Siglo Nuevo

Maternidad hecha arte

De vida y expresión

Alberto Durero, La virgen de la pera, 1526.

Alberto Durero, La virgen de la pera, 1526.

Ivonne Gómez Ledezma

Más allá del rol que tiene la mujer en los diferentes países y culturas, y de los derechos que en muchos sitios aún no logra conquistar, es un hecho que la maternidad tiene un peso relevante para la sociedad desde los albores de la humanidad, cuando nuestra especie fue consciente de que si bien se necesita a ambos sexos para procrear, es la mujer quien puede llevar a otra vida dentro de sí. La trascendencia de este hecho es tal, que ha quedado registrada en las diversas formas de expresión artística generadas en todo el mundo, a través de los siglos.

La figura de la madre es una constante en el arte de todos los tiempos. Inicialmente se veía como una personificación un tanto monotemática, pero conforme recorremos la historia en los campos de la plástica, la literatura, las artes escénicas y visuales, hallamos mucho más que el monumento honroso o la canción tierna que retratan a mamás amorosas o bondadosas, para dar paso a una presencia de múltiples rasgos: tantos como la propia diversidad en su condición de seres humanos.

Hoy haremos un recuento para conocer más a fondo lo que la madre ha inspirado en el mundo del arte: el único espacio en donde se invierten los papeles haciendo posible que la creadora de vida se convierta en la creación de alguien más.

LA MADRE COMO ORIGEN

La madre ha sido inmortalizada en el arte de todas las civilizaciones. Las primeras muestras las encontramos en el periodo Paleolítico, en las Venus: pequeñas esculturas que han sido descubiertas en Europa, catalogadas como símbolos de maternidad y fertilidad. La más famosa es la Venus de Willendorf (24-22 a. C.). Asimismo, apenas a finales del año pasado desenterraron en la zona arqueológica de Poggio Colla (Italia) el fragmento de una vasija etrusca con el relieve de una mujer dando a luz; se le calcula una edad de 2,600 años, lo cual la convierte en la más antigua representación de un alumbramiento en el arte occidental. Podemos hablar también de una escena de parto esculpida entre los años 310 y 30 a. C., originaria de Chipre y resguardada por el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York; aunque incompleta, la pieza permite ver no sólo a la madre en labor, sino las manos de otras dos mujeres que la asisten.

Desde el punto de vista antropológico, se considera que el propósito de incluir a la madre en la expresión artística desde sus inicios se debió en gran medida a la percepción como “un sujeto dador de vida”, además de un ser protector, pues la madre es quien protege, acuna y nutre al hijo.

No puede dejarse de lado el peso religioso que le concedía a las esculturas la ya citada asociación de maternidad-fertilidad, con la bonanza de la agricultura. Igualmente se sabe que algunos grupos elaboraban maternidades como símbolos de la Madre Tierra y de diosas procedentes de distintos credos, que en esencia se identificaban como creadoras de la humanidad.

Ese contexto religioso sería retomado en el arte sacro, promovido principalmente por el cristianismo y también notorio en corrientes como el budismo, en donde se hicieron representaciones del nacimiento de Shakyamuni (Buda) y de su madre, Mayadevi.

POR EL CAMINO DE LA PLÁSTICA

Cada vertiente de las artes visuales ha sido prolífica en la inserción de la madre como protagonista o bien personaje vital (en el caso del cine). En algunos casos se proyecta de una manera completamente positiva, pero en otros tantos se le da una connotación ‘oscura’, o al menos diferente.

Hablar de todas ellas resultaría imposible, pero vale la pena hacer un recuento de algunas de estas expresiones.

Madres tridimensionales

Las primeras obras de arte en las que se apreciaban figuras relativas a la maternidad se rastrean hasta la escultura paleolítica, y a partir de ahí han continuado efectuándose, si bien “es en el mundo antiguo donde se dio un mayor auge: todas las culturas elaboraron maternidades, en toda clase de materiales”, comenta la Licenciada en Historia del Arte Rocío Guerrero. La experta cita como ejemplo la Maternidad Sinú, una creación precolombina en la cual se observa a una mujer que carga a un niño y sostiene un cántaro en la cabeza.

Del antiguo Egipto se han rescatado estatuillas de Isis, la diosa madre, símbolo de maternidad, nacimiento y fecundidad, sola o amamantando a su hijo el dios Horus, como una estatua de los años 664-332 a. C., perteneciente a la colección del Louvre.

