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Juventud de Octavio Paz

Octavio Paz escribió muchas páginas luminosas, no es necesario leerlas para entender por lo pronto una cosa: la inspiración es algo que nos ocurre, que nos pasa, que nos es dado: no es voluntaria. (Fotografía de El Universal)

Octavio Paz escribió muchas páginas luminosas, no es necesario leerlas para entender por lo pronto una cosa: la inspiración es algo que nos ocurre, que nos pasa, que nos es dado: no es voluntaria. (Fotografía de El Universal)

El Universal

El nueve de septiembre de 1974, a los sesenta años, Octavio Paz empezó a escribir en México un largo poema que habría de terminar en Cambridge, Massachussets, tres meses y dieciocho días después: Pasado en claro. El título tiene dos sentidos complementarios. Podemos leer la palabra pasado como el participio pasado del verbo pasar. Se pasa en claro, o en limpio, un escrito con enmendaduras que se transcribe para llegar a una versión definitiva. Pero pasado también es un sustantivo: lo pasado es lo ocurrido, el pasado es lo que nos ha ocurrido. El poeta pasa en claro la escritura de su vida: la ilumina.

Octavio Paz escribió muchas páginas luminosas sobre el fenómeno de la inspiración en El arco y la lira, en Corriente alterna y en otros libros; no es necesario leerlas para entender por lo pronto una cosa: la inspiración es algo que nos ocurre, que nos pasa, que nos es dado: no es voluntaria. Es un arrebato o, en el sentido etimológico, un entusiasmo: algo que nos rapta, que se apodera de nosotros y habla con nuestra boca. Alguno de ustedes recordará, sin embargo, la frase de Balzac: “La inspiración es trabajo”. Esa afirmación no contradice lo anterior. La inspiración no depende de nuestra voluntad, pero cuenta con ella. Debemos ponernos en disposición para recibirla. Un poeta que no se sienta a la mesa, o que no se ha sentado ya ante ella, o que no va a sentarse, no es digno de la inspiración. Un poeta romántico alemán, Novalis, cuyas obras fueron muy importantes para Octavio Paz durante su etapa de formación, lo dijo de este modo: “Hay que ser dignos de aquello que amamos”. La inspiración es el amor del poeta; el trabajo es su dignidad.

Sabemos lo que es el trabajo de un poeta: hacer versos, crear música con las palabras, crear visiones con la música, darnos el mundo con sus visiones. ¿Qué es el amor de un poeta? Algunos de ustedes habrán leído La llama doble, uno de los últimos libros de Octavio Paz, que intenta responder esta pregunta, pero aun los que no lo hayan hecho estarán de acuerdo en que el amor es, ante todo, una iluminación. Me imagino, otra vez, que habrá quien al oír esta frase recuerde otra que aparentemente la contradice: “El amor es ciego”. Pero tampoco hay realmente contradicción. Cuando decimos que el amor es ciego queremos decir que no ve sino lo que quiere ver, que no oye razones sino pasiones. Es cierto, pero también lo es que el querer y la pasión pueden ser más clarividentes que la razón o, si lo prefieren, responder a una forma distinta de la razón. Blaise Pascal lo dijo con una frase famosa: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”.

¿Cuáles son las razones de un poeta para sentarse a la mesa a anotar unos versos, que quizá no sean buenos, cuando podría estar haciendo cosas igualmente quiméricas pero más redituables, como pasear por un parque, invertir en la bolsa, hacer grilla o buscar una chamba? La razón no entendería sus razones. Pero el poeta no oye esas razones sino otras, saca la pluma, abre el cuaderno y anota. A veces, en efecto, ahí está la inspiración. No valdrá muchos pesos, pero sí un poco de calor. El fuego de cada día, como dijo Octavio Paz, que llamó así a una antología de sus poemas. Porque eso son los poemas, para un poeta y para un verdadero lector: un fuego, una fuente de calor y de luz, el centro de un lugar en torno al cual sentarse a conversar.

¿A quién no lo ha arrebatado la visión de las llamas? ¿Quién no se ha quedado viéndolas hipnotizado durante un instante interminable? Ahora bien, ¿cuánto dura ese instante? ¿Cuánto dura un arrebato? No parece extraño que alguien tenga un momento de inspiración, se siente a la mesa y escriba cuatro, cinco, veinte versos, treinta si ustedes quieren, o cincuenta. Pero, ¿un poema de varios cientos de versos? ¿Se llama eso inspiración?

Las razones del poeta

Octavio Paz escribió algunos poemas largos en su vida, ninguno de los cuáles es accidental. Ninguno parece fruto de “la inspiración del momento”, para usar otra frase hecha. En cada uno hay claramente una voluntad de obra: responden a un plan previo, una arquitectura verbal, un orden argumental, una secuencia narrativa. Pero, al mismo tiempo, son todos poemas inspirados. Lo mismo Piedra de sol que Blanco o El mono gramático son obras luminosas y que nos iluminan. Pero nos iluminan con dos tipos de claridad: por un lado, la de las visiones del poeta; por el otro, la de la razón del poeta.

Recordemos que razón quiere decir, en principio, cuenta. También quiere decir cuento: cuando pedimos que nos den razón de alguien esperamos que nos cuenten lo que ha sido de él. Pasado en claro, el poema que he citado al iniciar estas líneas, hace las dos cosas: enumera hechos de una vida, los mete en un ritmo, es decir en un número, y así nos da razón de una vida. Nos cuenta razonadamente una vida, para decirlo de otro modo.

Deja presente

su ‘pasado’

Octavio Paz escribió Pasado en claro a los sesenta años, al iniciar una vejez que duraría hasta sus ochenta y cuatro. Los últimos años le darían al poeta una nueva juventud, alimentada entre otras cosas por el recuerdo, la nostalgia y la crítica de la primera juventud. Los que hayan leído ese poema recordarán un pasaje en el que, a la mitad de una serie de recuerdos, el poeta se pregunta por la naturaleza de la memoria. Dice:

Los nombres acumulan sus imágenes.

Las imágenes acumulan sus gaseosas, conjeturales confederaciones.

Nubes y nubes, fantasmal galope de las nubes sobre las crestas de mi memoria. Adolescencia, país de nubes.

La memoria, fuente de la inspiración, no es aquí agua que mana sino agua evaporada, que cobra formas cambiantes en el aire. Y esa naturaleza de la memoria se identifica con la visión adolescente, en dos versos inolvidables:

Adolescencia, país de nubes.

La memoria del viejo es un paisaje nublado. Los sueños del adolescente son un paisaje de nubes. Un hombre, disminuido, se inclina ante el papel y ve fugarse en lentas metamorfosis el mundo que recuerda; otro, aún menos que un hombre, alza la vista y ve en las nubes cambiantes la premonición del mundo que anhela. Ésos dos hombres son el mismo. Los dos son Octavio Paz, que siempre fue fiel a esa imagen de sí mismo: la del que ve las formas cambiantes de las nubes. Los dos son cualquiera de nosotros también, si sabemos mirar las nubes.

Elías Canetti escribió que el poeta es “el guardián de las metamorfosis”. Franz Kafka, tan admirado por Canetti, dijo en un aforismo: “Por impaciencia caímos en el infierno; por impaciencia no salimos de él”. Octavio Paz, que fue impaciente como todos los poetas (pues todos los poetas pasan su temporada en el infierno) pero sabía mirar las nubes, escribió un aforismo que podríamos oponer al de Kafka: “No la vida eterna, sino la eterna vivacidad”. Es decir: no el cielo o el infierno, sino este mundo aquí y ahora. La eternidad está en el fuego de cada día.

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