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OJOS PEGAJOSOS

Gaby Vargas

¿Te ha tocado ser el recipiente de ese tipo de miradas que traspasan el alma? A veces por lo directo y penetrante, y otras por su paz y espiritualidad. Cuando me he topado con ellas, materialmente quisiera tener una toalla a la mano para cubrirme. Paradójicamente, al mismo tiempo que es placentera, es incómoda y difícil de soportar. Nuestros ojos son como granadas que tienen el poder de detonar emociones en los demás; positivas o negativas. Todo en fracción de segundos.

Cuando alguien nos mira de manera profunda, nuestro cuerpo sufre una reacción emocional y biológica. Nuestro ritmo cardiaco aumenta y dispara una sustancia tipo adrenalina que corre por las venas. Podemos sonrojarnos y tememos que se note, por lo que bajamos la mirada. Ésta es la misma reacción que tenemos cuando empezamos a enamorarnos.

Sólo que hay dos tipos de personas en el mundo: los que al entrar a un salón dicen “Bien, ¡aquí estoy!”, Y los que llegan y dicen “Ah, ahí estás”. ¿Que cómo es esto? Sólo observa la mirada de una persona.

Si lo que quieres es hacer sentir importante y especial a una persona, nada como la técnica de unos ojos pegajosos. ¡Eso sí es seductor! Y si de corazón atiendes y escuchas a la persona, te garantizo que el acercamiento y la conexión que tendrás con él o ella será mágica.

Ésta es una técnica que funciona muy bien de hombre a mujer, de mujer a mujer y de mujer a hombre, mas no de hombre a hombre... Consiste en imaginar que tienes los ojos pegados con chicloso derretido a lo que la persona te platica. Procura no dejar de hacer contacto visual, aun cuando él o ella termine de hablar. Si tienes que ver hacia otro lado, hazlo despacio, resistiendo, estirando el chicloso hasta que el fino hilo se rompa. Ahora, si el contacto es de hombre a hombre, sólo aumenta el contacto visual ligeramente, un poco más de lo normal. Esto transmite un mensaje visceral de comprensión y respeto.

EL PODER DE LA MIRADA

En cambio ¿Te ha tocado alguna vez, querido lector, querida lectora, platicar con alguien cuya mirada se dirige al exterior, a todo lo que lo rodea, incluso a ti, pero te das cuenta de que lo único que ve es hacia sí mismo? Como si su mirada, al salir, diera una voltereta en el aire y regresara a la fuente de origen. No existe nadie más.

En realidad su atención está puesta en cómo se ve él o ella, en cómo nos impresiona, encanta y seduce. En cómo y qué tan inteligente suena su voz. Incluso, si comentamos algo, tarda en reaccionar. Pareciera que una vocecita interna le dijera: “Pst, pst, te hablan allá afuera...”. Y después de un rato de conversación, nos dice: “Perdón, ¿cómo me dijiste que te llamabas?”.

Sobra decir lo poco fructífero que es un contacto interpersonal con alguien así y el efecto negativo que tiene en todos los ámbitos de su vida, personal, profesional y social. Porque lo que se relaciona es el ego de la persona, no la esencia de la persona. Pero ése es otro tema.

Pero la psicología dice que si podemos reconocer algo en otros, quiere decir que también lo hemos hecho (¡Ooops!).

Asimismo, es un hecho que, al platicar con alguien, tenemos tantos distractores alrededor, que con frecuencia solemos pasear la mirada y fijarla poco en los ojos del interlocutor. Sin embargo, cuando consciente o inconscientemente aumentamos el contacto visual, aun durante interacciones de negocios o sociales, la persona siente -o adivina- que nos cautivó. ¿Este resultado es positivo o negativo? Depende.

Lo cierto es, que los ojos son como granadas que tienen el poder de detonar emociones. Y si lo que quieres es seducir, cautivar, hacer sentir importante al otro... nada como unos ojos pegajosos.

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