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El debate sobre el celibato

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

El Reverendo Alberto Cutié era, quizá, el sacerdote católico mejor conocido en Estados Unidos, al menos entre el público latino. De origen cubano, tenía programas de radio y televisión en español sumamente populares, una columna en el Miami Herald y era autor de varios libros bastante vendidos. En algunos medios se le llamaba “el Padre Oprah”, comparándolo con la famosa conductora de televisión (y la farandulera más rica de la Unión Americana).

Quizá su fama fue su perdición. Hace una semana, un tabloide en español publicó fotos del Padre Cutié en una playa de Florida, haciéndole arrumacos a una dama de no malos bigotes. En una de las fotos, el cariñoso cura metía mano debajo de la tanga de la señora. Era más que evidente que Cutié había faltado a sus votos de celibato.

Lo cual reanimó un viejo debate: en pleno siglo XXI, ¿qué va a hacer la jerarquía católica con la vieja prohibición de que los sacerdotes se matrimonien? Los católicos del sur de Florida tienen una opinión muy clara: una encuestadora preguntó, a raíz del escándalo del padre Cutié, qué pensaban al respecto. Un astronómico 74% (tres de cada cuatro) se opone a la prohibición de que los sacerdotes tengan relaciones sexuales. En otras palabras, una aplastante mayoría de los feligreses rechaza el celibato forzoso y obligatorio para sus pastores. En otras partes del mundo católico tal opinión suele rondar el 55-60%.

El escándalo del Padre Cutié prácticamente se encadenó con otro parecido: el presidente de Paraguay Fernando Lugo, que hasta hace menos de dos años había sido obispo católico (el Vaticano le dio una dispensa para que pudiera contender en las elecciones), resultó que había tenido varios hijos con diferentes mujeres… todos ellos concebidos cuando todavía portaba el cayado episcopal. Un par de las mamás eran mujeres de condición humilde, con no mucha instrucción, lo que suscitó acusaciones de que había abusado de su ignorancia y de lo apantallante que resulta la mitra para la gente sencilla. El hombre que echó del poder al Partido Colorado (algo así como sacar al PRI de Los Pinos… y para lo que sirvió), en vez de encabezar una renovación de la vida pública paraguaya (que buena falta hace), ahora está ocupado en capotear el temporal que se le ha venido encima. Por supuesto, su prestigio sufrió grave quebranto. A los pocos días de destapada su enjundiosa y múltiple paternidad, aparecieron camisetas con leyendas como: “Fernando Lugo: padre de (casi todos) los paraguayos”; o “Yo NO soy hijo de Lugo”. No, si para eso de sacarle provecho a los tropiezos ajenos, los latinos nos pintamos solos.

Estos dos escándalos, como decíamos, han traído de nuevo a colación el tema de la pertinencia de la obligatoriedad del celibato sacerdotal en una Iglesia que, en muchos países, se está quedando sin feligreses y sin clérigos. En Europa, la asistencia a misa ha descendido más del 60% en la última generación. En Estados Unidos, unas 9,000 parroquias no tienen un sacerdote de planta porque no hay suficientes vocaciones. Sin duda el fenómeno se explica en parte por el hedonismo y materialismo de las sociedades desarrolladas (desarrolladas si no en lo espiritual, sí en lo material). Pero también hay en juego dos factores: que los feligreses sienten a su Iglesia muy alejada de sus intereses prácticos y cotidianos; y que muchos guías potencialmente magníficos sencillamente le sacan al sacramento de la Orden Sacerdotal, porque no quieren renunciar a crear una familia y sobrellevar el yugo matrimonial… como más del 90% de sus pastoreados.

Para muchos católicos, la Iglesia simplemente “no agarra la onda” y parece anclada en el siglo XX o quizá antes. Creen que quienes deberían ser sus líderes nada más no dan el ancho, perdidos en frivolidades (¿Se acuerdan del nuevo obispo de Tlalnepantla presentándose en la catedral de su diócesis montado en un BMW convertible color rojo… infierno?) o metidos en líos políticos que no tienen nada que ver con la salvación de las almas inmortales de los feligreses. O, simplemente, viviendo una existencia que no corresponde a la realidad cotidiana. Una pregunta recurrente es cómo pueden dar consejos matrimoniales o cursos de educación sexual personas que nunca han tenido las broncas y recriminaciones conyugales de cada quincena, o jamás han seguido amando a alguien luego de soportar su tufo matutino. ¿No sería más sensato dejar que aquellos sacerdotes que así lo quieran, se casen… y ahí sí sepan lo que es amar a Dios en tierra de indios?

Por supuesto, los escándalos de pederastia también han jugado un papel importante en este ambiente de decepción. Algunos apuntan, precisamente, al celibato como fuente al menos indirecta de la perversión (Psicólogos y estadísticos dicen que no tiene que ver una cosa con la otra). Otros, que la falta de vocaciones ha llevado a la jerarquía a escudar y esconder a delincuentes asquerosos, moviéndolos de una parroquia a otra… y permitiendo que continuaran cometiendo sus fechorías.

El catolicismo es una de las pocas religiones que impone obligatoriamente el celibato a sus sacerdotes. No siempre fue así. De hecho, la condición de que para ser sacerdote había que ser célibe (y mantener el celibato durante toda la vida) es medieval, y tuvo un propósito práctico anticorrupción: que los obispos no le heredaran la diócesis a sus hijos. De hecho, en la Iglesia Ortodoxa Griega, los sacerdotes comunes pueden casarse; pero quienes aspiran a ser obispos, no.

El problema fue que la Iglesia Católica agarró parejo, e impuso a sus clérigos una condición que va en contra de la naturaleza humana; y que obliga a algunos espíritus débiles (¿Y quién no es débil ante cierto tipo de tentaciones?) a andar de tingo-lilingo a escondidas, con los lamentables resultados que vemos en los casos de Cutié y Lugo. O el más lamentable todavía de Marcial Maciel, hipócrita por partida triple. O cuádruple. Ya perdí la cuenta.

Muchos miembros (funcionales o disfuncionales) de la Iglesia Católica Romana esperamos que nuestra Mater et Magistra convoque pronto un Concilio que permita renovar estructuras caducas que quedaron como remanentes del Vaticano II. No se trata de seguir la moda de los tiempos ni dejarse llevar por el camino fácil. No. Se trata de enfrentar evidentes errores y omisiones (la ordenación de mujeres, el celibato voluntario) a los que las jerarquías se aferran irracionalmente, marginando y degradando a quienes, de otra manera, podrían servirle con dignidad. A ver si el próximo Papa…

Consejo no pedido para obtener dispensa papal de comprar boletos para la pollocoa dominical: Lea el clásico “El Poder y la Gloria”, de Graham Greene, que aborda muchos de los dilemas que enfrenta un sacerdote… en medio de la persecución religiosa en el México revolucionario y jacobino. Provecho.

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