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Los propósitos de la educación

Rolando Cruz García

La educación enfrenta ahora, uno de los debates más importantes de su historia al discutirse si es el mejor medio para la formación y el desarrollo del ser humano, ya que en la actualidad se plantea si la escuela es en realidad una promesa incumplida, ya que a nadie asegura que al terminarla obtendrá un buen empleo y bien remunerado, además de no poder ofrecer una calidad de vida digna y adecuada; cada vez menos una licenciatura te asegura nada.

Cifras contundentes señalan que menos del 30 % de los egresados de universidades e instituciones de educación superior logra colocarse en áreas afines a su carrera, cerca de un 25% de los mismos se encuentra subempleado, es decir que desarrollan una actividad diferente y menos remunerada a lo que estudiaron y un alarmante 45 % de los egresados de licenciatura se encuentra desempleado o en la economía informal.

Ante esta realidad alguna vez nos hemos preguntado ¿Qué significa la educación? ¿Por qué vamos a la escuela? ¿Por qué aprendemos múltiples materias? Aprobamos exámenes y competimos por las mejores calificaciones. Se nos prepara para resolver exámenes y posteriormente ¿Obtener un empleo? ¿Para comprender el proceso de la vida? ¿Cuáles son los verdaderos propósitos?

Es necesario tener un trabajo y ganarse la propia subsistencia; si aceptamos que a las personas con estudios les es sumamente difícil, sin dichos estudios se antoja imposible; pero ¿se nos educa solamente para eso? Por cierto que hemos constatado que la vida no es tan sólo un empleo, una ocupación; la vida es algo extraordinariamente amplio, complejo y profundo, es un gran misterio.

Si nos preparamos tan sólo para subsistir, perdemos el verdadero sentido de la vida y comprenderla es mucho más importante que pasar exámenes y volvernos diestros en matemáticas, en física o en lo que fuere.

Tanto si somos maestros como si somos estudiantes debemos preguntarnos ¿cuál es el sentido de ir a la escuela?, no sólo es todo lo que podemos lograr con los conocimientos y destrezas, hay que ir más allá, si estamos de acuerdo en que dichos saberes no nos aseguran nada; hay que desarrollar otras habilidades que nos permitan enfrentar el mundo, desarrollar nuestra inteligencia hacia la creatividad, el ser emprendedores, generar a partir de todo ello el autoempleo, ver el mundo que todos ven y pensar y crear lo que nadie había pensado.

Son importantes las calificaciones, sólo en la medida que nos permiten saber más y conocer y comprender todo lo que subyace a ellas, sus sutilezas. Dichas sutilezas referidas a lograr expresar en todo nuestro proceso formativo las sensaciones, los sentimientos y las emociones, pilares del desarrollo humano.

Generalmente nos preparamos para entender sólo un pequeño rincón de nuestra formación; lograr las mejores calificaciones nos permitirá encontrar un empleo, casarnos, tener hijos y después nos iremos volviendo más y más aislados, más parecidos a las máquinas, pero seguiremos siendo temerosos, ansiosos y asustados de la vida.

Ciertamente la educación no tiene sentido a menos que nos ayude a comprender la vasta extensión de la vida con todas sus sutilezas, con sus dolores y sus alegrías y con su extraordinaria belleza.

Podemos lograr títulos académicos, podemos tener una serie de siglas antes de nuestro nombre y podemos obtener un puesto muy bueno; pero y después ¿qué?

Cualquier forma de ambición, espiritual o mundana, engendra ansiedad y temor por lo que la ambición no ayuda a producir una mente clara, sencilla, directa y en consecuencia, inteligente.

El propósito de la educación no sólo es ayudar a los alumnos a que se ajusten al patrón de este orden social, su función es la de darles completa libertad para crecer y crear una sociedad diferente, libertad que les permita descubrir aquello que es valioso y verdadero, para que lleguen a ser inteligentes y tengan la capacidad de enfrentarse al mundo y comprenderlo, no simplemente ajustarse a él. No hay duda entonces que la meta es la de erradicar, tanto interna como externamente, ese miedo que destruye el pensamiento humano, es encontrar la relación humana, el amor, lo valioso de ser humano.

Cuando uno piensa como ser humano total, tratando de resolver el problema de la existencia misma, no podrá resolverlo a menos que se rebele contra el instinto adquisitivo en que se basa la sociedad, cuando uno mismo no es ambicioso ni codicioso, ni se aferra a la propia seguridad, sólo entonces puede responder al reto y crear un mundo nuevo.

Según Krishnamurti (España, 1992), el rebelarse, el aprender y el amar son procesos no separados, unitarios, que sólo puede entender un hombre que no tiene miedo, que en verdad se rebela, que se empeña en descubrir qué significa aprender, compartir, amar. Ya que cuando uno está aprendiendo, lo hace a lo largo de toda la vida, en donde no hay un maestro especial de quién aprender y es entonces que todo es enseñanza para uno, la vida misma es nuestro gran maestro.

Bajo estas perspectivas nos queda la reflexión de entender que lo que hacemos ahora en la escuela, no es que esté mal, simplemente está incompleto.

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