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Del riesgo al peligro

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RENÉ DELGADO

La degradación no encuentra fondo. La Oposición destruye su partido y el partido en el poder no construye su Gobierno. ¡Ah! Y el otro partido, ése juega al cogobierno, pero nada quiere saber de costos. Ésa es la desgracia, al país lo conduce una élite política que ejerce el poder de la degradación.

Unos practican el golpismo parlamentario, otros el albazo legislativo y los de en medio quieren ver dónde conviene inclinarse. Es difícil distinguirlos, son en extremo parecidos pese a su permanente afán por diferenciarse.

Ninguno advierte cómo, en ese juego degradante, se asoman cada vez más los filos de la violencia política. Dejan ver su brillo, precisamente en el momento en que la fuerza armada reconoce estar rebasada por la violencia criminal. ¿Adónde se quiere llegar?

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Absurdamente se quiere creer que la reforma de Petróleos Mexicanos es el tema que trae de cabeza al país. No es así.

Ese debate con ribetes de confrontación acapara la atención pero, más acá, digamos en la realidad, son más preocupantes los señalamientos del Ejército y la Iglesia frente al narcotráfico y el doblez del Estado, en este caso de los secretarios de Hacienda y Educación, frente al poder de una lideresa sindical que los humilla y los castiga hasta hacerlos recitar: la-maestra-siempre-tiene-la-razón. ¿Dónde queda el Estado?

Ése es el marco donde se inserta el peligro de la confrontación con motivo de la disputa por el petróleo.

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Insólito resulta el comunicado del martes pasado, emitido nada más y nada menos que por el Ejército. Advierte que un cártel, “empleando uniformes semejantes a los de uso militar, pretende efectuar actos delictivos ostensibles a plena luz del día, a bordo de vehículos civiles pintados como los del Ejército Mexicano”.

Eso no es todo, agrega que esos delincuentes pretenden “realizar violaciones tumultuarias (sic) durante supuestos cateos a casas-habitación, negocios y centros nocturnos”.

Grave en extremo que el garante de la soberanía reconozca que el crimen lo suplanta en más de una región, peor resulta que el Ejército “invite” a denunciar a “personas armadas con uniformes tipo militar en vehículos civiles” cuando, precisamente, el instituto armado ha resuelto cubrir las matrículas de los vehículos oficiales que utiliza en sus operativos. Ahí están las fotos.

Sin ni siquiera pensar que los integrantes de las Fuerzas Armadas cometan abusos y, curándose en salud, oculten su identidad, vale preguntar: ¿cómo distinguir a los unos y a los otros, si unos se disfrazan de lo que no son y los que son no quieren parecer lo que son? ¿Quién puede explicar esto?

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Si ese comunicado asombra, la postura de la Iglesia Católica frente a los narcotraficantes estremece.

El obispo Carlos Aguiar, presidente del Episcopado, reconoce en el crimen organizado acciones de bondad y generosidad que el Estado no puede dispensar a los pobladores de aquellas regiones donde aquél opera. Claro, después, se dijo que no dijo lo que dijo, pero ahí está lo que dijo.

Los hombres con uniforme verde olivo y con uniforme púrpura son elocuentes. Unos confiesan no poder con el crimen organizado y los otros predican que éste no es tan malo como aparenta. Y mientras eso ocurre, el Poder Judicial exhibe la incapacidad de la Procuraduría General de la República para demostrar que los narcotraficantes son eso. ¿Qué está ocurriendo?

En el plano del narcotráfico, el cuadro es ése. En el plano del crimen con otra especialidad, la situación es alarmante: los secuestros van de nuevo para arriba, pero como ésa no es la prioridad los criminales están de plácemes.

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Otro ingrediente de esa realidad que no cuenta es la debilidad del Gobierno expresada con doblez, en el turno semanal, por los secretarios Agustín Carstens y Josefina Vázquez Mota.

A gritos por teléfono, Elba Esther Gordillo orilla al secretario Carstens a mentir sobre la compensación que el magisterio demanda por pagar impuestos. Miente el secretario, asegurando que no se negoció eso aunque los documentos acreditan que por años así ha sido.

Si mal se ve Carstens, peor se ve Vázquez Mota falseando documentos en complicidad con la maestra. Cómo es posible que, ante notario público, la Secretaría de Educación Pública certifique una vulgar mentira, alterando el pliego originalmente recibido. Alterar documentos siempre es un asunto delicado.

¿Así se conducen ahora los secretarios de Estado?

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Ésa es la realidad en la cual la disputa por el petróleo acapara la atención, ocultando la extrema debilidad del Estado y del Gobierno. Es un piso resbaloso, peligroso en extremo. Y sí, desde luego, es de todo punto de vista condenable el asalto a la tribuna del Congreso. Lo es, y mejor es escribirlo.

Hecha la condena es ineludible, sin embargo, hacer una pregunta. ¿En qué Gobierno cabe impulsar una reforma a la industria petrolera –tan cara a la nación, por querida y por costosa– sin contar con un operador político y una mínima estrategia. No opera el secretario de Gobernación, no opera la secretaria de Energía, no operan los coordinadores parlamentarios y, de pronto, se habilita al dirigente del partido en el poder que no acaba de entender qué está ocurriendo.

No hay Gobierno, en ese sentido. No hay estrategia, operación, inteligencia ni siquiera calendario. El manejo mediático y político de esa reforma ha sido errático, por no decir caótico. Se anunció, pero no se presentó, regalándole toda la iniciativa política a la Oposición lopezobradorista. Más tarde, el discurso se suplantó con un spot. Luego, por un diagnóstico. Y, más adelante, se convocó a un diálogo sin armarlo. Y, de repente, después de infinidad de titubeos, se propuso una iniciativa que, por un lado, dejó en el ridículo al partido y sus fracciones parlamentarias y, por el otro, redujo la pretensión anunciada. La iniciativa pasó de lo deseable a lo posible; de lo posible a lo que sea su voluntad, despidiendo un tufo de albazo legislativo. ¿Qué clase de estrategia es ésa? ¿Es ésa la reforma necesaria?

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Del otro lado, la Oposición lopezobradorista pasa de la defensa a la resistencia, y de la resistencia a la provocación, precisamente en el momento en que su partido, como estructura y organización, se desmantela y desfunda. Ya pueden corear: la-izquierda-unida,-jamás-será-reconocida.

Queriéndose diferenciar del Gobierno, esa Oposición lo complementa. Si aquéllos proponen una aprobación fast-track inmediato, éstos proponen un slow-track indefinido. Si aquéllos intentan un albazo legislativo, éstos practican un golpismo parlamentario. El agandalle, la polarización y la degradación política se enarbolan como métodos patrios para conservar una empresa nacional que, a gritos, reclama su replanteamiento. El conservadurismo de izquierda es toda una novedad: más vale dejar las cosas como están que intentar modificarlas. Y, así, sin darse cuenta se asocian sin querer con las peores causas.

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Es hora de correr riesgos, no peligros. El riesgo supone ganancias; el peligro, pérdidas. El riesgo supone futuro; el peligro, pasado.

Hay que debatir en serio, pero para construir acuerdos en un tiempo límite para salir de la degradación y conjurar la violencia, cuya amenaza se oye cada vez más fuerte. Vamos, en más de un sentido, a un periodo extraordinario.

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