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Cabezas frías

Sobreaviso

René Delgado

Puede no parecerlo, pero el país está escindido. El menor y el mayor asunto son motivos para buscar las diferencias y no las coincidencias y, si se puede, para hacerle ver al otro quién es quién en el juego de vencidas.

Ya ni se distinguen los asuntos mayores y menores. Valen lo mismo porque el punto no es resolver éste o aquel otro problema, sino –con el pretexto de atenderlo– asestarle un golpe al adversario. Lo mismo da si las campanas de la Catedral tocan más de lo debido, que si en dos años estamos importando petróleo; lo mismo da postergar una reforma, que levantar una demanda nomás porque me dijeron esto o aquello; lo mismo da sacrificar la educación, que debatir si se debería cobrar por patinar en hielo; lo mismo da si los bárbaros de Puebla y Oaxaca traen enmicado su certificado de impunidad, que el arrasamiento de los manglares por los hoteleros; lo mismo da que un grupo armado amenace con continuar su campaña de hostigamiento, que la Secretaría de Gobernación lance un comunicado diciéndole, épale, aquí no hay guerra sucia, pero no presente a los desaparecidos.

No importa cuál sea el asunto, cualquiera de ellos es bueno para marcar las diferencias aunque ello suponga convertir al país en un martirio.

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La confusión es tal que los actores asumen un rol diferente al que les toca y sus parlamentos frecuentemente son distintos a los del guión. La obra, entonces, se transforma en un performance sin ton ni son.

En esa esquizofrenia política la guerrilla pasa por dialoguista, los revolucionarios por conservadores, los centristas por indecisos, los conservadores por reformistas, los fascistas por demócratas, los intelectuales por porristas, los jerarcas eclesiales por dirigentes partidistas, los pederastas por sacerdotes o empresarios, los conductores de medios por jefes de campaña, el presidente de la República por brigadista, los legisladores por comparsas, los ministros por cómplices y los criminales por violentos seres fantasmales. Y todos quedan –o quedamos– como títeres con cabeza, sin saber que la confrontación mueve los hilos.

El espíritu de camorra es el alma del espectáculo de estos días, donde la confusión de los actores principales con los de reparto y los extras termina por provocar pleitos y contradicciones entre los mismos integrantes de la compañía. Paleros, llama Andrés Manuel a los diputados de su partido por apoyar la reforma electoral, producto en parte del propio reclamo de Andrés Manuel. Compañeros, llama Germán Martínez a los lugartenientes de Manuel Espino y los incorpora o ratifica en su equipo de trabajo. La chiquillada política convence a Andrés Manuel de que su balsa es un transatlántico insumergible. Y Beatriz Paredes decora la presidencia tricolor.

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En el desorden, los grandes intereses ven la oportunidad de echar abajo aquello que pueda lastimar su negocio.

Los grandes concesionarios y empresarios defienden los spots y la propaganda negativa como la más sublime manifestación de la libertad de expresión y a su campaña suman a quienes están mareados por la confusión. Los grandes hoteleros consiguen frenar la reforma de la ley ambiental, ofreciendo sembrar gardenias donde haya manglares; las grandes cigarreras paran la ley antitabaco en defensa de la garantía individual de aspirar y expeler humo donde sea; mientras los grandes monopolios extraen los dientes a la ley que, eventualmente, podría morderlos.

En este punto, algunos secretarios de Estado se reconocen mejor como secretarios del consorcio más próximo a su corazón. Y los gobernadores, ¡ah!, los gobernadores aprovechan la ocasión para declarar su autonomía siempre y cuando participen de los excedentes petroleros o para dejar en claro que no entienden muy bien cuál es su función. El de Jalisco asiste complacido a los actos de Gobierno, bendecidos por el cardenal Juan Sandoval; el de Nuevo León les desea feliz fin de año a los regiomontanos porque el año nuevo viene peor; el de Guanajuato pregunta por qué el despacho de Gobierno no está en la Catedral; el de Puebla le vive eternamente agradecido a Kamel Nacif por haberlo proyectado a la escena nacional; el de Oaxaca casi a punto está de iniciar su Gobierno; el de...

Todo mientras el presidente de la República considera que, ahora sí, se respira una atmósfera completamente distinta a la anterior.

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Molesta, desde luego, que en el desarrollo del performance tan bien montado haya quienes pretendan interrumpirlo con inaceptables necedades.

Son ganas de molestar eso de que el país pierde competitividad; que se importará petróleo en un par años, justo al momento de celebrar el Bicentenario de nuestra imbatible Independencia; que el FMI asegure que la flamante reforma fiscal nomás da para cinco años; que se guarda en secreto el acto principal del Bicentenario porque, de seguro, tratarán de boicotearlo; que los escolares andan muy mal en lectura y matemáticas, pero que la alianza con la profesora es imprescindible; que mejor ni se hable del nuevo aeropuerto, por aquello de que no se pueda; que la economía no pinta muy bien para el año entrante; que los migrantes mexicanos en Estados Unidos sufren una de las peores embestidas en aquel país; que…

Quienes tengan interés de hablar de eso, mejor busquen dónde hacerlo sin interrumpir el espectáculo político tan bien llevado y montado en estos días de desencuentro.

Por lo pronto, el tema es cómo presentar como un acierto el que ni para la designación de tres personas para ir al IFE se pongan de acuerdo los diputados. Veintiocho días no fueron suficientes como tampoco 491 aspirantes, pero lo bueno de eso es que hay materia para seguir con el espectáculo el año entrante... siempre y cuando los aspirantes mantengan arriba el espíritu de participación y acepten, con auténtico ánimo deportivo, el veto de éste o aquel otro partido.

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Por fortuna el calendario dicta el relajamiento de las actividades y, entonces, al menos parcialmente, caerá por unos días el telón del teatro político que más parece un espectáculo de lucha libre.

La oportunidad es buena para que grandes y pequeños actores, formales e informales, civiles y religiosos, poderosos y no tanto, opositores y en el Gobierno, intelectuales y periodistas, activistas sociales y privados, empresarios y trabajadores, principales y de reparto metan o metamos la cabeza en un balde agua fría. El país está escindido y no ha superado la polarización que se alentó hace ya varios años. Los cambios con mejora, los pequeños cambios con mejora que se han logrado, reportan un costo superior al de su renta y, en todos los casos, no se perfilan como la solución de fondo que exigen varios de los problemas que el país arrastra desde hace tiempo. Y hay cambios que ni siquiera se han ensayado.

Regresar a la actividad intensa el año entrante sin la cabeza fría y con la armadura puesta no va sino a prolongar el espectáculo que, de repetido, frustra la posibilidad de realizar un país mejor y distinto. Recibir el año nuevo con el mismo espíritu, sin reconocer lo común en las diferencias, es insistir en la idea de que el juego de la ruleta rusa es inofensivo.

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