En la antigua Roma era común que realizaran monumentos en honor a los gobernantes y a sus familias. Entre ellas está una imponente estatua de mármol hecha para una de las esposas del emperador Claudio: Mesalina sosteniendo a Britannicus (c. 45 a. C.).

Durante el Renacimiento (siglos XIV y XVII) se hicieron numerosas representaciones de la Virgen María, símbolo de pureza y madre por excelencia según la visión del cristianismo. Sin duda la más aclamada es La Piedad (1498-1499) de Miguel Ángel, icono escultórico que rebasa su contexto religioso.

Ya en el siglo XIX, Auguste Rodin creó varias escenas de madres con hijos, como Ternura maternal de 1873 y La joven madre en la gruta (1885).

Quien se distinguió por adoptar a la madre como tema recurrente fue el británico Henry Moore. A lo largo de su trayectoria dio vida a varias obras tituladas Madre e hijo (1924-25, 1932, 1953), además de Forma vertical interna / externa (1952-53), Madre e hijo: piernas sin cruzar (1956) y la genial Madre reclinada e hijo (1961). Asimismo, entre las esculturas más conocidas del colombiano Fernando Botero está La Maternidad (1996) situada en la Plaza Escandalera de Oviedo, España.

Con el lenguaje del lienzo

Aunque lo más común en las pinturas rupestres son las escenas de cacería, también se han descubierto algunas imágenes que asemejan partos. De las civilizaciones egipcia y griega se han encontrado murales de deidades relacionadas a la maternidad.

Dentro del arte sacro vinculado al cristianismo, de la Edad Media se conservan magníficas imágenes de la Virgen con el Niño Jesús. Aun así, el periodo ‘de oro’ en este renglón es el Renacimiento, con madonas y piedades creadas por Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Durero y otros.

No obstante, fue en el siglo XIX cuando hubo un mayor auge de pinturas con la temática de la maternidad. Entre los cambios que vinieron con la Revolución Industrial, se dio un manifiesto interés de los artistas por mostrar a la mujer en su universo privado, que inicialmente abarcaba el hogar y después su incorporación al ámbito laboral. Fue así que muchos pintores de ese periodo tomaron como protagonistas a mujeres con sus hijos.

Entre los académicos franceses podemos citar como recurrente en el tema a William Adolphe Bouguerau, con cuadros como Joven madre mirando a su hijo (1871).

Los impresionistas también abordaron el tema. Renoir lo hizo en al menos tres lienzos muy distintos entre sí, titulados Madre e hijo (1886, 1892, 1895). Monet plasmó a su esposa e hijo en La caminata, mujer con sombrilla (1875). Pissarro realizó el óleo Madre e hijo en las flores (1879) y Berthe Morisot La cuna (1872), por mencionar algunos ejemplos.

Pero al hablar de maternidad en la pintura, la autora que resulta emblemática es la también impresionista Mary Cassatt, de origen estadounidense, quien consagró una notable porción de sus lienzos a perpetuar el lazo madre-hijo. Sobresalen en su legado El desayuno en la cama (1897), El baño (1893), Madre alimentando a su hijo (1898) y El niño dormido (1910).

Por otro lado, dos obras icónicas del modernismo, autoría de Gustave Klimt, contienen escenas de maternidad: Las tres edades de la mujer (c. 1905) y Esperanza II (1907-08), una de las joyas del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), que a diferencia del común de las pinturas no tiene a una madre con su hijo sino a una embarazada.

Cabe mencionar que además a lo largo de la Historia, numerosos artistas han pintado retratos de sus propias madres, por ejemplo Durero, Picasso, Toulouse-Lautrec, Van Gogh, Gauguin, Cezanne, Dalí y Lucian Freud, por citar sólo algunos.

Caso aparte es el de Frida Kahlo, quien en su quehacer de tono autobiográfico incluyó otro lado de la maternidad: la imposibilidad de concretarla, en Mi nacimiento (1932) o La cama volando (1932).

Retrato de un sentimiento

Desde que la fotografía comenzó a utilizarse como medio de expresión artística, a finales del siglo XIX y principios del XX, diferentes autores han retratado imágenes de maternidad. Quizá una de las pioneras en ello fue la estadounidense Gertrude Käsebier, con poderosas imágenes como Adoración (1898), El pesebre (1899) y Bendita tú entre las mujeres (1899).

