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ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

Por: Jacobo Zarzar Gidi

En la Plaza de San Pedro, el 24 de abril de 1994, Juan Pablo II, con su autoridad apostólica concedió que la venerable Sierva de Dios Gianna Beretta Molla, pueda ser llamada Beata. Entre los miles de peregrinos y en un lugar privilegiado están Pietro Molla, su marido -director de una empresa industrial en Milán, y sus hijos, que aplauden más fuerte aún: Pierluigi, María Zita, Laura Enrica y la más pequeña, Giannina, que tiene mucho que ver en esta historia.

Fue la primera vez que un Papa elevó a los altares a una madre de familia que ha ido semanalmente al mercado, conducido su propio automóvil para llevar los niños al colegio o al dentista; que ha firmado cheques para gastos familiares y que ha visto televisión, además de trabajar fuera de casa, con los apuros normales de una familia de la clase media. Es una mujer metida de lleno en los avatares e incidencias de cualquier familia: lleva a cabo treinta y seis cosas por la mañana y veintinueve por la tarde, incluido que los niños hagan la tarea, se bañen, cenen y se acuesten. Aunque quiere mucho a sus hijos, de vez en cuando les pega un grito, porque, a veces son inaguantables y le colman la paciencia. Más tarde, ha de esperar a su esposo y comentar en la sobremesa de la cena los sucesos del día y otras preocupaciones. A veces está agotada y le duele la cabeza, pero es feliz. Años más tarde, Gianna -con mucha oración, logra la conversión de su esposo Pietro. Está más enamorada de él que cuando eran novios. En aquella casa cada día pasa más o menos lo mismo, pero con amor distinto. Sin saberlo siquiera, Gianna va que vuela a la santidad, a esa meta que está más al alcance de lo que solemos imaginar, porque la santidad es para todos, incluso para cualquier ama de casa.

Gianna se supo siempre llamada por Dios a la vocación de madre de familia. Su esposo recuerda que al poco tiempo de hacerse novios, ella le escribía en una carta: "Quisiera hacerte feliz y ser la que tú deseas: buena, comprensiva y preparada para los sacrificios que la vida nos pida. Quiero formar una familia verdaderamente cristiana". Pasados los años, Pietro declarará: "Durante los seis años y medio de matrimonio, lo que más me impresionó fue que era muy trabajadora, y el sagrado respeto que tenía por la vida -don maravilloso de Dios. Me llamó la atención su confianza plena en el Señor y su gran alegría cuando nacían los hijos".

Esta madre de familia también vive en las entrañas del mundo que le rodea. Antes de casarse en 1955, hace estudios de medicina en Milán y Pavía, y se especializa en pediatría. Es fuerte y equilibrada. Por si fuera poco, saca tiempo para otras preocupaciones y aficiones: le gusta la montaña y es esquiadora experimentada. Tiene muchos intereses culturales, ama sobre todo la música, toca el piano, de vez en cuando pinta algunos cuadros y asiste al teatro. Y como es muy organizada, otros ratos de la semana se le van en conferencias para jóvenes y obras sociales a favor de ancianos. Tiene vida espiritual intensa donde hay tratos con Dios y normas diarias de piedad que se entrelazan en el propio quehacer. "Quiero temer el pecado mortal -dirá alguna vez, como si fuese una serpiente; mil veces morir antes que ofender al Señor".

Algo hay en ella que se nota a leguas: una personalidad sencilla y atractiva, un rostro siempre sonriente y una extraordinaria naturalidad.

Al tercer mes del cuarto embarazo, un fibroma en el útero amenaza la vida de su hijo. Como médico, Gianna sabe muy bien de qué se trata: deberá internarse en el hospital y someterse a una seria operación quirúrgica para extraerle el tumor. Como solución rápida y segura del problema los médicos aconsejan el aborto, pero Gianna insiste: "No lo permitiré jamás, no se preocupen por mí, lo importante es que la criatura vaya bien". Gianna sabe muy bien que, si peligra la vida de la madre, no es lícito moralmente practicar el aborto, como si se tratara de elegir: o la vida de ella o la de la niña. En esos casos no hay que intentar directamente la muerte de nadie, sino poner todos los medios para salvar a los dos, aunque luego por circunstancias ajenas a la voluntad muera uno o ambos. ¿Por qué? Porque cada vida humana es individual, cada ser humano desde el seno de su madre tiene el derecho inalienable de existir: nadie puede decidir por otro, que está por nacer, si ha de vivir o no… Por lo menos habría que preguntarle antes al niño, por el aparato de ultrasonido -si esto fuera posible, si está de acuerdo en desaparecer de este mundo…

Es importante conocer los números escalofriantes de abortos que se cometen cada año: se calcula un total de 50 millones en el mundo entero. Se ha dicho muchas veces, con razón, que vivimos en una civilización de la muerte, de verdugos, porque los llamados seres humanos damos continuamente muerte a nuestros propios hijos. Cementerio de indefensos, cuyos rostros ni siquiera sus propias madres conocieron, aceptando o cediendo a presiones para que se les quitara la vida antes de nacer. Pese a ello, ya tenían la vida, ya estaban concebidos y se desarrollaban bajo el amparo de sus madres, sin presentir el peligro mortal que les acechaba.

Gianna Beretta se sometió el 6 de septiembre de 1961 a la operación para extraerle el tumor. Llena de confianza en Dios prosiguió su embarazo. Los siete meses siguientes estuvieron llenos de molestias y riesgos. El 21 de abril de 1962 dio a luz a su hija Giannina. Una semana después, el 28 de abril murió a consecuencia de las complicaciones. De esa manera se convirtió en mártir del amor materno.

Gianna amaba profundamente la vida, pero se hizo este razonamiento que sólo entiende una madre embarazada con varios hijos: "el hijo que tengo en el vientre tiene los mismos derechos a vivir que mis demás hijos, e incluso más porque éste sí que tiene una absoluta necesidad de su madre. Si yo me muero por continuar con mi embarazo, no soy injusta con ellos ni con mi esposo. "Dios no puede contradecirse: El mismo que ha dicho "No matarás", es el que me manda respetar la vida que me ha confiado y está por nacer".

Pasaron dieciséis años desde la muerte de Gianna, cuando el entonces Arzobispo de Milán y los 16 obispos de la conferencia de Obispos de Lombardía, pidieron la introducción del proceso de beatificación de esta mujer que fue declarada "ejemplo de gran actualidad en este mundo nuestro, donde el derecho a la vida se desconoce y se niega". Beatificada en el año 1994 por Juan Pablo II, la propuso como modelo para todas las madres, resaltando el valor heroico que demostró al dar su propia vida para que su hijo naciera.

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