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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

En cierta ocasión el papa Juan Pablo II, de felicísima memoria -así se dice en lenguaje eclesial-, fue invitado a una quinta campestre. Después de un paseo por el bosque el anfitrión del pontífice lo condujo de regreso a la casa, y ahí le preguntó discretamente si no quería pasar al baño a lavarse las manos. "Ya me las lavé atrás de un árbol" -respondió él con una sonrisa. Sir Winston Churchill hizo un viaje a los Estados Unidos. A su regreso dijo que lo había conmovido el gran aprecio que le tenían los norteamericanos. Le preguntó un reportero: "¿Cómo se dio cuenta de ese aprecio?". Contestó sir Winston: "En muchas puertas ponen mis iniciales". Me sirven esas dos breves anécdotas para reconocer un hecho incuestionable: con mayor o menor frecuencia los humanos debemos ir a esos que en el colegio donde hice la primaria se llamaban "los cuartitos", es decir al sitio que nombramos "excusado". Los académicos de la Lengua, sin embargo, jamás van al excusado. Ellos van al escusado. Así llama al retrete el diccionario de la docta corporación; de "escuso", que significa oculto o escondido. Hermoso sitio es la Macroplaza de la Ciudad de Monterrey. Fue una de las cosas buenas, entre otras no tan buenas, que hizo Alfonso Martínez Domínguez, gobernador que fue de Nuevo León. (Debo decir, entre paréntesis, que las cosas buenas que hizo don Alfonso son mérito suyo, y las no tan buenas fueron más bien culpa de su tiempo, y de su circunstancia). Muchas bellezas tiene esa gran plaza. Ahí están, entre otros atractivos, el "Homenaje al Sol", preciosa escultura urbana de Tamayo; el espléndido recinto del Museo de Arte Contemporáneo; el Faro del Comercio, cuyo rayo láser llega hasta la Madre (Sierra); los magníficos edificios que albergan las manifestaciones culturales de la dinámica ciudad, o sus oficinas públicas; todo eso con añadidura de monumentos, fuentes y jardines que hacen de ese paseo uno de los más bellos e impresionantes del País. Pero... -¿por qué los escribidores tenemos siempre que encontrar un pero?- sucede que hace varias semanas aparecieron en la Macroplaza unos grandes letreros escritos con letras anaranjadas sobre fondo blanco que dicen: "Baños municipales". No somos ángeles, es cierto, y lugares como ése son necesarios dondequiera. Pero ¡qué mal se ve ese anuncio en un paisaje urbano de tanta calidad! Si quienes lo pusieron ahí no lo han quitado todavía, deberían quitarlo ya, y sustituirlo por algún signo más discreto. Presuma el Municipio de otras cosas, no de sus excusados, y evite atentar en modo tan pedestre y pueblerino contra una de las mayores hermosuras de Monterrey, hermosísima ciudad... Empédocles Etílez y Astatrasio Garrajarra, borrachos de epopeya, bebían esa noche -como siempre- en la cantina. De pronto Astatrasio ve el reloj y dice con alarma: "¡Me voy a casa! ¡Si llego después de media noche mi mujer se pone hecha un obelisco!" (Nota: quería decir "basilisco"). "¿Le tienes miedo a tu señora?" -se burla Empédocles. "Claro que sí -reconoce Garrajarra-. ¿Tú no?". "¡Claro que no! -declara con energía Etílez-. Vas a verlo". Y así diciendo toma su celular, marca el número, y cuando le contestan dice: "¡Estoy en la cantina, vieja, y voy a seguir aquí hasta que me dé la gana! ¡Llegaré a la casa cuando quiera, y no me hagas ningún escandalito, porque entonces vas a saber quién soy!". Tras decir eso corta la comunicación y le dice a su amigo, muy ufano: "¿Ya lo viste?". Garrajarra no podía dar crédito a lo que había oído. Lleno de admiración, boquiabierto, exclama con asombro: "¿Todo eso le dijiste a tu mujer?". "No -aclara Empédocles-. A la tuya"... FIN.

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