Por el simple hecho de modificar la Ley Federal del Trabajo no se van a generar más empleos, y tampoco se van a crear empleos mejor remunerados. Sin embargo, en el ámbito laboral sí hay cambios que definitivamente representan condiciones necesarias para que el factor trabajo mexicano sea más atractivo en la economía global.
Desde una perspectiva económica, la reforma laboral que ahora tendrá que aprobarse o rechazarse en el Congreso de la Unión, podrá contribuir a mejorar la competitividad del país si el factor trabajo mexicano deja de ser tan oneroso en dos aspectos. Primero, si logra dar certeza jurídica a quien contrata a un trabajador. Segundo, si se avanza en definir con más precisión la remuneración a la productividad.
Hoy en día el hecho de que la contratación de un trabajador tiene el potencial de provocar un pasivo laboral para quebrar a una empresa (persona moral) o a una persona física con actividades empresariales, es un disuasivo para que los empresarios mexicanos y del extranjero, que son especialmente pequeños, se animen a invertir en México.
En ese sentido, si la reforma que aprueben diputados federales y senadores de la república logra acotar el llamado pago de salarios caídos, el cual se deriva de un despido injustificado por el patrón, México será sustancialmente más atractivo. El riesgo laboral que verán empresarios, micro, pequeños y medianos será menor a lo actual. Hasta el momento, en el proceso parlamentario, esta contingencia laboral queda limitada a: indemnización de tres meses de sueldo, más salarios vencidos por un plazo máximo de 12 meses, más intereses del 2% mensual, calculados sobre 15 meses de salario), causados cada mes hasta que concluya el juicio, más la capitalización de intereses.
Un gran avance para tener relaciones más constructivas y alineadas a crear riqueza es que cada trabajador pueda ser remunerado de acuerdo a su desempeño. En otras palabras, que reciba bonos o pagos extras por su productividad. Sin embargo, el mercado laboral mexicano posee una distorsión disfrazada de justicia. Es la manera como se da la participación de los trabajadores de las utilidades. Actualmente un trabajador dentro de una empresa con un desempeño mediocre, que hace el mínimo esfuerzo, recibe lo mismo que otro en el mismo puesto que destacó por su contribución a la generación de utilidades. Esto, entre otras causas, es lo que ha promovido la creación de los famosos outsourcing o los esquemas de subcontratación. Es muy positivo que se acote, pero no entra al fondo de lo que nos encarece frente a economías que no tienen esta gran distorsión.
El desempeño del empleado está ligado, por un lado, al talento, destreza y esfuerzo que pone en cada jornada laboral, y por el otro, en el papel que juega en generar mayor valor agregado. Lo primero está directamente en manos del trabajador. Lo segundo, no.
El trabajador podrá crear mayor valor agregado en la medida que haya tenido la oportunidad de acceder a educación de calidad para poderse abrir puertas en actividades económicas que producen bienes y servicios muy apreciados por el mercado. En consecuencia, con un sistema educativo que condena a su población con mala educación, también lo condena a bajas remuneraciones.
Por ejemplo, si una empresa produce mercancías comunes y corrientes (conocidos en inglés como commodities), y hay una competencia intensa, los números sólo dan para que el empresario busque la menor remuneración al factor trabajo y contratar máquinas de muy bajo costo para poder generar utilidades. Por el contrario, en actividades productivas y de servicios muy especializados hay más utilidades y por lo tanto más de donde repartir.
Por último, si nuestros legisladores quieren hacer a México más atractivo, piensen por favor en las consecuencias que sus decisiones tendrán en las micro, pequeñas y medianas empresas, que son los segmentos donde está el gran potencial de crear empleos y de elevar la productividad.
