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Señales en la carretera

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Pocas cosas denotan el carácter e idiosincrasia de una nación como la manera en que son tratados los foráneos. Con ello no me refiero sólo a los extranjeros que llegan de turistas o con afanes mercantiles; sino también a los conciudadanos que, provenientes de otra región, circulan por parajes para ellos desconocidos.

En los países civilizados, los letreros en calles y carreteras tienen como objetivo el guiar a quienes no conocen el entorno, de manera tal que puedan alcanzar su destino sin necesidad de preguntar direcciones. En el caso de México, mucho me temo, la señalización parece tener como objetivo el despistar lo más posible al desdichado conductor que cometió la barbaridad de no haber nacido en la ciudad por la que transita. Y de pedir instrucciones a los nativos, ni hablar. No hay mexicano bien nacido que admita ignorar dónde queda una calle por la que le pregunta un foráneo. Inventará pelos y señales de cómo llegar a ella, pero nunca admitirá desconocer su localización. Y claro, el perdido termina todavía más perdido.

En los países civilizados, hay letreros quinientos, doscientos metros antes, avisando que más delante se halla esa vía, para que el conductor pueda ir tomando el carril correspondiente. En México no: cuando se dignan avisar que hay una salida, el letrero se encuentra exactamente encima de ella. Para cuando la ve el conductor, éste ya se pasó de largo, y dedicará quién sabe cuánto tiempo a buscar un retorno

Yendo por el bulevar Revolución de Oriente a Poniente, pasando la calle Ignacio Comonfort, uno se topa a mano izquierda con un letrero que dice "Semáforos sincronizados a 50 km/hr". Cuatro metros más adelante, hay una señal que indica que la velocidad máxima permitida es de 30. Cincuenta metros más allá, a la derecha, hay un nuevo letrero que ahora dice que se puede circular a 50 km/hr. Treinta metros después, de nuevo a la izquierda, reaparece la señal de 30 km/hr. Como si esto no fuera suficientemente confuso, la experiencia demuestra que los semáforos efectivamente están sincronizados

En la carretera (me niego terminantemente a llamarla autopista) Torreón-Saltillo uno se topa continuamente con unos enigmáticos letreros color caca portando la leyenda "Ruta 2010". Los ceros del guarismo aparecen como desenfocados, ignoro por qué. De hecho, ignoro qué rayos es la Ruta 2010. Lo que sí queda claro circulando por ahí, es que uno se halla sobre ella, dado que alcancé a contar 51 de esos letreros de aquí a la capital del estado. En algunos casos tenían un propósito práctico, dado que iban acompañados de anuncios tan pertinentes como "Parras" y "Saltillo" con una flechita hacia arriba. Lo desconcertante es que diez kilómetros más adelante vuelve a aparecer el letrero de la Ruta 2010 con las mismas indicaciones

Digo, podían haber dedicado un pequeño porcentaje de la fortuna gastada en láminas para explicar de qué va la cosa. Por la cifra, me late a que tiene algo qué ver con los atrasadísimos (y de mí se acuerdan, deslucidísimos) festejos del Bicentenario de la Independencia (lo cual es falso, dado que ese aniversario será hasta el 2021) y el Centenario de esa orgía de muerte y destrucción que dan en llamar la Revolución. Si es así, no deja de ser desconcertante. Por esos rumbos no pasó ningún ejército insurgente; en su huida a Estados Unidos, Hidalgo pasó de Saltillo a Monclova, y de ahí a Viesca ya como prisionero. No se arrimó a Paila ni a comprar dulces regionales. La actividad insurgente en el norte de Nueva España brilló por su ausencia, dado que no había suficiente personal para poblar estos amplios territorios, ya no digamos para andar de revoltosos. Durante la Revolución ciertamente hubo grupos armados que más o menos por ahí anduvieron dando la función. Lo que no sé es qué tiene de festejable, o de útil, dado que no hay indicaciones de que en tal o cual sitio se libró una batalla o sucedió algo digno de salir en las monografías de Editorial Patria.

Los revolucionarios se trasladaban en ferrocarril. En todo caso, la ruta debería seguir el trazado de las vías férreas de aquel entonces. El problema es que ya no hay trenes con pasajeros que pudieran ver desde sus ventanillas los letreros color caca.

La misma carretera está puntuada de consejos concebidos con el más arrebatado lirismo. Así encontramos letreros que dicen: "Di sí a la seguridad Baja la velocidad"; "Revisar agua y frenos Hace que peligres menos"; o "El cinturón de seguridad Siempre debes de usar". Sí, en esta última les falló gacho la rima. Pero ¿qué esperaban de un poeta para traileros? ¿A Lope de Vega?

Como indicio incontestable de modernidad, hay letreros luminosos que indican la velocidad máxima permitida. Lo curioso es que, por ahí del kilómetro 110 de aquí p'allá, se encuentra una de esas señales electrónicas, y a los treinta metros otra con el mismo propósito, sólo que de lámina. Sí, milagrosamente las dos indican el mismo límite de velocidad

Los letreros que indican por cuál anda circulando uno parecen no seguir ningún tipo de lógica. En ocasiones indican cuánto falta para llegar a un determinado lugar, el cual nunca está especificado. Por ejemplo, de Paila a Saltillo los letreros van en orden descendente. Uno supone que son los kilómetros que faltan para llegar al puesto de pan de pulque de Mena, sitio saltillense por excelencia. Pues no: el punto final de esos letreros es la caseta de cobro de Plan de Ayala. Quizá el propósito sea que el conductor piense que ya mero llega y no se canse de observar las inauditas bellezas de la flora (huizaches) y fauna (¿lagartijas?) coahuilenses.

En sentido contrario, ocurre lo opuesto: la numeración de los kilómetros va aumentando, de manera que el foráneo nada más sabe lo lejos que está de Saltillo pero no cuánto le falta para llegar a Torreón. Miento: sí hay un letrero de ésos, que dice "Torreón 109". O sea, a una hora de distancia.

La señalización en México es un fiel reflejo de la idiosincrasia nacional: representa un desperdicio de recursos, es perfectamente inútil, está planeada por ineptos y hecha por oligofrénicos. Lo bueno es que así nunca nos va a invadir Masiosare, un extraño enemigo: siguiendo los letreros, los incursores se perderían irremediablemente.

Consejo no pedido para localizar el pueblo de Ocuila, Dgo.: vea “Vuelta equivocada” (U Turn, 1997) de Oliver Stone, genial comedia de humor negro. Provecho.

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