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Crónica de Viaje / DE VIAJE A LONDRES

Dos atractivos de Londres: Al frente, un autobús de dos pisos, y al fondo la torre del famoso Big Ben.

Dos atractivos de Londres: Al frente, un autobús de dos pisos, y al fondo la torre del famoso Big Ben.

Ricardo Rubín

Por sólo 840 dólares, una agencia de viajes ofreció en Estados Unidos una semana en Londres, con todo pagado.

Un amigo mío, que reside en Nueva York, me escribe con alborotada alegría para decirme que ya hizo su reservación, que los boletos se agotaron como pan caliente, y que ha comenzado a preparar su maleta, aunque su viaje será hasta marzo del año entrante.

“No puedo ir antes por mi trabajo”, me dice, “y escogí marzo porque espero que no haya mucho frío en Inglaterra”. El precio incluye transportación aérea de ida y vuelta, taxi del aeropuerto al hotel y viceversa, desayuno continental durante toda la semana, y hospedaje no en un hotel común y corriente, sino en un castillo ubicado a quince minutos de Londres.

La oferta incluye también algunos paseos por el centro de la ciudad, otro por el río Támesis, uno más por sus sitios más históricos y, sorpréndete, me dice, uno de noche por algunos pubs de la ciudad. Como se ve, algo imposible de no aprovechar.

Le contesté enseguida, también alborotado, porque Londres es una de mis ciudades preferidas de Europa. (Las otras son Florencia, Sevilla, y un pueblito francés llamado Angouleme, en una idílica zona de viñedos cerca de París, muchachas de mejillas sonrosadas, y una vida campirana y tranquila).

En Londres he estado en tres ocasiones, y en una de ellas dos meses completos, que aproveché además para conocer algunos de los pueblos de su campiña y de sus costas.

París, lo confieso, es una ciudad que siempre me ha sido extraña. No sólo por el idioma, sino por el carácter bastante agrio de muchos franceses. De París amo algunas cosas que me recuerdan los viejos años en torno al río Sena y a sus barrios bohemios, donde se convivieron aquellos artistas de la “Generación perdida”, como bien la bautizó Gertrude Stein, aunque Hemingway dice que todo fue una confusión, y que lo de la generación perdida se le dijo a un irresponsable mecánico de autos que no tuvo a tiempo el vehículo de Miss Stein.

Bien. Londres es otra cosa: Es Sherlock Holmes, son sus “bobbies” o policías de alto casquete, sus camiones de dos pisos, sus taxis negros y grandes, sus pubs, su cerveza servida en vasos de una pinta, espumosa, tibia y negra como el alma del diablo (si es que el diablo existe y tiene alma)... La primera vez que se prueba sabe horrible, pero luego uno se vuelve tan inglés como el que más, y se toma con bastante deleite; disfrutar, allí mismo, de platillos típicos ingleses como el Fish & Chips y su delicioso Yorkshire Pudding.

Londres es ir en la tarde a los almacenes Harrod’s a tomar el té, con pastelillos y pequeños sándwiches de pepinillos y anchoas, en un mundo femenino de elegancia y belleza... Es ir “Selfrides”, en la calle Oxford... Ir temprano a Hyde Park a ver a soberbias amazonas cabalgar en sus briosos corceles por el pasto recién cubierto de rocío... Es perderse en esa niebla tan londinense que todo lo va ocultando, y que nunca se pierde el ligero temor de encontrarse en una esquina a Jack el Destripador.

Londres es también cosas tan sencillas como sus inimitables casetas telefónicas de color rojo, que no hay en ninguna otra parte... Escuchar las campanadas del Big Ben, el reloj más exacto del mundo, ver el cambio de guardia en el Palacio de Buckingham, perderse en sus callejuelas donde abundan tendajones de libros usados, curiosidades, antigüedades, fruta, flores, pubs que atraen porque sus asiduos bebedores cantan viejas canciones inglesas.

Recorrer la ciudad en sus camiones urbanos de dos pisos, ocupando un asiento al frente, para ver a Londres pasar como en una película, conocer el mundo subterráneo de su Metro o Tube, sentarse en los escalones de la fuente de Eros de Picadilly Circus, el corazón de la City, y ver un desfile humano increíble de todas las nacionalidades... Y darse una vuelta por Nottinh Hill, para conocer la librería de la película donde Hugh Grant conoció a la actriz Julie Roberts, se casaron y tuvieron hijos.

Le digo a mi amigo que una semana no le bastará para conocer todo esto, pero que beba a grandes sorbos todo lo que pueda.

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