"Lo que este país necesita es
Más políticos desempleados".
Winston Churchill
Si bien oficialmente no han empezado las campañas, los políticos ya han empezado su ritual de pedir el voto de los ciudadanos. Quieren ocupar alguno de los 500 escaños de la Cámara de Diputados o alguno de los otros muchos cargos de elección popular que se repartirán en este año. La experiencia nos dice, sin embargo, que el entusiasmo de los políticos en las campañas se desvanece tan pronto alcanzan los cargos por los que contienden.
La semana pasada hubo varias votaciones muy importantes en ambas cámaras del Congreso de la Unión. Estas votaciones se caracterizaron, en primer lugar, por ser abrumadoras, reflejo de una aparente línea dictada desde arriba o de un deseo por eliminar pendientes para salir de vacaciones; pero en segundo lugar, por una enorme inasistencia de los legisladores, muchos de los cuales parecen cansados de trabajar dos días a la semana, cinco meses al año.
El 31 de marzo la Cámara de Diputados votó una Ley de Salarios Máximos que establece un límite a los sueldos de los funcionarios públicos, los cuales ya no podrán ganar más que el Presidente, excepto en casos especiales. Se trataba de una reforma muy controvertida, que se convirtió en foco de discusiones sin fin. A pesar de ello, cuando el documento llegó al pleno, fue respaldado por 365 diputados. Uno solo votó en contra y hubo dos abstenciones. Esta virtual unanimidad, que algunos presentan como producto de un gran trabajo para lograr acuerdos, parece más bien reflejar la línea que hace que los diputados voten según lo ordenan los dirigentes de sus bancadas.
La Cámara de Diputados, sin embargo, tiene 500 diputados. Esto significa que, incluso en un tema tan importante, 164 legisladores, el 26 por ciento, no se molestaron en presentarse a votar. No es una cifra que pueda explicarse por faltas normales por enfermedad. Tampoco por reuniones de comisiones, la excusa tradicional de los diputados faltistas: nadie ha podido citar alguna reunión de comisiones que hubiera tenido lugar en ese momento. Es un simple acto de desprecio por los electores que llevaron a estos diputados a sus curules.
El mismo 31 de marzo la Cámara de Diputados votó una iniciativa de enmienda del artículo 107 de la Constitución. Era una propuesta también controvertida, ya que restringía severamente uno de los derechos fundamentales de los ciudadanos mexicanos frente a los abusos de la autoridad: el amparo. A pesar de eso, en un proceso al vapor, la iniciativa pasó de comisiones al pleno y fue aprobada por 335 diputados con un solo voto en contra. Los faltistas en esta ocasión fueron 164, casi el 33 por ciento de los diputados.
Los senadores no son mejores que los diputados. Este primero de abril, después de una discusión muy fuerte que llevó a insultos y empujones, la Cámara Alta votó la iniciativa para la Ley de extinción de dominio. Se trata también de una ley muy importante, que el PAN ha utilizado para justificar sus ataques sin pruebas al PRI por supuestamente estar ligado al narcotráfico. Pero la votación arrojó una vez más una sospechosa unanimidad: 87 senadores sufragaron a favor y ninguno en contra. Sólo que 41 senadores, el 32 por ciento, no se molestaron en hacerse presentes.
Los legisladores mexicanos tienen al parecer una enorme aversión al trabajo. Sin embargo, cuando son candidatos, nos piden el voto como si realmente quisieran trabajar. Con razón se cuentan entre los grupos más despreciados por la sociedad.
Alonso Lujambio ha reemplazado a Josefina Vázquez Mota como secretario de Educación. Los dos pueden tener virtudes, pero ninguno es realmente un educador. Es una lástima que el Gobierno del presidente Felipe Calderón haya caído en esa costumbre, que los panistas cuestionaron cuando eran oposición, de dar las posiciones técnicas del Gobierno a políticos que llegan al cargo a aprender.
