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Más Allá de las Palabras / LA BENDICIÓN DEL ABUELO

Jacobo Zarzar Gidi

En el mes de marzo de este 2007, asistí en la ciudad de Tampico a una misa para dar gracias a Dios por los 50 años de matrimonio de una pareja a la que aprecio mucho. Al final de la misma, el sacerdote oficiante invitó al esposo festejado a que pasase al frente y diera su bendición a todos los nietos que tenía. Atentos a lo que estaba sucediendo, los niños permanecieron rodeando al abuelo al pie del altar. Para sus hijos y para todos los presentes, vivir ese momento espiritual de gran trascendencia, nos dio paz y nos hizo reflexionar en la importancia que tiene para los pequeños recibir la bendición de la persona de la cual proceden.

De esa manera, el abuelo bendijo a todos y cada uno de sus nietos para que el Señor de la Vida los conduzca por el buen camino, para que los proteja del mal cuando el demonio aceche sus almas, para que reconozcan a Jesucristo delante de los hombres y lo amen intensamente, para que vivan los valores morales y no se pierdan entre las vanas atracciones del mundo. Su bendición incluyó muchos aspectos importantes que por la edad que ahora tienen los pequeños no la pudieron entender, pero que en el futuro les será de gran ayuda. Pidió salud y larga vida para todos ellos, deseando que se realizaran sus planes lo mejor posible, y con seguridad sus peticiones abarcaron a los descendientes que tendrán los nietos en el futuro, porque también ellos necesitarán el impulso espiritual de la bendición que se dio en esos momentos.

Los abuelos tienen en la actualidad un papel muy importante por desempeñar. Ellos conservan un cúmulo de experiencias que enriquecen la mente de los pequeños. Sus valiosos consejos impiden que se repitan errores del pasado, y su seguridad hará que ellos pisen con pie firme cuando el mundo parece bambolearse. Son los abuelos quienes entregan un amor diferente, lleno de dulzura y esperanza a los nietos. Son ellos los que en una reunión familiar llaman la atención de los presentes cuando dicen en voz alta: “Les voy a contar lo que sucedió en aquel entonces...” y todos escuchan azorados, porque saben que el abuelo dirá algo interesante. De esa manera, quedan grabados en la memoria de los niños aquellos retazos de la historia familiar que les será muy útil en su vida futura.

Con sus palabras, el abuelo va sembrando una rica herencia espiritual que se transmitirá a las futuras generaciones. Les hablará de la honradez, de la importancia del trabajo, de la valentía, de la lealtad, de la nobleza y de la amistad, todo ello matizado con grandes anécdotas que enriquecerán la plática y hará que los nietos regresen entusiasmados el siguiente domingo. Mientras tanto, la abuela añade alegría a la conversación; les dirá palabras de cariño a los pequeños y los animará una y otra vez para que terminen cuanto antes los alimentos que ha servido en los platos.

Los abuelos se encuentran en la edad de la sabiduría, de la esperanza y de la mística. Si están conscientes de ello, disfrutarán cada momento porque saben que están viviendo instantes valiosos e irrepetibles. Ellos conservan en su corazón grandes tesoros que no pueden transferirse a otras personas: el tesoro de su experiencia en el arte de vivir, su desprendimiento, su positivismo, su humildad para pasar inadvertidos haciendo el bien, su sonrisa habitual, su terquedad para continuar haciendo proyectos, su interés por las noticias del mundo y su grandeza espiritual.

¡Qué hermoso es escuchar a una persona pronunciar la siguiente frase: “Como decía mi abuelo...”! En ese momento nos convencemos que el abuelo no ha muerto, porque sus nietos conservan en el corazón alguna frase que años atrás pronunció, y que al oírla, se enriquecieron con ella. ¡Y qué bonito cuando los pequeños llegan los domingos a casa de los abuelos y se dirigen de inmediato al viejo baúl que guarda los recuerdos de una época que ya transcurrió y que no volverá! Y qué podemos decir de esas fotografías antiguas que se convierten en un tesoro de valor incalculable porque en ellas aparecen rostros desconocidos de personas de otras épocas ante la mirada interrogante de los nietos. ¡Y pensar que cada uno de esos pequeños llevará algo del carácter y de la fisonomía del abuelo que transmitirá a sus descendientes!

La mejor herencia de los abuelos es sin lugar a dudas su ejemplo. Los nietos se dan cuenta si el abuelo ama a la abuela y si ha sido tierno con ella; si en la vida ha sido trabajador; si fue valiente como un guerrero para enfrentar los problemas que se fueron presentando; si ha tenido la audacia de luchar hasta el final, y si brindó esperanza a todos los suyos a pesar de los golpes que del mundo recibió. Se dan cuenta si tuvo temor a envejecer, si disfrutó cada una de las etapas de la vida por las que fue pasando, y si valoró su presencia en este mundo como lo mejor que le pudo acontecer.

El amor de los abuelos es amor agradecido, comprensivo y poco exigente. En verdad son contadas las ocasiones en que piden algo para ellos. Su preocupación por la familia es tan completa que no les permite angustiarse por sí mismos. Les agrada caminar de la mano de sus nietos -a pesar de sus rodillas enfermas y sus pies cansados, y llevarlos al jardín para contarles un cuento, hacerles trucos de magia, o relatarles una anécdota que aconteció muchos años atrás. A la sombra de una higuera centenaria les pregunta cuál es el nombre de tal o cual árbol y el color de las flores que embellecen el paisaje, les habla del viento, de las nubes, de la lluvia y del granizo. Sabe escucharlos y contestar sus preguntas, y de inmediato se convierte en un refugio de amor y tranquilidad entre las prisas y la superficialidad del momento actual. Con su forma especial de tratarlos, les hace sentir a cada uno de ellos que son sus consentidos, a pesar de quererlos a todos por igual.

Así son los abuelos, que al caer la tarde se quedan otra vez solos repasando mentalmente cada uno de los años que transcurrieron con tanta prisa y cosechando en el interior de su corazón todo lo que han venido sembrando. Se quedan pensativos, rodeados por sus valiosos recuerdos. En silencio dan una vez más gracias a Dios por el don de la vida, por la fe que los sostiene y la esperanza que no los deja claudicar.

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