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¿Hacia una crisis de gobierno?

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

A menos que llevar un problema de un lado a otro suponga una suerte de saludable equilibrio, se puede pensar que el calderonismo está practicando ese ejercicio.

De la implosión en el frente político interno registrada la semana pasada, ahora se está ante la probable explosión en el frente de la política externa. Así, en vez de equilibrarse, la administración puede tropezarse y sumar otra crisis a las que ya acumula. Una crisis de gobierno que, por lo pronto, se expresa como una crisis de gabinete.

Quien o quienes asesoran al mandatario carecen de la visión de conjunto necesaria para advertir la crisis de gobierno que se perfila en el horizonte. Si no se rectifica, el menor incidente terminará por vulnerar la posibilidad de conjurar ese peligro.

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En el desafío permanente de todo gobierno por colocar en la agenda aquello que desea hacer ante aquello que debe atender, estaba claro lo ineludible.

Este año, la administración tenía y tiene que llevar la crisis económica al terreno de la recuperación, evitar que la crisis política colapsara o colapse los procesos electorales previstos y conjurar el peligro de que la crisis criminal derive en una crisis de violencia con derrames internos y externos sobre la actividad económica, social y política.

Podría la administración desear hacer otras cosas, pero de tal dimensión, importancia y peligrosidad eran y son aquellos tres asuntos impuestos por la realidad que gobernarlos sería una victoria. Pero, por lo visto, no se apreció así la cuestión. Pese a la evidente debilidad e incapacidad de la administración, se creyó o se quiso hacer creer que la conducción de aquellos tres asuntos era pan comido y que, entonces, podían emprenderse en paralelo una serie de reformas estructurales y de acciones políticas.

No faltó quien aplaudiera esa osadía. El resultado obtenido por el partido del gobierno en la elección intermedia no lo recomendaba, pero la administración hizo una apuesta: hacer de la debilidad su fortaleza y agregar a la agenda nacional el decálogo del cambio, colocando en primer lugar la reforma política. La lógica de esos desplantes es simple: de lo perdido, lo que aparezca.

Como sinfonía les sonó a algunos el discurso presidencial de principios de septiembre y el otro de finales de noviembre. Y, efectivamente, parecía una sinfonía, nomás que sin batuta, ni partitura, ni orquesta.

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Igual que se fue a la guerra contra el narco, sin estrategia ni inteligencia, vamos, sin ni siquiera mirar el calendario, se lanzó la reforma política y por lo que se ve ahora la reforma laboral.

De seguro, en la administración se creyó que se había tocado fondo en las crisis económica, política y criminal. Pero no, no es así. Por eso la implosión en el frente político interno y por eso el peligro de explosión en el frente político externo.

La evidencia es clara. Apenas cobraron calor los procesos preelectorales, la administración dejó ver que en la disyuntiva de privilegiar la gobernabilidad o privilegiar lo electoral, en realidad, se inclinaba por lo segundo. La supuesta decisión de ir por la reforma política no estaba tomada. Vino el espectáculo del papelito y el papelón. Esa implosión dejó damnificados al propio presidente de la República, al secretario de Gobernación y al todavía dirigente del partido en el gobierno. Y, aun en esa circunstancia, o sea, habiendo perdido los brazos políticos derecho e izquierdo, se simula que nada grave ha ocurrido y que si algo sucedió el presidente de la República no lo supo.

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La distracción electoral probablemente hizo desatender la crisis criminal y, en el descuido, dejar que se abriera el frente político externo.

No, no se puso la energía, la atención ni el esfuerzo necesarios en ese asunto y vino el asesinato de las personas vinculadas con el consulado de Estados Unidos en esa plaza. Apareció la amenaza de la explosión.

Una amenaza que, de tiempo atrás, varios recados dejó en el tablero de la administración. Algunos de esos avisos, fueron los siguientes. El desencuentro diplomático con Francia a causa de la secuestradora Florence Cassez, en el cual se patinó una y otra vez. La vigente descortesía con Alemania, donde la embajada mexicana sigue sin titular. La reiterada crítica de organismos no gubernamentales extranjeros por la creciente violación de los derechos humanos a cuenta del Ejército. El brutal derrape frente al conflicto en Honduras, donde hasta un avión se mandó a recoger un pasajero que no quería viajar. El pésimo desempeño diplomático-consular frente a las desgracias de Haití y de Chile. La decisión de atender al sur del continente, sin considerar debidamente al norte. La tardía y titubeante postura ante la huelga de hambre que llevó a la muerte al cubano Orlando Zapata. Y, desde luego y desde mucho, el peligro del brutal efecto que la violencia criminal en la frontera iba a acarrear en la relación con Estados Unidos. ¿No desde hace más de un año se viene hablando allá de México como un Estado fallido?

¿Es que también en materia de política exterior se toman y se dejan de tomar decisiones sin informarle al presidente de la República? ¿O es que, aun sin asesor de por medio, el mandatario no reconoció la importancia de las relaciones con el socio y vecino, y consideró conveniente ir a Estados Unidos nomás, digamos, por la simple costumbre?

Es probable, desde luego, que la indignación del presidente Barack Obama por tres de las más de 16 mil muertes provocadas por el narcotráfico sirva para que Estados Unidos asuma sus responsabilidades en esa guerra, pero no deja de ser lamentable que la primer visita de Estado del presidente Calderón a Estados Unidos derive de esa circunstancia. Se pudo evitar que así fuera, pero no se hizo como no se han hecho otras muchas cosas.

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La implosión en el frente político interno y la explosión en el frente político externo son, por más que se quieran minimizar, dos avisos más de la crisis de gobierno que se perfila en el horizonte. No se reconoce ni siquiera que esa crisis se expresa hoy como una crisis de gabinete, donde al menos tres secretarios de Estado y un dirigente de partido están desahuciados.

Puede seguirse creyendo que a pesar de la crisis económica, la crisis política y la crisis criminal, y de la crisis de gobierno que se advierte, se pueden seguir colgando molduras al inventario de anhelos. Se puede, pero conviene advertir que no será con nuevos spots como se modificará la realidad que amenaza el presente y vulnera el futuro.

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