De Tina Modotti es muy conocida la foto Madre indígena amamantando a su hijo (1926). Lola Álvarez Bravo se adelantó a su época al retratar a una embarazada semidesnuda en Maternidad (1960-70).

Otra imagen icónica es Madre migrante (1936) de Dorothea Lange. Mientras que Diane Arbus tiene piezas como Madre sosteniendo a su hijo (1967) o el genial autorretrato doble de nombre Retrato de una madre (1945).

La fascinación por el cuerpo de la mujer gestante ha cobrado mayor auge en las últimas décadas; a decir de los expertos el boom de esta tendencia pudo surgir a partir de una imagen que algunos desdeñan por su carácter ‘comercial’: el desnudo de la actriz Demi Moore con un embarazo de siete meses, autoría de la prestigiosa Annie Leibovitz, que circuló en la portada de la revista Vanity Fair en 1991. Especialistas de todo el mundo han subrayado la sencilla belleza de dicha imagen, cuya estética rebasa la celebridad de su protagonista.

Recientemente ha llamado la atención el trabajo de Ana Casas (mexicana de origen español), en especial su serie Kinderwunsch, término que significa “la unión de las palabras niño y deseo, en alemán”. Casas inició este proyecto a partir de su segundo embarazo. En las fotografías se ven ella y sus dos hijos, con imágenes muy aplaudidas como Tres días después del parto de Lucio (2009) o Cuarto de juegos IV (2010). Casas explicó a Siglo Nuevo que en la obra en cuestión explora “la complejidad de la experiencia de la maternidad y de la relación entre mis dos hijos y yo. Su columna vertebral es este tejido en constante cambio de las relaciones entre nosotros en el proceso de convertirme en madre y de la construcción de la identidad de ellos”. Cabe mencionar que este trabajo será próximamente publicado en forma de libro.

GESTADAS EN CELULOIDE

Hablar de la presencia de la madre en el séptimo arte es adentrarse a un campo aun más amplio que las mismas las artes plásticas, ya que al ser el cine un reflejo de la realidad permite mostrar matices más complejos.

De acuerdo con el especialista en cine Héctor Becerra, la visión multifacética que desde siempre se ha tenido de las madres en el séptimo arte, se debe en gran medida a aportaciones características del siglo XX. “El psicoanálisis de Sigmund Freud le abrió las puertas a los escritores y guionistas para el cine, quienes le dieron a la madre un peso más allá del ornamento o del cliché cultural”.

Es así que en la historia del celuloide podemos encontrar a todo tipo de figuras maternas, desde las efigies de bondad, ternura y abnegación, hasta las mujeres perturbadas que a su vez trastornan la vida de sus hijos.

En términos globales no puede detectarse un predominio de la ‘madre buena’ por encima de la ‘oscura’ en ninguna época. El auge de una u otra “depende de las condiciones socioculturales del país que produce el cine, pero sobre todo de lo que ocurre en la vida de cada cineasta”. Así, el contraste entre las madres buenas y las malas puede detectarse desde siempre. Y desde luego, hay más matices. En El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957) Ingmar Bergman muestra a Mia, esposa de Jof y madre de Mikael. Mia y Jof son actores y “una especie de metáfora de José, María y Jesús. Ahí la madre es un símbolo de la esperanza, tiene un sentido más amplio sin ser directamente predicador”, apunta Becerra.

La fuerza en los roles maternos tampoco varía según los géneros cinematográficos; mientras que El séptimo sello oscila entre el drama y lo fantástico, en el suspenso, Psicosis (Psycho, 1960) de Alfred Hitchcock nos legó a una de las madres más escalofriantes: la señora Bates, quien con su sola voz se cuela en la memoria de los espectadores; tan sobreprotectora que aun muerta tiene influencia en su hijo, pues él adopta el rol de la madre y actúa conforme a lo que ella hubiera querido.

En La profecía (The Omen, Richard Donner, 1976), puede verse como Katherine acuna a Damien sin saber que en realidad no es su hijo. Eventualmente va descubriendo la naturaleza maligna del niño, el anticristo, y el temor le provoca un fuerte conflicto por ir en contra de su instinto materno.

Perteneciente al terror aunque de tintes más psicológicos, El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968) del genial Roman Polanski retrata a una mujer embarazada (Mia Farrow) y asaltada por la sensación de que el hijo que lleva en el vientre es acosado por fuerzas malignas. Más allá del tema demoniaco, Becerra remarca que el perfil de Rosemary refleja que en algunas mujeres la posibilidad de convertirse en madres genera esperanza, mientras que en otras provoca “un miedo natural por los riesgos que implica”.

