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El libro exprés

JUAN VILLORO

El pasado 8 de diciembre me convertí en coautor de un libro que se editó en tiempo real ante mis ojos. La aparición sucedió en la librería McNally Jackson de Nueva York.

Todo empezó gracias a las escritoras chilenas Lina Meruane y Soledad Marambio y al librero uruguayo Javier Molea. Los tres viven en Nueva York dispuestos a poner en práctica el aforismo de Paul Éluard: "Hay otros mundos, pero están en éste". En otras palabras, decidieron crear una plataforma digital -tan apátrida como ubicua- para autores latinoamericanos.

El proyecto de Lina y Soledad es suficientemente atrevido para merecer un elogio extremo: Brutas Editoras. Su logotipo es una sonriente prótesis dental.

Por su parte, Javier consideró que los clubes del libro, las tertulias literarias y la sección en español que gestiona con éxito en McNally Jackson no bastaban para animar las letras. Amparado en un personaje de Onetti (un médico vencido por la fatalidad que consuela al mundo traficando con morfina), creó el sello de poesía Díaz Grey. Como tampoco esto calmó su adicción literaria, se sumó a los afanes de Brutas Editoras.

La patria básica de este empeño es Internet. Nada más lógico que incluya una colección sobre lugares lejanos. "Destinos cruzados" se inició con textos de Lolita Bosch y Alberto Olmos sobre Japón. En el segundo libro, Berlín dividido, comparto espacio con la escritora argentina Matilde Sánchez, autora de La canción de las ciudades y Los daños materiales y periodista de Clarín. Matilde vivió en Berlín Occidental en 1986 y yo en la parte oriental de la ciudad, de 1981 a 1984. Esto nos permitía ofrecer versiones complementarias de una misma época y de un territorio cuya identidad, como la del vizconde de Calvino, estuvo partida en dos.

En su versión de los hechos, Matilde Sánchez se ocupa de un mexicano que parece escapado de la serie Seinfeld: va a un balneario nudista a espiar intangibles bellezas desnudas y, posiblemente, cede al placer compensatorio de orinarse en el agua.

El nudismo también forma parte de mis crónicas. Sin llegar a los entusiasmos del paisano que conoció Matilde, me sorprendió que mientras la OTAN instalaba cohetes atómicos capaces de llegar en unos minutos a Moscú, los alemanes se broncearan en los parques hasta adquirir el convincente tono de un jamón curtido. Como de costumbre, Hollywood contribuyó al espíritu de la época con una trama paranoica y aniquiladores efectos especiales. En Berlín Occidental se exhibía El día después. Una extraña ronda de Eros y Tanatos ocurría en la ciudad donde las superpotencias se rozaban con las yemas de los dedos. Ante la eventualidad del apocalipsis, los cuerpos no se tendían en la hierba como objetos del deseo, sino como un anuncio de la radiación que sembraría cadáveres despellejados.

Berlín dividido se edita en una máquina que aún se encuentra en fase de prototipo: la EBM, Espresso Book Machine. Hasta la fecha hay 80 modelos de este tipo, casi todos en universidades y uno en la librería McNally Jackson. La formación tipográfica se hace por computadora (actualmente, la EBM tiene almacenados siete millones de títulos, casi todos de dominio público, y puede imprimir 50 libros distintos en un día). Al asociarse con McNally Jackson, EBM busca no apartarse del todo de las librerías que aún tienen paredes y donde la gente entra a curiosear, a conocer a alguien o a beber un capuchino. Ciertas elecciones surgen por antojo, cuando las tienes en frente. EBM no quiere privarse de los clientes que estudian un libro como quien sopesa una naranja. La idea es operar en el doble plano de lo global y lo local, lo que se pide por correo y lo que se compra después de ser tocado.

En el sistema de publicación sobre pedido, el editor apenas hace gastos previos. No necesita comprar papel, ni contratar un almacén, ni colocar los volúmenes en una red de librerías. El libro se anuncia por Internet y sólo se imprime cuando tiene comprador. La fórmula puede dar insólito impulso a la edición independiente y la autoedición, pero también a las editoriales establecidas, interesadas en repartir su catálogo entre obras impresas -que suponen un gasto fijo- y otras generadas de acuerdo con la demanda (para enero de 2012, Harper Collins ofrecerá 4 mil títulos sobre pedido).

En la presentación del 8 de diciembre ocurrió lo que suele ocurrir con la alta tecnología, incluyendo el Apollo XIII. La máquina se descompuso y sólo había unos cuantos ejemplares disponibles. Sin embargo, a sus méritos de traficante de poesía, Javier Molea agregó los de mago industrial. La impresora volvió a funcionar y la gente se formó como si hiciera cola para comprar el pan. En cuatro minutos su ejemplar quedaba listo. Dos variantes de la cultura se mezclaron en la operación: el atavismo de ver cómo se produce un instantáneo producto artesanal y la modernidad de que eso sea un libro.

Como las recompensas de los cuentos de hadas, los libros de Brutas Editoras sólo existen cuando se desean. Se pueden solicitar a

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