Llega el viajero a Cáceres de España, ciudad romana, gótica y arábiga.
Alejada de los usuales caminos del turismo, Cáceres tiene un encanto que no se puede traducir. En su nombre hay ecos cesarianos; son sus murallas un grave discurso medieval; se advierte aquí y allá la fina filigrana del Islam.
Al término de la muralla está una casa. La edificó Juan Cano Moctezuma, nieto del infeliz empera-dor mexica bajo cuyo reinado se cumplió el vaticinio de la llegada de los hombres blancos y barbados.
Hijo de india y español fue Cano, ejemplo del fecundo mestizaje que surgió desde los años iniciales de la presencia hispana en estas tierras. Porque los españoles no fundaban colonias: creaban reinos. No aniquilaban a la población indígena: se fundían con ella. Por encima de la mentirosa leyenda negra brilla todavía la luz de España en suelo americano con resplandores de cultura, de lengua y religión. Por eso en la casa de Juan Cano Moctezuma, indio y español, este viajero, español e indio, se siente como en su propia casa.
¡Hasta mañana!...