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La Batalla de Seattle: diez años de altermundismo

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Recordemos el berrinche del compatriota Ernesto Zedillo, cuando enfrentó a los manifestantes que en Davós, Suiza, lo denostaban como representante o patiño de los poderosos del mundo (¡Zedillo! ¡Ja!) en enero de 2000. Quienes protestaban eran un abigarrado grupo de ecologistas, defensores de los derechos humanos y del consumidor, anarquistas más o menos pachecos, y comunistas trasnochados u otros modelos de anticapitalistas. Zedillo criticó a los "participantes de esta peculiar alianza" que, dijo entonces, "están estrechamente unidos por su globalifobia". De ahí en adelante, la palabreja se hizo común.

No que fuera invención de Zedillo. El término "Globalifobia" apareció por primera vez en septiembre de 1997 en un boletín de la Brooking Institution, un think tank de Washington que evalúa las políticas mercantiles de los Estados Unidos. El texto de marras alegaba que la oposición de republicanos y demócratas al TLC con México sólo evidenciaba su ignorancia y prejuicios: el libre comercio era muy benéfico para las empresas norteamericanas. Y era sólo la fobia a lo global que tenían los retrógrados, lo que les impedía ver la realidad.

Sí, era demasiado pedir que el compatriota Zedillo tuviera imaginación para inventar algo original.

Pero el término se lo endilgó a las personas adecuadas. Las cuales ya habían demostrado cómo se las podían gastar siete semanas antes, en lo que se da en llamar la Batalla de Seattle.

En esa lluviosa y cafetera ciudad del Noroeste de Estados Unidos iba a tener lugar una reunión ministerial de la flamante Organización Mundial del Comercio. Para protestar por lo que consideraban una de las fachadas y capitostes del capitalismo depredador, contaminante, explotador, globalizante y engañabobos, allí confluyeron todo tipo de grupos: desde ecologistas protestando por la deforestación hasta sindicalistas quejándose del trabajo esclavo en el Tercer Mundo, pasando por los angustiados por la pobreza en el planeta (que estadísticamente nunca ha sido menor en la historia, por cierto), los defensores de los derechos de los consumidores y los anarquistas que odian jarochamente a los poderosos y ricachones de la Tierra.

Pese a lo que podría pensarse, tan barroco surtido se puso de acuerdo, coordinó acciones, puso patas arriba a la reunión y a la Policía de Seattle (que fue tomada totalmente fuera de base), y mostró su fuerza de manera contundente.

El 30 de noviembre de 1999, muy temprano por la mañana, decenas de miles de manifestantes (el cálculo más modesto hace llegar la cifra a 40,000) cercaron el Washington State Convention and Trade Center, donde se llevaría a cabo la reunión. Así impidieron que los ministros de docenas de países pudieran acceder al lugar. Algunos usaron métodos gandhianos: enlazando los brazos, tirándose frente a los automóviles, matando de risa a los encallecidos y encorbatados capitalistas disfrazándose de ranitas, tortuguitas y delfincitos. Pero un grupo de anarquistas de ahí cerquita (de Eugene, Oregon), haciendo honor al maestro Kropotkin, se lanzaron a vandalizar numerosos negocios del centro de Seattle, especialmente aquéllos de compañías transnacionales: entre muchos otros, tiendas deportivas y de ropa de moda (por usar mano de obra infantil), restaurantes de comida rápida (por expoliar las selvas para engordar ganado), cafeterías (por explotar campesinos salvadoreños y colombianos) y al restaurante Planet Hollywood... por ser Planet Hollywood. Al buen entendedor, pocas palabras. Según explicaron en un comunicado, los anarquistas estaban castigando así los "crímenes corporativos" de esos promotores de la globalización rapaz. Los daños ascendieron a unos 20 millones de dólares.

La Policía de Seattle andaba como gallina despescuezada: la situación los rebasó gacho, y por un lado escoltaban a los visitantes, por otro trataban de levantar las barricadas de los manifestantes (que al ver el despapaye de los anarquistas se pusieron a usar contenedores de basura y camiones para reforzar el cerco), y de repente la emprendían a macanazos contra los vándalos. El caso es que la reunión de la OMC hubo de posponerse, y la Batalla de Seattle le dio la vuelta al mundo como la primera gran manifestación de los globalifóbicos. El 30N (Noviembre 30) sigue siendo un hito en el movimiento en contra de la globalización.

Como todo lo que termine en "-fóbico" tiene connotaciones negativas, los opositores a los procesos de centripetación mundial (el término adecuado) insisten en ser llamados altermundistas; y a su credo, el altermundismo: hay otros mundos, diversos, distintos, no uno solo globalizado y uniformizado, el que pretenden manejar las grandes corporaciones, los gobiernos que no se interesan por el planeta, y la simple rapiña humana.

Los altermundistas han agarrado de su puerquito a las reuniones de los grandes y poderosos, y las han puesto en jaque en distintos momentos y lugares. En Praga, en septiembre de 2000, cuando había una reunión del detestado Fondo Monetario Internacional, armaron la de Dios-es-Cristo en el centro de esa hermosa ciudad, refriega que resultó en un centenar de heridos. Con esa experiencia, cuando se realizó la Cumbre de las Américas en Québec en abril del 2001, las autoridades canadienses rodearon toda la parte vieja de esa ciudad con una reja a prueba de elefantes: ahí se inauguró la política de aislar lo más posible a los poderosos secretarios o presidentes de los ruidosos y latosos manifestantes. Lo que no impidió que la reunión del G-8 (los siete países más industrializados más Rusia) en Génova, en julio de 2001, terminara en un inmenso zipizape, con 280 detenidos y un joven manifestante muerto por la Policía... en defensa propia. El enardecido altermundista le iba a tirar al chota con un extinguidor de incendios. Sí, una resistencia no muy pacífica.

Aquí en México, en una reunión de la OMC en Cancún en septiembre de 2003 (reunión también custodiada por una reja, siguiendo el ejemplo quebecoise), la nota la dio un campesino sudcoreano, que trepado en la barrera procedió a suicidarse. Luego nos enteramos que era la tercera o cuarta vez que lo intentaba, en otras tantas manifestaciones altermundistas ocurridas en diferentes países. Claro que en las intentonas anteriores no lo trasladaron a Urgencias del IMSS, donde suelen rematar a los casos complicados para ahorrar sábanas y espacio. ¿Por qué protestaba de tan dramática manera? Porque una compañía transnacional le había quitado sus tierritas, allá en Corea del Sur. Y con la indemnización se la pasó viajando por tres continentes para quejarse amargamente. Hasta que vino a México, el País de Octubre que decía Ray Bradbury.

Total, que mañana se conmemoran diez años del lanzamiento público y (je, je) global del movimiento altermundista. Que tiene sus puntos oscuros y brillantes, eso que ni qué. Tal vez el más oscuro es que se considera... políticamente correcto.

Consejo no pedido para protestar por el mal gusto global representado por los raperos: Vea la película "La batalla de Seattle" (The battle of Seattle, 2007), flojamente basada en los hechos del 30N. Provecho.

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