Nosotros Desayunos Eventos Salud

Más allá de las palabras

Jacobo Zarzar Gidi

NO PODEMOS SER INDIFERENTES

Nuestra comunidad está sufriendo, son muchas las familias enlutadas, más de ochocientas en lo que va del año, tan sólo por hechos violentos, y no podemos permanecer indiferentes. Es importante que los padres de familia y los profesores continúen difundiendo entre sus hijos y en las aulas una cantidad mayor de principios morales que marquen un rumbo diferente a la población. Es importante que no se desanimen y que no tiren la toalla en la formación y educación; que no pierdan la esperanza a pesar de que el camino ha sido áspero y sobre todo desalentador.

Vivimos un momento de la historia colmado de incertidumbre. Estamos haciéndole frente a una grave ruptura social. No sólo no sabemos lo que podrá pasarnos el día de mañana, sino que no tenemos esperanza de que vayan a mejorar las cosas. A pesar de todo, no nos acostumbremos a las miserias humanas y esforcémonos por creer que en esencia el ser humano es bueno. Algo sucedió en el camino que perdimos el contacto con lo mejor de nosotros mismos. Es como si hubiéramos extraviado nuestra identidad real y estuviéramos actuando bajo el modelo de una identidad pobre y mediocre.

El mundo nos pide esperanza y esa está formada con semillas que podemos y debemos sembrar nosotros. La sembramos cada vez que hacemos las cosas basadas en la verdad, cada vez que honramos nuestra palabra, cada vez que ayudamos a alguien de forma desinteresada, cada vez que damos aliento al que ha sido oprimido, cada vez que extendemos la mano al que se ha derrumbado.

No se rindan en su tarea educativa, el futuro de nuestra nación y de la institución familiar está en juego. No permitamos que nuestros niños y jóvenes pierdan el rumbo. Son muchas las personas que han excluido a Dios de su corazón, y por haber sido nosotros indiferentes a esa realidad estamos ahora pagando las consecuencias. Hagamos un alto y pongamos de nuevo con mucha humildad a Dios en nuestra vida. Él nos ha creado libres, pero no nos ha dejado solos. Se ha hecho "Camino", y por lo tanto dejémoslo que camine con nosotros. Hemos caído en un precipicio y no sabemos cómo salir a la superficie. Estamos en el fondo del abismo y seguimos escarbando. No es suficiente avanzar, es necesario reflexionar a dónde conviene ir.

Compartámosle al Creador nuestra vida y nuestros proyectos, pidámosle consejo, nadie más nos podrá decir con verdad si vamos bien o vamos mal. Él nos llevará a conocer gente con abundantes dones que mejorarán nuestra vida y la harán diferente. Los dones pesan mucho y por eso debemos compartirlos con otras personas para sacarles provecho. Hay gente que tiene dones que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. Éstos pueden ser: de honestidad, de prudencia, de servicio, de sabiduría, de paciencia y de fidelidad a Dios.

Acerquémonos a nuestro Padre con amor y confianza, sabiendo que nunca nos dejará solos. Démosle nueva vida al árido desierto en que vivimos ahora y convirtámoslo en verdes praderas donde se cosechen frutos abundantes que trasciendan a la vida eterna. En estos momentos difíciles por los que estamos pasando, recordemos los principios heredados de nuestros padres que se esforzaron por darnos un futuro mejor. Ese futuro ya es ahora, y no podemos defraudar su memoria.

Sembremos semillas de esperanza por todos los rincones oscuros, desolados y tristes. Sembremos amor y desechemos ese odio que se acuna en muchos corazones. La humanidad no está sola ante los desafíos del mundo. Dios está presente y es nuestro refugio. Esta realidad se convierte en un mensaje de esperanza que genera energía, que estimula la inteligencia y da a la voluntad todo su dinamismo.

Esperar no es abandonar; es redoblar la actividad. Tener esperanza no es ser ingenuo, sino hacer un acto de fe en Dios, Señor del tiempo y también Señor de nuestro futuro.

Construyamos y reforcemos esa esperanza por medio de familias sólidas, que viven una fe cristiana madura, en fidelidad, en paz y en armonía. Familias que educan en valores profundos a sus hijos, que no se descuidan y que rezan constantemente para que todo ello se haga realidad. Sigamos formando niños y jóvenes que sean disciplinados, que respeten a los demás, que colaboren en su hogar haciendo todo lo posible para que no se destruya, que protejan el medio ambiente, que ayuden a los pobres y que sirvan a su comunidad. A esos jóvenes los necesitamos ahora tal vez como nunca antes los habíamos necesitado.

También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a preocuparnos y ocuparnos de los demás, a no ser indiferentes al sufrimiento -si es que gozamos de alguna comodidad. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quienes, como nosotros, somos hermanos en Cristo.

Estamos comprometidos a intentar cambiar las mentes y los corazones torcidos que permanecen alejados de Dios. Estamos comprometidos a no desfallecer, a no claudicar, a no dejar la tarea a mitad del camino.

Así como en economía no hay progreso si no hay inversión, en la vida diaria si no hay espiritualidad no hay salvación. Recordemos ahora las humildes pero importantes palabras de San Francisco de Asís: "Oh Señor, hazme un instrumento de Tu Paz. Donde hay odio, que lleve yo el Amor…".

Antes era la pobreza lo que ocasionaba los robos, ahora son las adicciones las que lo provocan. A pesar de todo, recuperemos la esperanza impregnando nuestra conducta de ciertos valores que son eternos como el amor a nuestra familia, el respeto, la integridad, la honestidad, la humildad, la cooperación, la tolerancia, la dignidad, etc. Cuando la vida parece haber perdido su significado, y aparentemente no hay nada más que hacer, cuando nos sintamos acorralados por fuerzas superiores a las nuestras, surge la bendita esperanza como recurso final para levantar la frente, renovar esfuerzos y seguir viviendo. Afortunadamente somos muchos los que estamos del lado del que finalmente triunfará: Jesucristo. Y eso nos debe tranquilizar, sobre todo en momentos de temor y desesperación cuando pensamos que todo está perdido.

La esperanza es un detonante. Cuando la tenemos se desencadena en nosotros un deseo de luchar, de alcanzar metas, de no renunciar a nuestros sueños, de llegar a la cima de esa montaña que veíamos imposible de alcanzar. Es un bálsamo en la herida del que sufre y una fuente de consuelo para todo aquél que se encuentra inmerso en un mar de angustias que lo mortifica y lo destruye.

[email protected]

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 794695

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx