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Un sabio del mundo

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

Con la muerte de Leszek Kolakowski desaparece un sabio del mundo. Fue el más grande filósofo polaco de la última mitad del siglo, un erudito, un exquisito historiador de las ideas, un marxista que terminó siendo un severo crítico del marxismo, un ensayista de extraordinaria finura, un fabulista sutil, un polémico implacable. Pero en su escritura se encontraba algo más que el conocimiento ordenado del académico, la elocuencia del escritor, la gracia del ironista, el compromiso del intelectual público. Sabiduría habrá que llamarla porque es mucho más que conocimiento, más que inteligencia.

En Kolakowski era una lucidez que no se enjaula en disciplinas, una moral que no pontifica, un asiento en el presente con raíces en otros siglos. Un amor por la razón que se deleitaba igualmente en los misterios. Una inteligencia que reconoce los límites de la inteligencia. Por eso alabó la figura del bufón por encima de la del cura: frente al guardián de los dogmas, el bufón que duda y se burla de lo que parece irrebatible. Un filósofo que no se ha sentido un charlatán, decía Kolakowski, no merece ser leído.

El nazismo le prohibió ir a la escuela. Tuvo la fortuna de tener libros en su casa y pudo educarse en ellos. Contaba él mismo que en su casa había una enciclopedia, pero estaba incompleta. Conozco todo lo que empiece con A, D y E, pero no tengo idea de lo que empiece con B o en C, decía. Adoptó el marxismo como rechazo a la monstruosa política hitleriana, pero también para alejarse del conservadurismo religioso de su país.

Recorrió todas las etapas del creyente: la conversión, la militancia doctrinaria, la duda, el esfuerzo por combinar crítica y pertenencia y, finalmente, la apostasía. Enfatizo estos elementos religiosos porque nadie como Kolakowski detectó la raíz teológica del materialismo histórico. El monumento que publicó en tres tomos sobre el marxismo ubica el pensamiento de Marx como un capítulo tardío de la historia de las religiones.

Una convicción se revela en todos los escritos de Kolakowski. El hombre no es el animal que razona sino el animal que cree. Un animal que vive gracias a sus mitos, sus temores y sus esperanzas. El genio del marxismo está ahí: no en su carácter científico sino en su dimensión mítica.

El marxismo no resulta así una doctrina que Stalin pervirtió. La tiranía que nos transporta a la utopía está, a juicio de Kolakowski, en los mismos escritos del fundador. Por ello, a final del día no tiene sentido salvar ese tren que sólo atraviesa el totalitarismo. Uno de los ensayos más brillantes de Kolakowski es precisamente, la exhibición de las contradicciones de discurso oficial y realidad.

Se titula ¿Qué es el socialismo? El ensayo no se publicó en Polonia. El autor lo pegó en las paredes de la universidad y circuló clandestinamente de mano en mano durante meses. Antes de responder a la pregunta el filósofo limpia el terreno para aclarar qué es lo que no es el socialismo. Su lista es, evidentemente, el retrato de la circunstancia polaco.

El socialismo no es "una sociedad cuyos dirigentes se nombran a sí mismos en sus puestos; un Estado que desea que todos sus ciudadanos tengan la misma opinión en filosofía, política internacional, economía, literatura y moral; un Estado cuyos ciudadanos no pueden leer las más grandes obras de la literatura contemporánea, ni ver las grandes obras de la pintura contemporánea, ni oír las grandes obras de la música contemporánea

Kolakowski estaba convencido de que la teología era el sustrato de cualquier filosofía.

A pesar de que el pensamiento moderno ha tratado de negar su fuente, las huellas de aquellos enigmas siguen siendo visibles en las meditaciones contemporáneas.

Con buen ojo, Leon Wieseltier vio en Kolakowski a un "hombre moderno medieval." Era moderno y medieval porque se entregó sin dogmatismos a la indagación de las creencias, porque aludió a lo metafísico con los instrumentos de la razón, porque se auxilió constantemente de la intemporalidad de los relatos sagrados.

De ahí vienen sus meditaciones sobre el diablo, sus apuntes sobre la herejía y su libro sobre la religión triste de Pascal, a mi juicio, el más hermoso de sus libros.

Su minuciosa escolástica puede leerse como una serie de alegorías o quizá como un refugio contra la idolatría de la política, esa adoración de una omnipotencia salvadora. Sus ensayos sobre la fama, la mentira, la aburrición o la naturaleza acentúan igualmente lo que está más allá de la política.

Enemigo de las maquetas políticas, deslizó, sin embargo, un par de propuestas: conciliación e inconsistencia.

Buscar el concierto de liberalismo, socialismo y conservadurismo; rechazar el absolutismo moral que se disfraza de lealtad absoluta y coherencia perfecta. Entender que todo proyecto es incompleto y todo hombre contradictorio.

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