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Traición mexicana a Cuba

En la imagen los presidentes Adolfo López Mateos y John F. Kennedy brindan durante la visita del mandatario de EU a nuestro país. (El Universal)

En la imagen los presidentes Adolfo López Mateos y John F. Kennedy brindan durante la visita del mandatario de EU a nuestro país. (El Universal)

El Universal

El Gobierno de Adolfo López Mateos proporcionó el combustible para realizar la invasión norteamericana de Bahía de Cochinos.

En los años sesenta en México había una pública simpatía por Fidel Castro y la Revolución cubana. El Gobierno y el PRI eran amigos y aliados de Cuba. Eso es lo que se ha creído por décadas, pero en Los Pinos se urdieron traiciones en aquellos días: el presidente Adolfo López Mateos fue una pieza clave de la invasión norteamericana de Bahía de Cochinos, en abril de 1961.

Desde México salieron 50 mil galones de combustible que sirvieron para abastecer los barcos y lanchas en los que se trasladaron los exiliados y contrarrevolucionarios entrenados por la CIA que invadieron la Isla en abril de 1961.

López Mateos los autorizó de manera personal. Se trata de un capítulo inédito en la historia de México y una de varias revelaciones hechas por Jefferson Morley, ex reportero de The Washington Post y experto en la desclasificación de documentos reservados, en el libro Nuestro Hombre en México: Winston Scott y la Historia Oculta de la CIA, que será publicado en Estados Unidos el próximo mes.

Durante 10 años Morley se dedicó a rastrear documentos secretos y a solicitar su apertura. Esa investigación lo condujo a una historia casi novelesca situada en el Distrito Federal de los años sesenta. Winston Scott fue jefe de la Estación de la CIA en México entre 1956 y 1969 y amigo de los presidentes Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, y de Luis Echeverría, secretario de Gobernación. Scott, quien había llegado a México como Primer Secretario de la Embajada de Estados Unidos, desayunaba cada sábado con López Mateos en Los Pinos.

De acuerdo con las investigaciones del escritor, López Mateos y Díaz Ordaz desempeñaron funciones paralelas mientras servían como presidentes: eran espías a sueldo de la CIA. Los mandatarios mexicanos cumplieron todos los deseos de la temida agencia norteamericana: permitieron la entrada al país y la instalación de grabadoras y máquinas para registrar llamadas hechas desde las embajadas de Cuba y la Unión Soviética en México; colaboraron con Estados Unidos en la Operación AMCIGAR, a través de la cual cubanos exiliados llegaron a México con el fin de promover acciones anticastristas y apoyaron acciones encubiertas contra el régimen de Castro.

El encargado de permitir el “ingreso garantizado” de algunos cubanos cercanos al Gobierno de Estados Unidos era Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación.

“Un canal especial fue activado en noviembre de 1960, lo que nos asegura permisos de entrada (para los contrarrevolucionarios cubanos)”, escribió Scott en un informe confidencial que envió a la agencia en aquel tiempo. Poco después la Estación Amcigar desapareció como resultado de las presiones internas que enfrentó el Gobierno mexicano y que lo obligaron a deportar a los cubanos.

Pero la CIA continuó fortaleciendo sus nexos aquí, tanto que Morley describe que Cuando el presidente Kennedy llegó al Gobierno “la CIA llevaba la relación institucional con México. El Departamento de Estado no contaba para esos fines”.

El 14 de enero de 1961 López Mateos recibió en Los Pinos a Allen Dulles, el primer civil que dirigió la Agencia Central de Inteligencia. El visitante regaló al presidente una pistola para su colección privada antes de poner sobre la mesa el mensaje que llevaba: “Cuba es definitivamente comunista y es un problema para América Latina y Estados Unidos”.

Morley escribe que Estados Unidos esperaba apoyo para derrocar a Castro, pero López Mateos le dijo a Dulles que México no podía entrometerse en asuntos de otras naciones y mucho menos adoptar posiciones públicas contra Cuba, porque en el país había una gran simpatía por Castro y la revolución.

Entonces López Mateos comentó a Dulles, con Scott haciendo las veces de intérprete, que se le ocurría una idea: “Hay muchas cosas que podemos hacer debajo de la mesa”, dijo el presidente de acuerdo con la reconstrucción hecha por Morley a partir de entrevistas con amigos, colaboradores y familiares de los oficiales de la CIA que vivieron o viajaron a México en esos años.

