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La fase terminal

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Puede no parecerlo, pero la administración calderonista ha entrado en su fase terminal.

Los recientes ajustes en el Gabinete como en el equipo más próximo al presidente de la República sugieren una toma conciencia de aquella ineludible realidad. Sólo sugieren porque, aun cuando los cambios recayeron en áreas tan sensibles como la gobernación, la comunicación y la organización gubernamental y presidencial, se operaron sin hacer explícitas las causas del relevo, sin anunciar cómo se quiere cerrar y, desde luego, sin garantizar que los nuevos titulares de las áreas tengan el perfil idóneo para ir a donde el mandatario quiere llegar.

Se hizo valer de nuevo el cómodo, pero vacuo recurso de despedir por buenos a los que se fueron y de recibir por mejores a los que llegaron. Así, como si a lo largo del sexenio cada cambio en el equipo de trabajo hubiera supuesto una mejora en la eficacia del gobierno. Se echó mano de ese recurso como también de otro muy socorrido: privilegiar la amistad y la lealtad por encima de la capacidad y la experiencia.

Valga el absurdo, los cambios no implicaron un cambio sino sólo un relevo.

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Probablemente, en el curso de los próximos días, el mandatario participe cómo pretende cerrar su mandato.

Al menos, la costumbre presidencial es ésa: dejar pasar algunas semanas para, a criterio, perfilar qué se quiere. Tras el revés electoral del año pasado, el presidente Felipe Calderón aguardó hasta septiembre para, entonces, proponer aquel decálogo que quedó como un recuerdo. Quizá ahora haga lo mismo, pero ahora el calendario presiona mucho más la agenda y dejar pasar los días es simple y sencillamente perder el tiempo.

En efecto, al sexenio le quedan casi dos años y medio para concluir, pero no hay ese tiempo para dar estabilidad, gobernabilidad y seguridad a la ciudadanía y a los candidatos ante la próxima elección presidencial.

Menos de año y medio hay para acotar al crimen y evitar que el campo político sea campo de terror y violencia.

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Tanto en público como en privado el mandatario ha expresado su deseo de transformar la guerra al narcotráfico en la lucha contra el crimen y de salir de la noción -prohijada por él mismo, aunque ahora lo niegue- de que esa guerra es la guerra del Presidente para convertirla en una política de Estado. Quiere consultar ahora, lo que decidió hace tiempo.

Está ese deseo como también el reconocimiento del serio problema de comunicación que arrastra. El daño provocado por él y por Maximiliano Cortázar a la política de comunicación tanto de la Presidencia de la República como del Gobierno en su conjunto ha dejado ver su elevadísimo costo: personalizar una política cuyos frutos lejos de madurar se pudrieron, reducir la acción de Gobierno a un solo frente, reducir el coro del Gobierno a una voz, limitar la comunicación oficial a fastidiosas campañas de publicidad. No se quiere recibir de vuelta el boomerang lanzado.

Más allá de los deseos y los reconocimientos presidenciales, el calendario obliga a identificar como prioridad la necesidad de crear, dentro de lo posible, las mejores condiciones para evitar que la violencia criminal encuentre una enorme oportunidad en la sucesión presidencial y transforme la sana incertidumbre electoral en la enferma incertidumbre política. No es lo mismo no saber quién resultará electo presidente de la República, que no saber si se podrá elegir a éste.

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En este punto es donde aflora la contradicción entre el deseo presidencial y la realidad nacional: el mandatario quiere que las cosas cambien, pero sin cambiarlas.

El mandatario está proponiendo un absurdo: abrirse al diálogo y al acuerdo particularmente en materia de seguridad pública y nacional, siempre y cuando se acepte hacer lo que se viene haciendo. Manifiesta disposición a rectificar pero, al mismo tiempo, defiende en sus términos la estrategia del combate al crimen. Cambia al responsable de la política interior instruyéndolo en torno a dos tareas: uno, fortalecer la política de seguridad, pero sin tocar al Gabinete que la opera; dos, construir los consensos necesarios para revisar la legislación electoral, después de usar el Gobierno como refuerzo del partido. Valora las cualidades del nuevo titular de Gobernación que son, dicho sin ánimo ofensivo, desconocidas por quienes serán sus interlocutores como también por quienes no lo serán.

Hay, pues, nuevas caras en el Gobierno, pero está por verse si hay nuevos cuerpos. Hay nuevos nombres, pero está por verse si hay nuevas ideas y acciones. Hay cambios, pero está por verse si escapa de la inercia.

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Con tan poco tiempo para asegurar la próxima elección presidencial, asombra la contradicción entre el discurso y la práctica política, se echa de menos la reflexión del jefe del Ejecutivo que venga en abono de lo que presuntamente se quiere hacer y llama la atención cómo se dejan pasar las oportunidades -frecuentemente las adversidades lo son- que podrían impulsar un nuevo entendimiento político entre los actores.

Los asesinatos políticos en Tamaulipas, el carro-bomba en Juárez, las matanzas en Torreón, el terror en Nuevo Laredo y Reynosa se miran como emergencias aunque no se atienden como tales y, por si ello no bastara, no se aprovechan ni para salir de la contradicción ni para generar esa atmósfera que todo cambio exige.

Con tanta vicisitud, con tanta adversidad, con tanta emergencia, 17 meses pueden parecer una eternidad, pero no lo son. En ese lapso, el presidente de la República está obligado a construir el valladar político y social para que la democracia no sea víctima también del crimen y él entregue por legado un cementerio.

No hay mucho tiempo y, aunque sin duda el mandatario querría hacer también otras cosas, la prioridad es ésa: brindar condiciones de estabilidad, gobernabilidad y seguridad a ciudadanos y candidatos en el 2012. No, otra.

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Desde luego, en esa prioridad cuenta y cuenta mucho la disposición y la actitud de los otros partidos y de los gobiernos estatales, pero si del Gobierno Federal, si del jefe del Ejecutivo no vienen señales y acciones claras bien comunicadas, exentas de contradicciones, a la violencia criminal se sumará la incertidumbre política.

La curva de aprendizaje de los nuevos funcionarios incorporados al equipo presidencial tiene, por las circunstancias, que ser mucho más corta; la acción presidencial, mucho más certera, clara y precisa.

La fase terminal del sexenio ha dado inicio, a estas alturas el presidente Felipe Calderón está obligado a esforzarse en entregar en las mejores condiciones el país que recibió.

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