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Medio siglo de La Píldora

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

En su "Libro de los sucesos, eventos, hechos, casos, cosas...", Isaac Asimov nos informa que el primer anticonceptivo de la historia fue elaborado en el Antiguo Egipto. La mujer se ponía en la vagina un menjunje hecho con especias, miel y excremento de cocodrilo, entre otras cosas. El socarrón Asimov comenta que "era muy efectivo: ningún hombre se acercaba".

En efecto: a lo largo de la historia, las mujeres han buscado la manera de evitar embarazos no deseados. Hasta hace relativamente poco tiempo, sus esfuerzos habían sido mayormente estériles. Pero desde hace medio siglo cuentan con un invento que, por primera vez, les permitió regular su fertilidad de manera simple y económica, sin efectos secundarios. Y sin requerir del permiso o aquiescencia del marido o amante. Hace cincuenta años, la Administración de Alimentos y Drogas, el árbitro de lo que es sano y seguro en los Estados Unidos, dio su autorización para la venta de la primera píldora anticonceptiva. Ahí y entonces empezó una nueva era. Algunos afirman que, de hecho, es la fecha de inicio de la llamada Revolución Sexual, el más espectacular cambio histórico en los roles femeninos, especialmente en las sociedades occidentales.

El deseo de controlar el ciclo reproductor tenía que ver con múltiples factores. Empezando con que, hasta hace ciento cincuenta años o por ahí, una de cada cinco mujeres moría en el primer parto (por falta de cuidados perinatales, por no haberse perfeccionado la cesárea, por fiebre puerperal dado que las comadronas y médicos no se lavaban las manos...): embarazarse era jugarse la vida. Esto ocurría en todas las civilizaciones: los aztecas tenían un lugar especial en el Más Allá para las mujeres que morían tratando de dar a luz nuevos guerreros para esclavizar a más naciones indias de Mesoamérica con su brutal imperialismo. Y alguien debería hacer un estudio estadístico de las novelas inglesas decimonónicas: mínimo el 23.76% de los personajes quedaban huérfanos porque sus madres murieron dándolos a luz.

Especialmente en ciertas culturas, también estaba la cuestión de la honra si a la muchacha le daba por bailar recio: mantener relaciones ilícitas (en la terminología de la época) y salir con domingo siete, podía tener como consecuencia el ser arrojada a la calle con todo y chiquillo. Y a seguir bailando recio...

Pero la razón fundamental por la que las mujeres buscaban un método regulador de los embarazos es que no querían tener muchos bebés. Todos sabemos por qué: son una auténtica monserga. Al contrario de la mayoría de los cachorros de mamíferos, los de los humanos son unos perfectos inútiles hasta el destete y más allá. Un niño no le puede seguir el paso a sus padres (cazadores-recolectores) sino hasta los seis años o por ahí: por tanto, hay que cargarlo. Está totalmente indefenso hasta esa misma edad. Alguien lo tiene que alimentar hasta los tres años. Y todo ello, en casi todas las culturas, lo tiene que hacer la mujer. Si esas faenas se multiplican por cinco o seis o siete, se comprenderá que pocas mujeres tuvieran desaforado el instinto maternal después del tercer chiquillo. Y eso que ni siquiera había que comprarles Barbies ni Pokemones ni celulares. Ni pagarles la &%$#$ colegiatura hasta que son adultos jóvenes. Pensándolo bien, siguen siendo unos perfectos inútiles un buen porcentaje de su vida.

Con otra: que como en la Antigüedad la mortalidad infantil era pavorosamente alta, muchos embarazos resultaban infructíferos. En épocas de hambruna, a los niños sencillamente se les dejaba morir. Claro, hubiera sido mejor no haberlos concebido. Pero, ¿cómo hacerle?

El remedio usual para los niños no deseados era el aborto, lo que dependiendo del contexto social, cultural y/o religioso, podía ser peligroso en mayor o menor medida. Pero incluso en condiciones de legalidad y en instituciones certificadas, hasta el advenimiento de las sulfas, los antibióticos y ciertos adelantos en el instrumental y los procedimientos, la mortandad materna era altísima. Sin duda, lo mejor era prevenir los embarazos. Pero ¿cómo hacerle?

Los avances científicos del siglo XX empezaron a dar algunas respuestas. Algunas tenían que ver con los ciclos fisiológicos de la mujer: de ahí los métodos del ritmo y el Billings. Otros, con el proceso hormonal (La Pastilla). Otros más, con el perfeccionamiento de aparatos y chunches que retuvieran, obstruyeran o estorbaran a los traviesos espermatozoides (DIU, diafragma, condón).

En el mundo católico, la Santa Madre Iglesia (que siempre anda con un par de siglos de atraso, como comentábamos hace quince días... y como acaba de reconocer Benedicto XVI. ¡Vaya, al fin me hizo caso!) se negó a aceptar los métodos "no naturales"; a La Píldora rápidamente la catalogó así. De manera que los fieles tienen que arriesgarse a atinarle, si la naturaleza (que ésa sí es muy natural) les juega una mala pasada.

(Un compañero que tuve, muy católico él, decía que se vio tentado a bautizar a su primogénito "Ritmo", y a la niña "Billings", dado que ésos fueron los responsables de sus nacimientos).

Pese a ello, según estadísticas, dos de cada tres matrimonio mexicanos católicos recurren a La Píldora u otro método anticonceptivo "no natural". A propósito del desfase entre jerarquía y fieles.

El caso es que con La Píldora, la mujer pudo decidir cuándo y cada cuándo embarazarse. Ello hizo posible que ampliara sus horizontes laborales y buscara desarrollarse en carreras y profesiones que antes le estaban vedadas. Eso nada más para abrir boca. También le dio una libertad sexual que antes no podía tener: andar de tingo-lilingo podía resultar en un niño sospechosamente parecido al compadre. Ahora, el niño no tiene por qué parecerse a nadie: sencillamente, no tiene que ser concebido. Esa forma de esclavitud machista consistente en mantener a la esposa como escopeta de rancho (siempre cargada y arrinconada) se terminó en muchos países. A propósito de países: La Píldora cambió las perspectivas de naciones enteras. Gracias a ella en gran medida, México tiene hoy unos 30 millones de habitantes menos que los pronosticados hace medio siglo. Imagínense esa cantidad extra de mexicanos pobres, en la informalidad y decepcionados por los resultados de los Ratoncitos Verdes de Aguirre. Sí, dan escalofríos.

El caso es que resulta difícil encontrar un producto de la investigación médica que haya tenido un impacto más grande en las vidas de tantos individuos (bueno, individuas) y naciones. Y de eso se cumplen cincuenta años.

Consejo no pedido para evitar situaciones embarazosas: del genial grupo de instrumentos informales Les Luthiers, escuche "El polen ya se esparce por el aire (canción levemente obscena)". De hecho, escuche lo que pueda de esa banda (en todos los sentidos) argentina. Provecho.

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