Por su parte, Bernardo Bertolucci le dio al público una de las madres que más han incomodado a las ‘buenas conciencias’, con La Luna (1979), en donde Caterina sostiene una relación incestuosa con su hijo.

Aterrorizadas y terroríficas

Un paradigma dentro del terror psicológico es El resplandor (The Shining, 1980), donde Shelley Duvall da vida a Wendy Torrance, una madre de familia que se verá obligada por las circunstancias a elegir entre su hijo o su esposo (Jack Nicholson). Más allá del suspenso y la excelente trama, se puede detectar en Wendy a la ‘madre modelo’ capaz de hacer todo por salvar a su pequeño.

Otra madre emblemática es la de Gente como uno (Ordinary People, 1980), la multipremiada ópera prima de Robert Redford, quien presenta a Beth Jarret (Mary Tyler Moore), una mamá perturbadoramente fría.

Entre la biografía y el drama, Mamita querida (Mommie Dearest, Frank Perry, 1981) es la historia de la actriz Joan Crawford narrada por su hija adoptiva. El largometraje de carácter biográfico muestra cómo Christina Crawford fue hostigada de manera brutal por Joan. Se considera un clásico de los filmes en torno a la madre.

Pero las madres terribles también hacen reír. En la comedia negra Tira a mamá del tren (Throw Momma from the Train, Danny DeVito 1987) Anne Ramsey es mamá Lift, tan insoportable que su propio hijo (DeVito) sólo piensa en matarla.

A otra mamá inolvidable la representó Kathleen Turner en el papel de Beverly Sutphin, en Ten cuidado con mamá (Serial Mom, 1994) del cineasta de culto John Waters. Esta sátira retoma a la madre sobreprotectora aunque de forma extrema, cuando Beverly asesina a quien pretende interponerse en la estabilidad de su familia.

Con Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000) Darren Aronofsky llevó al celuloide a una madre difícil de comparar: Sara Goldfarb (Ellen Burstyn, quien en El exorcista ya había sorprendido con su actuación como la mamá de Regan, la joven poseída). La señora Goldfarb ve superada la preocupación por adelgazar que por la adicción de su hijo Harry a la heroína, lo cual la orilla a depender de anfetaminas y sedantes. Aun en su pérdida de la realidad queda claro que el sueño de Sara es tener un final feliz al lado de Harry.

A simple vista, no a todos les resulta evidente que el eje motor de las dos partes de Kill Bill (Kill Bill: Volume 1, 2004, Kill Bill: Volume 2, 2004), de Quentin Tarantino, sea la maternidad, pues el leitmotiv es la venganza de La Novia (Uma Thurman). No obstante, el rencor de ésta se origina a partir del aparente asesinato de su hija nonata.

Exponiendo un ángulo más de la mujer como madre, Imelda Staunton interpreta magistralmente a la protagonista de El secreto de Vera Drake (Vera Drake, Mike Leigh, 2004), en donde la señora Drake es por un lado una amorosa madre de familia y por otro se encarga de efectuar abortos clandestinos.

La maternidad inesperada se plasma a la perfección en el drama-comedia Juno (Jason Reitman, 2007). Y de reciente estreno, Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, Lionel Shriver, 2011) enseña un lado duro de la maternidad cuando Eva (Tilda Swinton) debe lidiar con una escalofriante realidad: su hijo es un sociópata.

Mención aparte merece un director caracterizado por dar un gran peso a los roles maternos en sus filmes: Pedro Almodóvar. Gran parte de su filmografía da testimonio de ello, incluyendo la reciente y perturbadora La piel que habito (2011). Sobresalen Tacones lejanos (1991), Todo sobre mi madre (1999) y Volver (2006)

Madrecitas ‘de oro’

Durante la llamada ‘época de oro’, el cine mexicano se caracterizó por exaltar y repetir la imagen de la madre bondadosa, abnegada, sufrida y amorosa. Actrices como Marga López, Libertad Lamarque y Sara García se consagraron en papeles con esas características. No obstante, el celuloide azteca también ha tenido cabida para mamás controversiales. Por ejemplo en Angelitos negros (Joselito Rodríguez, 1948), donde la madre rechaza a su hija por su color de piel. O la que personifica Stella Inda en Los olvidados (Luis Buñuel, 1950), que antepone sus pasiones al bienestar de su hijo. Patricia Reyes Spíndola estelariza Los motivos de Luz, historia basada en hechos reales de una mujer acusada de asesinar a sus propios hijos.

