tener los Estados Unidos para influir en la historia mexicana ésta cuando afecta a sus intereses, diré que las colecciones de documentos de la Universidades de Michigan y de Cornell guardan un impresionante número de testimonios impresos relacionados con la historia de México desde la época de su independencia hasta principios del Siglo XX. Cuentan con secciones de bibliografía, hemerografía y panfletos o impresos.

Precisamente de entre los últimos reproduzco aquí un texto publicado en California, Estados Unidos, el 25 de septiembre de 1860. El texto es una traducción mía del inglés, idioma en que se encuentra impreso el original.

El nombre del autor no se consigna, pero sabemos se trataba de una especie de cronista que comentaba por sistema las decisiones de la corte de Distrito de San Francisco. Era bastante conocido y leído, y era sin duda alguna una persona bien informada de los eventos políticos mexicanos de la primera mitad del Siglo XIX y con bastante conocimiento del Derecho y de los procedimientos legales de la Unión Americana.

El autor se convierte en un denunciante de lo que considera una enorme injusticia. Las autoridades judiciales de California no quieren reconocer la enorme concesión de tierras con que el gobierno mexicano premió a Agustín de Iturbide antes y después de su muerte. Sus sucesores reclamaban en 1860 nada menos que un cuadrado de terrenos 20 x 20 leguas, 400 leguas cuadradas en total, que el gobierno mexicano primero otorgó en Texas y luego en California, antes de la guerra de agresión de 1847 y la celebración del Tratado Guadalupe-Hidalgo.

El autor nos pone en antecedentes de que en un momento de pánico, el poder legislativo mexicano decretó la muerte de Iturbide. Pero que una vez muerto, trató a su memoria y a su familia como el héroe que era, y mantuvo la concesión a sus sucesores mediante la promulgación de diferentes leyes.

El gobierno de California, para evitar la concesión legítimamente otorgada por los poderes públicos mexicanos, argumentaba que Iturbide había sido un tirano, y que cualquier concesión a él o a su familia era una mentira "monstruosa".

Pensemos en el valor que tenían 400 leguas cuadradas en el estado de la Unión en el que poco antes había estallado la "fiebre del oro" y en el poder que se le otorgaría a un posible pretendiente a la Corona de México. Éste es el contexto histórico en el cual insertamos el texto de la Universidad de Michigan.

"San Francisco. 25 de septiembre de 1860". "Tras la muerte de su marido, y tras la culminación de las calamidades de su familia, madame Iturbide se refugió en los Estados Unidos estableciendo su residencia en Filadelfia. Sus hijos fueron educados ahí, y ahí reside ella todavía; y ninguna familia ha recibido más consideración y universal respeto.

En México, el nombre de Iturbide goza de aprecio entusiasta. El mismo congreso que fue la causa de su abdicación y exilio, votó para otorgarle una pensión vitalicia de veinticinco mil dólares anuales, y dieciocho mil dólares en perpetuidad a su familia. El mismo congreso que, anticipando su regreso al país votó en un momento de pánico su muerte, lo acompañó con todos los honores posibles, a su sepultura. En 1822 el congreso votó una concesión de veinte leguas en cuadro para Iturbide, y un reconocimiento de deuda por un millón de dólares, en consideración a sus servicios y sacrificios. Esta ley fue reconocida y reafirmada en 1835 y en muchas otras subsecuentes, tanto legislativas como administrativas. En 1838, tras dieciséis años de la penosa tragedia de su muerte, se acordaron nuevos reconocimientos a sus servicios y nuevos honores a su memoria. Traduzco el decreto del congreso general:

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