No faltaron. Los alebrijes no podían faltar en el festejo mexicano en el Distrito Federal.
Julio Ferra, un joven veinteañero, originario de Guanajuato, llegó en las primeras horas del 15 de septiembre al Zócalo capitalino. Junto a unos 20 amigos se instaló en la primera valla para ver el grito bicentenario lo más cerca posible.
"Llegamos a la una de la mañana y aquí nos quedamos. Lo que queríamos era estar hasta adelante", cuenta asoleado y entre apretujones, pero con una gran sonrisa. Una valla separa de los reporteros a Julio y a las 65 mil almas que, según la Secretaría de Seguridad Pública del DF, abarrotaron el sitio que ha visto pasar la historia de México.
El grupo no durmió. Se alimentó de "chatarra" todo el día y soportó los rayos del Sol cayendo a plomo, pero logró su cometido. Ante sus ojos pasaron los 33 carros alegóricos de la fastuosa caravana Bicentenario, mariachis, grupos de teatro y la ceremonia del Fuego Nuevo con que inició la celebración.
Desde el mediodía, el ánimo festivo visitó los alrededores del Centro Histórico. Vendedores, paseantes nacionales y extranjeros con trenzas o bigotes falsos intentaban lo que para muchos fue proeza: ingresar al Zócalo.
Tres cercos de seguridad separaban a la gente de su objetivo. El primero, en Madero y Eje Central, donde personal del Gobierno del DF los revisó con detectores de metales. El segundo, enclavado en la calle de Bolívar, fue similar, pero el tercero fue el más riguroso de todos.
En la esquina con la calle de Palma, elementos de la Policía Federal dividían a hombres y mujeres. Cuatro arcos de seguridad hicieron la detección de metales que no fue suficiente. Unos pasos más adelante, los desatinados que llevaban bolsos o mochilas fueron nuevamente revisados.
Cerca de las 14:00 horas, una voz femenina invitó al público a disfrutar la fiesta con respeto y orden, pero también, a atender algo que las aves de mal agüero vaticinaron y que (hasta el cierre de esta edición) no ocurrió: una posible emergencia.
"En caso de emergencia, les pedimos mantener la calma y seguir las instrucciones del personal de seguridad y protección civil", dijo la grabación.
MEXICANOS DE PRIMERA Y DE SEGUNDA Si bien el Zócalo estuvo copado por 65 mil almas, a unos 300 metros del balcón presidencial, hubo privilegiados que no sufrieron tumultos ni apretujones. Cerca del edificio, unas gradas fueron reservadas para militantes panistas, mientras que en el cerco siguiente, empleados del Gobierno Federal (cien por cada dependencia) pudieron pasar a un área menos llena, identificados por una pulsera. Sin embargo, todos tuvieron que esperar por igual para dar inicio al festejo.
A las 16:23, la Ceremonia del Fuego Nuevo marcó el comienzo. Unos 40 abuelos indígenas llegados de varios puntos de la república, oraron a los ancestros prehispánicos. En sus rezos pedían un México en paz.
Con una danza prehispánica, los "abuelos" se despidieron para dar paso a diversos espectáculos que poco llamaron la atención de los presentes. La alternativa fue formar su propia fiesta, y en grupos, bailaban al son que les tocaran, pero las danzas en zancos, los mariachis y las danzas folclóricas del escenario, apenas fueron atendidos.
Pero si en esta noche hubo un espectáculo desdeñado, e incluso abucheado, ése fue la coreografía masiva del tema de Aleks Syntek, 'El futuro es milenario'. Junto a voluntarias en minifaldas blancas, la brasileña Renata Vieitas se deshizo en aplausos, saltos y abrazos, pero el resultado fue un movimiento desordenado.
PRENDE LA FIESTA Cerca de las 21:00 horas, el desfile que horas antes recorrió Reforma, arribó al Zócalo y fue hasta entonces que el público cambió la cara.
Los aplausos estallaron hasta que se presentaron los espectáculos El Árbol de la Vida, representación de los juguetes y la alegría mexicana. Posteriormente, las bocas se abrieron en gesto de sorpresa ante el gigantesco Coloso, que intentó transmitir la capacidad del pueblo mexicano para ponerse en pie.
Pero lo que de verdad sorprendió, fue la danza aérea titulada 'Vuela México', donde en una alegoría de un México desorganizado y sin guía, un líder logra llevar al grupo a una danza de armonía en la que, con sus cuerpos, forman la palabra "México". Una veintena de acróbatas en una red, volaron en una coordinación que buena falta le hace al país.
Y entre espectáculos coloridos, los presentes esperaron las once de la noche para dar el grito y olvidarse por un momento de las tribulaciones del país. Al menos, 65 mil mexicanos, dejaron la creencia de que México no tiene nada que celebrar, y aguardaron el momento en que el presidente Felipe Calderón, saliese a dar el ¡Viva México!
