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¿Quién mató a Víctor Castro Santillán?

Plaza pública

MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA

 E N estos días en que se esparce la conciencia sobre el peso insoportable de perder un hijo, esa anomalía del orden cósmico según el cual los hijos entierran a sus padres, es preciso urgir a que se resuelva el asesinato de Víctor Esparza Santillán, ocurrido el 21 de abril, hace quizá ya mes y medio.

Víctor era el hijo único de Sofía Santillán y Víctor Castro, psicólogos de la Universidad nacional, que le transmitieron su vocación profesional. A los veinte años, cursaba el octavo semestre de la Facultad de Psicología. El año pasado decidió acogerse al programa de movilidad académica. Escogió la facultad de la misma disciplina en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Se instaló en una casa de huéspedes contigua a la Ciudad Universitaria y mantuvo comunicación telefónica cotidiana con sus padres, que de ese modo pudieron conocer cuán pronto se integró a la vida escolar y se rodeó de amigos. Algunos de ellos viajaron con Víctor a su casa, invitados a pasar las vacaciones a su casa en la Ciudad de México. De ese modo sus padres tuvieron noticia cercana de sus relaciones escolares, el único medio en que se desenvolvía.

Como Víctor hablaba varios idiomas, francés entre ellos. Se entendió pronto con Justine Plessard, que se preciaba de que la buena influencia que rápidamente ejerció el estudiante capitalino sobre ella le permitió alejarse de "amigos basura" como ella misma denominaba del grupo estudiantil que frecuentaba antes de la llegada de Víctor. A su vez Justine conoció la cálida vida familiar que había permitido a Víctor desarrollar sus talentos. Estaba sobre todo inclinado a la música. No sólo era ya capaz de ofrecer recitales de guitarra clásica, sino que se interesa ba también activamente por otros instrumentos. En diciembre anterior su madre le había regalado un piano que le produjo la tentación, entre broma y veras, de llevarlo consigo a Monterrey.

El 20 de abril por primera vez no fue posible la charla de Víctor con sus padres. Trataron de localizarlo a través de amigos, que al día siguiente informaron que su compañero no aparecía. La pareja Castro Santillán no esperó más y se trasladó a Monterrey. En la facultad de psicología de la UANL se les orientó hacia el anfiteatro del Hospital Universitario. Se encontraron allí con Justine Plessard, quien consternada les comunicó que Víctor estaba muerto y que su cuerpo estaba precisamente allí. Sin embargo, el servicio forense impidió a los padres identificar el cadáver de su hijo, verlo de cerca. Se les explicó que por razones higiénicas no podían aproximarse al cuerpo. Se les entregó un certificado de defunción donde constaba que el muchacho había padecido "traumatismo en cráneo y tórax".

Eso significaba que lo asesinaron a golpes. Cuando se notificó al público la noticia del asesinato, el procurador Alejandro Garza y Garza cerró de plano el caso al determinar que el chico era un narcotraficante, algo semejante a lo que un mes antes se había dicho de los estudiantes del Tec de Monterrey igualmente asesinados al salir de su institución: que eran sicarios. Justine acompañó el viernes 23 a los padres de su amigo, pero sin avisarles, el domingo se volvió a Francia, interrumpiendo súbitamente su estancia en México.

A las irregularidades iniciales del procedimiento (no se entregó copia del certificado de la autopsia, por ejemplo) ha seguido una averiguación lenta y tortuosa. A pesar de que la pareja es coadyuvante del ministerio público, éste les regatea información y pasar por alto la que los padres de Víctor pueden ofrecerle, a partir de su conocimiento de las relaciones de su hijo. De no ser por que cuentan con el apoyo decidido del abogado de la Facultad de psicología de la UNAM, enviado por la oficina del Abogado general por instrucciones del rector Narro, los deudos de Víctor carecerían de noticias. Echan de ver, sin embargo, que hay un sesgo en la investigación, orientado a no involucrar a estudiantes universitarios, lo que es una pista que no puede dejarse a un lado, sobre todo por la inesperada salida del país de Justine Plessard.

Aunque el rector de la UANL Jesús Ancer denunció públicamente el asesinato de Víctor Castro, parece no acuciar ni a sus colaboradores para que apoyen a los padres y acucien al ministerio público a fin de saber quién asesinó al estudiante capitalino, ni ha hecho del suceso un motivo de preocupación para la comunidad universitaria. El 28 de abril expuso el caso en una reunión de empresarios, rectores universitarios y dirigentes civiles, encabezada por el presidente Calderón, con motivo del asesinato de los dos ingenieros que se posgraduaban en el Tec de Monterrey.

Calderón recogió la mención hecha por Ancer: "Refrendo mi compromiso para el esclarecimiento de lo ocurrido en la puerta del Tecnológico de Monterrey, pero también de este muchacho que falleció aquí la semana pasada, que nos mencionaba el rector que fue, tengo entendido, objeto de violencia física, de golpes, más que de armas de fuego, y del que no tenemos mayor información" (Proceso, dos de mayo).

A más de un mes de distancia, la situación es la misma. O peor. La averiguación previa camina con extrema lentitud y cada día más agudamente asalta a los padres de Víctor el temor de que no esclarezca quién mató a su hijo. Al indecible dolor de perderlo, de haberlo perdido además de una manera que no se explica, bárbaramente, están agregando la pena y la indignación de la negligencia ministerial en Nuevo León. No lo merecen.

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