REALIDAD DE PAPEL

El caso de la literatura es muy similar al del cine, en cuanto a la diversidad de matices que encontramos en los personajes maternos. No resulta extraño pues la relación entre ambas manifestaciones artísticas es muy estrecha. La literatura nutre considerablemente al cine, pues tan sólo de las cintas mencionadas, Stella Dallas, El bebé de Rosemary, Mamita querida, El resplandor, Réquiem por un sueño, Tenemos que hablar de Kevin e incluso Angelitos negros, fueron hechas a partir de novelas o autobiografías.

El escritor Antonio Álvarez comenta que ya desde la literatura antigua se daba a la madre un papel relevante y no necesariamente positivo. Para la tragedia griega Edipo Rey (c. 429 a. C.), de Sófocles es esencial Yocasta, la madre-esposa de Edipo. Eurípides creó Medea (431 a. C.), tragedia en la que ésta mata a sus hijos para evitar que sean cruelmente asesinados por alguien más.

Hablar de todos los textos que tienen a la mamá como protagonista o personaje esencial para la trama desde entonces y hasta hoy, requeriría muchísimas páginas. Por ello mencionaremos solamente algunas de las más representativas, como es el caso de La madre (1907) de Máximo Gorki, en la que por apoyar a su hijo Pavel, Pelagia se transforma poco a poco en un elemento esencial para el movimiento socialista. Del mismo año es La tía Tula, de Miguel de Unamuno; ahí la tía Gertrudis adopta el rol materno para con sus sobrinos, tras el fallecimiento de su hermana.

Álvarez remarca que en algunos libros las madres aparecen como figuras secundarias pero elementales. En Demian (1919) de Herman Hesse, Sinclair se enamora de Eva, la madre de Demian, a quien sólo se puede describir como “un ser extraordinario”. En Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez, aunque el personaje de Úrsula Iguarán no es el central, “es quien le da estabilidad y equilibrio, a toda la historia”. Lo mismo sucede con Clara Trueba en La casa de los espíritus (1982), de Isabel Allende.

A su vez, Doña Bárbara (1929) del venezolano Rómulo Gallegos y El graduado (1963) del estadounidense Charles Webb, muestran a mamás que dan prioridad a sus deseos por encima de los de sus hijas.

Vale la pena recordar que La casa de los espíritus, Doña Bárbara y El graduado han sido llevadas a la pantalla grande, junto a dos textos con madres temibles: Como agua para chocolate (1987) de Laura Esquivel y La casa de Bernarda Alba (1936), pieza teatral de Federico García Lorca.

MADRES HECHAS CANCIÓN

Con lo prolífica que es la música, no podía ser la excepción en tomar a la madre como inspiración para cuantiosas composiciones de todos los géneros, más allá de los gastados temas que la radio y la televisión nos repiten cada año en sus comerciales.

En la música del Romanticismo existen ejemplos como Canciones que mi madre me enseñó (1880) de Antonín Dvorák, pieza para piano y voz cuya breve letra exalta la tradición transmitida de madres a hijos. O Dolor maternal de Edvard Grieg (1864-1868), deslumbrante composición para piano y violín acompañada por un poema del danés Christian Richardt que retrata el duelo ante la pérdida de un hijo.

Robert Schumann compuso En mi corazón, en mi pecho (1840), sobre una madre fascinada por tener a su hijo y amamantarlo. Johannes Brahms escribió Réquiem alemán (1865-1868) inspirado por el dolor que le causaron las muertes de su madre y de Schumann.

La directora de orquesta Natalia Riazanova señala que entre la música popular del siglo XX hay también gran variedad de obras: Guillermo A. Michel compuso la zarzuela La fiesta de las madres. Ricardo García de A., el himno Besos y flores. En el legado del coahuilense Prócoro Castañeda tenemos al tango ¡Madrecita!

El pop y el rock del siglo XX están salpicados de canciones con referencias a mamás tanto ‘buenas’ como ‘malas’. En su famoso álbum Disraeli Gears (1967), el ‘supergrupo’ Cream grabó un tema tradicional cockney (del Este de Londres), Mother’s Lament, acerca de una madre cuyo hijo se ahoga en la bañera, por descuido suyo.

Julia, canción incluida en el álbum The Beatles (1968), fue compuesta por John Lennon en honor de su madre.

