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Medicina del deseo

Yamil Darwich

L a necesidad de saber, inherente al ser humano, nos ha llevado a vivir un mundo sorprendente en cuestiones de ciencia aplicada en desarrollo tecnológico.

La evolución del conocimiento médico durante el siglo anterior nos generó mayores expectativas de vida; la esperanza de llegar a los 80 años, o más, ya no queda fuera de lo razonable; de hecho, pocas personas piensan en la posibilidad de muerte por enfermedades que tan sólo unas decenas de años atrás eran insuperables. Actualmente, –como ejemplo– padecer algún tipo de cáncer, detectado a tiempo, lleva a tratamientos sofisticados con equipo de alta tecnología, siendo muy elevadas las posibilidades de curación definitiva.

Igual sucede con el arsenal terapéutico: un buen médico cuenta con recursos para controlar diabetes mellitus o hipertensiones sistémicas severas de forma relativamente sencilla: anteriormente, la mortalidad era alta y frecuentemente se presentaba a edades tempranas.

Hoy, la investigación médica mantiene esperanzados a los clínicos que saben que los investigadores están experimentando con prótesis diversas para remplazar órganos o extremidades dañadas e inoperantes.

Los cirujanos plásticos modifican facciones de hombres y mujeres a voluntad, hacen correcciones, trasplantes de piel dañada por cicatrices deformantes y cumplen caprichos de obesos aspirándoles grasa o reconstruyen senos urgentes de mujeres en edad geriátrica.

Los trasplantes de órganos permiten sobrevivir a muchos que tan sólo años atrás hubieran muerto irremediablemente; hacer implantes de senos, caderas, muslos o pantorrillas femeninas tampoco es problema; de hecho, en algunas clínicas especializadas, son considerados como simples procedimientos de rutina.

En ginecología y obstetricia sucede igual: las técnicas de reproducción son tales que es posible que mujeres estériles puedan ser recuperadas e integradas a la reproductividad biológica humana.

El colmo son las técnicas para hacer himenoplastías o vaginoplastías –reconstrucciones quirúrgicas– restituyéndoles a las féminas que así lo pidan, canales estrechos y hasta hímenes reconstruidos, posibilidades explotadas por algunos médicos que se enriquecen con ello.

La ciencia y la técnica han puesto a disposición de los humanos alternativas de salud y no han parecido suficientes. Ahora, la bioética recibe el reto de analizar un fenómeno imprevisto: la aplicación de la “medicina del deseo”, llegando al extremo de atentar contra la especie.

La investigación del genoma humano y su manipulación en laboratorios hace posible aspirar a crearlo resistente a infecciones y liberado de algunas patologías heredadas; aún más: modificar cromosomas sustituyendo o reorganizando genes para “mejorar” la prole.

El grave peligro está en dañar irreparablemente al genoma y transformarnos en una especie diferente. Nadie garantiza que no suceda, a lo más, algunos se muestran optimistas; otros no descartan lo peor: el fin del ser humano actual.

Entre tanto, manipulamos genes y maltratamos células; de hecho, hay quienes crean vida humana para experimentar y luego, siéndoles innecesaria, destruirla. La bioética no tiene respuestas ni, al menos, sugerencias firmes aceptadas por los Gobiernos.

¿Cree que los entes fantásticos de las películas sean sólo ciencia-ficción? No hay respuesta clara y hay quienes sospechan que existían sujetos vivos, nacidos como producto de experimentos.

Como muestra, tomemos el caso de la reproducción asistida.

En las definiciones de bioética aparecen nuevos vocablos y frases que parecen de ficción, pero que son realidades: “madres subrogadas”: aquellas que “prestan” su útero para gestación; de “alquiler”: la que cobra por ello. “Madres abuelas”, féminas de edad avanzada que con base a hormoterapias masivas y óvulos de otra mujer intentan quedar preñadas. Cuando la función de “subrogada” es ejercida por un familiar de la interesada, hablamos de “cruces” de madres, tías o abuelas.

“Reducción fetal” es suprimir a uno o más fetos en gestación; “embriones espejo”, son los desarrollados a partir de un primer ser en gestación, útiles como “refacciones genéticas” o para experimentación desconsiderada; “gestación extracorpórea”, consistente en desarrollar un nuevo ser en el laboratorio, en un útero “rentado” o “prestado” para reimplantarlo luego en una mujer estéril, deseosa de ser madre. El extremo: obtener óvulos inmaduros o espermatozoides de cadáveres con fines reproductivos.

También hay combinaciones de las alternativas anteriores.

Un filósofo ha reflexionado que, con este abuso: “El hijo de Ada, Brígida, Carla y María, tendrá los cromosomas de Ada, el vientre de Brígida, el seno de Carla y el nombre y educación de María; ninguna o una sola de las cuales es la mujer del padre genético Aldo o del padre social Bruno. ¿A quién llamará mamá?, ¿a quién llamará papá?, ¿dónde tendrá su lugar de origen, su tierra, su país? ¿Quiénes serán sus abuelos y sus antepasados?” Si estamos preparando humanos sin raíces en el pasado, ¿medimos las consecuencias?

Piense que en tanto no sepamos a dónde nos conduce esta irreflexiva aplicación del conocimiento científico, experimentando irresponsablemente, bien pudiera ser nos estén llevando a problemas tan graves como la destrucción de la familia o del mismísimo ser humano. ¿Y luego? [email protected]

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