“Como López Mateos prometió a Dulles, México otorgó ayuda ‘debajo de la mesa’ para derrocar a Castro: George Munro, el segundo hombre de Scott en la Estación México, alardeó después que él y Emilio Bolaños -un sobrino de Díaz Ordaz que también fue reclutado como espía-, se habían encargado de tramitar 50 mil galones de combustible que salieron de México para alimentar las lanchas que poco después se dirigieron a Cuba, en la Operación Bahía de Cochinos”.

Los presidentes fueron bien retribuidos por sus servicios a la CIA y a Estados Unidos.

“La cercanía de Scott con López Mateos y Díaz Ordaz se convirtió en leyenda en la Agencia”, dice Morley en entrevista. “Philip Age, quien se convertiría en detractor de la CIA y entonces era un oficial en el hemisferio occidental, escuchó alguna vez que Scott compró un automóvil para una novia de Díaz Ordaz, y cuando López Mateos se enteró, también exigió un coche para su novia”.

Los documentos desclasificados por Morley revelan que la Estación de la CIA en México tenía un presupuesto de 55 mil dólares anuales para pagar a sus agentes y espías, aunque en Washington había quejas porque los agentes eran poco productivos como informantes. Scott, a quien Morley no duda en llamar el “segundo hombre más fuerte de México”, era un santaclós con las bolsas llenas de dinero.

Anne Goodpasture, la asistente de Scott en la Estación México, recuerda a López Mateos como un hombre codicioso: “Ella objetó a Scott un arreglo que hizo con el presidente, a quien le pidió encontrar a otro espía mexicano. Scott le entregaba cada mes a López Mateos 400 dólares para ese fin, pero Goodpasture pensaba que ese dinero nunca salía de la cartera del presidente”, escribe Morley.

Goodpasture jugaría un papel fundamental en los últimos años de Scott en México: Fue quien se encargó de recopilar y escribir el expediente de casi 500 hojas que Scott decidió escribir sobre Lee Harvey Oswald, a quien había detectado en México. Lo reportó a los altos mandos de la CIA, que le enviaron información falsa diciéndole que no era un tipo peligroso. Seis meses después Oswald asesinó al presidente Kennedy.

México, capital del espionaje

La Ciudad de México era en los años sesenta la capital del espionaje y la intriga mundial, un laberinto donde se cruzaban las pistas de soviéticos, cubanos y norteamericanos; capitalistas, contrarevolucionarios y comunistas, durante la “Guerra Fría”. Quien monitoreaba todo por Estados Unidos era Winston Scott, un investigador obsesivo que tuvo en sus manos a Lee Harvey Oswald, seis meses antes del asesinato de Kennedy en Dallas: la CIA lo dejó ir.

Es otra de las revelaciones claves del libro “Nuestro Hombre en México: Winston Scott y la Historia Oculta de la CIA”, escrito por Jefferson Morley.

Morley escribió el libro a partir de la varios documentos desclasificados por la CIA, investigaciones en los Archivos Nacionales de Estados Unidos y entrevistas con personajes relacionados con esa época. Todo comenzó cuando recibió una llamada de un abogado que le dijo que tenía un informante que podía ayudarle con sus investigaciones.

El informante era un director de cine norteamericano llamado Michael Winston. Era el hijo de Winston Scott. Conversaron y llegaron a un acuerdo: Michael pondría en sus manos toda la información sobre su padre, archivos, fotografías, documentos, conversaciones.

Lo único que deseaba era conocer la verdadera historia de Winston, quien había muerto cuando era una adolescente. Morley dijo que sí con una condición: escribiría todo lo que descubriera. Michael Scott aceptó.

De acuerdo con la investigación de Morley, Winston Scott informó sobre la presencia de Lee Harvey Oswald en las embajadas de Cuba y la Unión Soviética en México, sólo seis semanas antes del asesinato de Dallas, pero altos oficiales de la CIA mintieron deliberadamente al informarle que no representaba peligro alguno.

La historia esencial del libro es, dice Morley, la forma en la que Scott ayudó a enterrar cualquier investigación sobre Oswald, no porque él fuera parte de una conspiración, sino a causa de la presión política: entendió que la Casa Blanca no estaba interesada en saber que había ocurrido.

CLAVES PRESIDENCIALES

La CIA tuvo en sus filas a dos mandatarios mexicanos y a un secretario de Gobernación; sus identidades secretas eran:

Adolfo López Mateos: “Litensor”.

Gustavo Díaz Ordaz: “Litempo-2”.

Luis Echeverría: “Litempo-8”.

Emilio Bolaños: “Litempo-1”.

Fuente: Jefferson Morley, en su libro ‘Nuestro hombre en México: Winston Scott y la historia oculta de la CIA’

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