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COMBATAMOS LA DEPRESION

POR JACOBO ZARZAR GIDI

La depresión es la enfermedad de la tristeza. No se trata de una enfermedad de características definidas, sino de un trastorno que puede manifestarse de muchas formas, pues afecta a lo más profundo del ser humano y cada uno guarda en su interior un estilo propio e irrepetible cuyas particularidades se manifiestan tanto en su personalidad como en los desórdenes que sufre.

La depresión constituye la gran epidemia de la sociedad moderna. El que la sufre no tiene ganas de ponerse en actividad y de hacer algo, padece un abanico de sentimientos negativos que le agobian, como la pena, la melancolía, el quebranto, el desencanto, la desilusión, el abatimiento, la falta de energía, y la ausencia de entusiasmo. Todo ello se complica cuando existe una personalidad depresiva, que es una forma de ser característica, con propensión a sufrir tristeza. Los que la sufren sienten que alguna situación se torna insoportable, negativa, frustrante, llena de sin sentido y no pueden fácilmente salir de ella.

El que no ha padecido una auténtica depresión no sabe realmente lo que es la tristeza, uno de los sentimientos más complejos en el ámbito de la psicología -siempre escoltado por la pena que se intenta ocultar muchas veces con una sonrisa-; y por el desconsuelo -al verse sumido en un paisaje interior negativo con serias dificultades para proyectarse hacia el futuro-.

El perfeccionamiento de la persona es lo que nos lleva a la felicidad, como si fuera un marcador que nos avisa de que la vida va por el rumbo positivo correcto. Recordemos que hay tres niveles que se constituyen en antagonistas de la tristeza: "El placer" -que es transitorio y que afecta más al cuerpo que a la mente-, "la alegría", -sentimiento superior y consecuencia de haber alcanzado algún objetivo por pequeño que sea-, y "la felicidad" -que es el fin de la educación y la meta que todas las culturas de la

Historia han perseguido-. La alegría está por encima del placer, pero por debajo de la felicidad.

"La felicidad" está en alcanzar la máxima cima posible para cada cual, por medio de una verdadera ingeniería de la conducta. Se trata de la aspiración más universal que existe y, a la vez, la más difícil de conquistar.

Cada época tiene sus enfermedades específicas. En la que vivimos ahora parece que la depresión ha alcanzado su apogeo. En nuestros días, millones de personas en todo el mundo se sienten afectadas por ella y no encuentran forma de librarse de su opresión. Recordemos que no es lo mismo la tristeza justificada por la muerte de un ser querido, por un revés de fortuna o por una ruptura afectiva, que aquella tristeza sin motivo que viene de pronto y se instala en el primer plano de nuestra personalidad. Si un día la sentimos, intentemos salir cuanto antes de ese laberinto tenebroso de brumas inciertas y pensamientos negativos que conducen a un túnel de complicada escapatoria.

Con una actitud positiva y esgrimiendo la bandera de la ilusión, podemos mantener encendida la vela de la esperanza.

La auténtica felicidad no se encuentra al alcance de nosotros los humanos, por lo menos durante el tiempo que vivamos aquí en la Tierra. Los altibajos, frustraciones, dificultades, sinsabores, errores, etc., son inevitables. En nuestras manos está el saber encauzar esos fracasos y aprovecharlos como experiencia de la que debemos sacar valiosas enseñanzas. No debemos dejarnos dominar por el desánimo, incluso en las circunstancias más difíciles podemos crecernos ante las dificultades, mirando siempre hacia adelante con esperanza en el porvenir.

Es probable que la presencia silenciosa e inevitable de la muerte en nuestra vida sea también motivo de depresión. Ahí la tenemos aguardando siempre el momento menos esperado para darnos el zarpazo y sorprender a los nuestros. El antídoto contra ese temor que produce depresión es una fe fuerte y vigorosa en Dios… y como consecuencia en la vida eterna.

La felicidad es el objetivo de la existencia humana. Es un proceso que exige orden, constancia, voluntad, y motivación. Se obtiene:

-Minimizando los fracasos y valorando hasta el menor de los logros.

-Tomando las cosas de la vida con sentido del humor.

-Conociéndonos a fondo, puliendo, quitando, añadiendo, mejorando y afinando aspectos, porque una personalidad madura es un gran antídoto contra la depresión.

-Desarrollando lenguajes interiores positivos que nos empujen a lo mejor. Recordemos que los que siembran con lágrimas, segarán cantando.

-Fortaleciendo la voluntad. Una persona con fuerza de voluntad llega en la vida más lejos que una persona inteligente; si la voluntad está entrenada en un espíritu de lucha constante, deportiva y alegre, será capaz de ponerse retos, exigencias, metas y objetivos concretos.

-Superando con inteligencia las crisis de la vida, incluyendo las que surgen con la edad; comprendiéndonos a nosotros mismos, teniendo capacidad para rectificar, perdonándonos y dándonos por enterados que el avanzar de los años sanará casi todas las heridas, porque "nada es para siempre".

-Teniendo una concepción correcta del tiempo, formando una ecuación sana, equilibrada y armónica con el pasado, presente y futuro. Una persona madura es aquella que vive instalada en el presente, tiene asumido y superado el pasado con todo lo que eso significa, y vive empapada y abierta hacia el porvenir.

-Contando con el apoyo de la familia y de los amigos, porque la familia debe ser el recinto privado donde se aprende a amar y donde mejor se siente uno comprendido. Si se siembra afectividad, confianza y perdón… se recoge eso mismo.

-Buscando el verdadero sentido de la vida. Para ello es necesario descubrir qué es la vida, en qué consiste, para qué vivimos, hacia dónde vamos, de dónde venimos, conocer y amar la verdad, buscar lo que no es transitorio, ni pasajero, ni momentáneo, ni anecdótico… en resumidas cuentas: Buscar a Dios, encontrarlo y amarlo. Para conseguirlo, descubramos la presencia del Señor en nuestra vida cotidiana.

Vivimos en una sociedad que tiene prisa, pero que desgraciadamente no sabe adónde va, desorientada en las cosas fundamentales de la vida e inmersa en una búsqueda de placeres que la va destruyendo.

Es importante educar a los hijos con los pies bien puestos sobre la tierra. Algunos padres de familia cometen el gravísimo error de desubicarlos, haciéndoles creer que cuando sean grandes tendrán las mayores comodidades del mundo… "porque las merecen", y que serán muy ricos… "porque así han sido sus ancestros". Tomando en cuenta que el dinero va y viene, pero casi siempre se va, la verdad es que ellos conseguirán únicamente lo que resulte de su esfuerzo, de su trabajo, de su habilidad para negociar, de su dedicación, de su audacia, de su constancia y de su sacrificio personal. Todo lo demás -incluyendo esos equivocados presagios de sus padres- solamente les hará daño, y les creará un profundo vacío existencial muy difícil de llenar, que los puede conducir a la amargura, al desánimo, a la depresión… e incluso al suicidio.

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