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Partidarios de Saddam esparcen odio en Iraq

El País / Agencias

BAGDAD, IRAQ.- Un día después de que se anunciara la captura del ex presidente iraquí Saddam Hussein, la resistencia volvió a golpear en Bagdad. Como objetivo, eligió otra vez a la policía iraquí, más vulnerable a los ataques que las tropas de la coalición. Dos coches bomba contra las comisarías de dos barrios de la capital causaron diez muertos y al menos 28 heridos. “Maté al conductor, pero no pudimos evitar la masacre”, se lamentaba ayer Ali Jasm Abeed, un agente de 31 años.

A las 7:55 de la mañana (hora local), se encontraba de guardia en la esquina de la comisaría principal de Husseiniya, un suburbio con casi medio millón de habitantes al noroeste de Bagdad. Un Toyota Land Cruiser, pintado de naranja como los taxis de la capital, vino hacia él a toda velocidad. Su único ocupante era un joven con cazadora y barba. Ali le dio alto pero, en vez de frenar, aceleró. “Le disparé con mi Kalashnikov y pude ver cómo el conductor caía sobre el volante, pero el coche siguió avanzando, ya sin control, y fue a estrellarse contra el Toyota blanco del comisario, aparcado frente al cuartel”, explicó.

En ese momento, estaban presentes un centenar de policías, de los 160 que integran la plantilla. Media docena vigilaba delante del edificio y los demás estaban en el interior, pasando revista. El teniente acababa de bajarse de su Honda rojo y se disponía a entrar en comisaría. La explosión arrojó a Ali contra el suelo, pero le produjo ninguna lesión.

Dos horas después, el coche del teniente seguía atravesado en medio de la calle con la chapa agujereada y los asientos destrozados. El Toyota del comisario se había convertido en un montón de chatarra. Del taxi no quedaba nada, sólo un cráter de tres metros de diámetro y uno de profundad en el asfalto, y una pieza del motor que fue lanzada por la onda expansiva dentro de la comisaría. Los expertos calculan que el vehículo llevaba entre diez y 15 kilos de TNT. La familia de Ali escuchó un fuerte estampido desde su casa, a siete kilómetros de distancia.

Cuando consiguió ponerse en pie, vio a sus nueve compañeros muertos: el teniente y ocho agentes, de entre 26 y 30 años. Uno de ellos se había casado recientemente y era padre de una niña de pocos meses. Todos habían nacido en el barrio. Los 20 heridos, algunos de ellos graves, fueron trasladados al hospital Iman Hussein y al de Baquba en los coches particulares de varios vecinos. Del suicida, sólo se pudo recuperar un pie y parte de la cara. “Esa gente no son de aquí, son fanáticos que se creen que haciendo esto van directos al paraíso”, explicaba Ali. “Van al infierno”, le interrumpió un anciano, “porque el Islam prohíbe el suicidio”.

El edificio policial, de dos plantas, había sido remozado hace sólo un mes. Todo el mobiliario era nuevo y se habían instalado equipos de aire acondicionado. El atentado lo dejó inservible. Las puertas y los marcos de las ventanas habían desaparecido. El muro que le servía de parapeto se había derrumbado. Los techos de escayola y los tabiques de ladrillo estaban tirados por el suelo. Los agentes supervivientes se paseaban, sin saber qué hacer, entre los escombros y los curiosos.

Más fortuna tuvieron sus compañeros de Al Amiriya, otro barrio al oeste de la capital. A las 8:30 de la mañana (hora local), poco más de media hora después del primer atentado, dos coches intentaron forzar la entrada de la comisaría. Los policías abrieron fuego y uno de los vehículos se dio a la fuga, pero el segundo explotó, causando heridas a ocho agentes. El primer coche, que se encontró más tarde, también estaba cargado de explosivos.

Estos dos ataques no fueron los únicos sufridos ayer por la policía iraquí en Bagdad. Ya por la tarde, dos comisarías del barrio suní de Adamiya, al norte de la capital, fueron atacadas “con armas automáticas y lanzagranadas desde los tejados próximos”, según explicó el oficial Haidar Zuheir, quien aseguró que los agresores eran partidarios de Saddam.

El final del ex dictador

Apenas 24 horas después de dirigir con toda solemnidad un mensaje a la nación para valorar “la crucial” captura de Saddam Hussein, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, ha vuelto a comparecer pero esta vez ante la prensa para responder a algunos de los interrogantes que abre la caída del ex dictador iraquí. Sobre el destino de éste, ha adelantado que buscará en estrecha colaboración con el pueblo iraquí la manera de juzgarlo de forma justa y dentro del respeto absoluto a las normas internacionales.

“Serán los ciudadanos de Iraq los que decidan la suerte de Saddam”, ha señalado el líder estadounidense, que no ha querido dejar sin embargo lugar a sospecha alguna sobre la limpieza de este proceso: “Debe ser público” y “justo”, y en cualquier caso caerá bajo “el escrutinio (de la comunidad) internacional”.

Bush comenzó su intervención durante una rueda de prensa señalando de nuevo las mejoras que el cambio de régimen ha supuesto para el pueblo iraquí, “que ahora puede concentrarse ya en crear una nación que se autogobierne”. Pero enseguida ha querido capitalizar la captura de Sadam Husein de cara a las elecciones del próximo mes de noviembre, calificándola como “el hito perfecto para cerrar un 2003 en el que Estados Unidos es una nación más segura y próspera”.

Solventada esa cuestión, Bush ha querido dejar claro que sus tropas seguirán en Iraq “hasta que hayan cumplido su cometido”, un mensaje que sobre todo quiere que le quede claro al pueblo iraquí y a los que “traten de asesinar para que salgamos huyendo”. Respecto al número de soldados destacados allí, es una decisión que “un Presidente, en tiempos de guerra”, debe dejar en manos de los militares. Preguntado sobre la colaboración nacional, Bush ha destacado que ya hay más de 60 países involucrados en la tarea pero sigue “buscando la ayuda de otros, ya sea con soldados, contratos o préstamos, puesto que un Iraq libre es beneficioso para sus intereses nacionales al hacer que el mundo entero sea más pacífico”.

La sombra del 11 de septiembre ha planeado por toda su intervención. “Nunca voy a olvidar esa lección, voy a encarar las amenazas que surgen ahora y son reales”, ha señalado Bush, que se ha escudado en la necesidad de proteger el país contra el peligro de Saddam Hussein para justificar la guerra. ¿Y las armas de destrucción masiva? Ante esa pregunta, el líder estadounidense ha apelado una vez más al criterio de Naciones Unidas, que decidió en su día que el régimen de Saddam Hussein las tenía, según ha dicho, y que el dictador suponía un peligro para el mundo. La Organización de las Naciones Unidas le conminó a desarmarse, y eso es lo que ha hecho Estados Unidos: “Desarmarlo”. Tras las contundentes palabras del administrador civil de Iraq, Paul Bremer, que anunció la captura del ex presidente iraquí con una frase destinada a convertirse en icono del siglo naciente (“We got him”, o sea, “lo tenemos”), Bush trazó ayer las líneas generales de la interpretación que Estados Unidos quiere dar a esta captura.

Cuatro minutos le sirvieron al líder estadounidense para cerrar una página de la historia (iraquí, aunque también nacional y familiar), “oscura y dolorosa”, pero dejar en el aire la resolución de un problema más grave para sus intereses, los ataques de la resistencia contra las tropas ocupantes.

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