Por su lado, en Mother’s Littler Helper (Aftermath, 1966), los Rolling Stones sacaron uno de los ‘lados incómodos’ de la maternidad, al hablar de las mamás que temen envejecer y al no saber cómo lidiar con el cansancio se refugian en tranquilizantes.

Hay más. En la inconfundible Bohemian Rhapsody (A Night at the Opera, 1975), tema imprescindible en la discografía de Queen y en la escena musical contemporánea, Freddie Mercury expone la desgarrada confesión de un hijo a su madre. Mientras que el track Mother del álbum conceptual The Wall (1979) de Pink Floyd, autoría de Roger Waters, muestra un diálogo entre el protagonista de la historia y su madre, donde ella lo reconforta. El lado contrario está en Mother de The Police (Synchronicity, 1983) donde Andy Summers puso letra y voz a un joven que se dirige a su dominante madre, reclamándole la forma opresiva con que lo trata.

Blind Man’s Zoo (1989) de 10,000 Maniacs contiene Eat for Two, composición de Natalie Merchant que retrata a una joven enfrentando un embarazo no deseado. Mother de Tori Amos (Little Eartquakes, 1992), tiene a la hija que actúa en contra de su voluntad por seguir los sueños de su mamá. Suzanne Vega canta sobre la esperanza que le provoca el nacimiento de su hija en Birth-day (Love Made Real) (Nine Objects of Desire, 1996). Patti Smith honra a su difunta madre en Mother Rose (Trampin’, 2004).

En su álbum de 2007 Book of Longing, el genio minimalista Philip Glass reunió una serie de canciones basadas en poemas de Leonard Cohen, entre ellas Mother Mother.

UN TEMA QUE RENACE

La figura de la madre tiene una presencia constante y universal en las diversas manifestaciones artísticas. La forma de mostrarla no encaja en una sola etiqueta, pues conforme la sociedad avanza se ha entendido que la posibilidad física de concebir y dar a luz no dota de un aura intachable a la mujer, quien como ser humano está movida por una serie de elaborados dinamismos internos. La Antropóloga Leonor Domínguez comenta que actualmente la visión de la madre ya no es la de “un ser totalmente bueno o malo; es sencillamente una persona y como tal es capaz de alcanzar la virtud y la iluminación, y también de cometer el acto más abyecto. El arte pone frente a nosotros una imagen más correctamente dimensionada de ello”.

La abundancia de las creaciones artísticas sumadas a lo largo de la Historia, nos permiten vislumbrar que la maternidad no sólo ha sido fuente constante de inspiración para el arte, sino que aún queda mucho por decir al respecto. Los artistas seguirán encontrando maneras diferentes para hacerlo, haciendo posible que a través de sus obras tengamos una perspectiva más amplia de todas las implicaciones que trae consigo el acto de traer vida al mundo.

Fuentes: Doctora en Historia Teresa del Conde, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y miembro de número de la Academia de las Artes; Licenciada en Historia del Arte y Maestra en Estudios Latinoamericanos Rocío Guerrero, curadora en Arte y Gestión Producciones, A. C.; Licenciada en Antropología y Maestra en Desarrollo Humano Leonor Domínguez, catedrática e investigadora de la Universidad Iberoamericana Laguna; Licenciado en Comunicación Héctor Becerra, gerente de producción de Grupo Radio Estéreo Mayrán, director artístico de EXA FM y conductor del programa radiofónico Filmanía; catedrático y periodista cultural Antonio Álvarez Mesta; escritor Saúl Rosales Carrillo, Director de Bibliotecas Públicas Municipales de Torreón; Natalia Riazanova, Directora de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Torreón.

Fernando Botero, La Maternidad, 1996.
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William Adolphe Bouguerau, Joven madre mirando a su hijo, 1871.
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Claude Monet, La caminata, mujer con sombrilla, 1875.
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La piel que habito, 2011.
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Los olvidados, 1950.
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Edipo Rey.
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Maternidad hecha arte
Maternidad hecha arte
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Gertrude Kasebier, Adoración, 1898.
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Rafael, Madonna Soxtina, 1513-1514.
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Pierre Auguste Renoir, Gabrielle y Jean, 1895-1896.
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Pablo Picasso, Retrato de la madre del artista, 1896.
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Gustave Klimt, Esperanza II, 1907-1908.
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Frida Kahlo, La cama volando, 1932.
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