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Gobernadores (17 y final) Humberto Moreira

Hora cero

Roberto Orozco Melo

Mal que bien hemos llegado al último capítulo en la reseña de las luchas sexenales por el Gobierno Estatal. Empezamos con don Nazario Ortiz Garza y finalmente podremos comentar algo que los coahuilenses ya conocen: cómo fue el arribo del profesor Humberto Moreira Valdés al cargo de Jefe del Poder Ejecutivo del Estado de Coahuila.

Desde la declaración de independencia en el Siglo XIX hasta el último año del Siglo XX las elecciones “democráticas” fueron una pura ficción en la República y en los estados. Imperaba la decisión del hombre fuerte al mando, ya fuera presidente, emperador o dictador y no sólo por las facultades constitucionales expresas, si las había o las bien aderezadas leyes secundarias, sino por la fuerza de un poder político autocrático. Esto dejó de ser norma obligada en 1999, así que el proceso electoral coahuilense de 2006 devino complejo e impredecible. La democracia electoral ya estaba en poder de la ciudadanía, junto al voto.

En el recién inaugurado equipo de Enrique Martínez y Martínez se manejaron desde un principio los nombres de tres funcionarios de primera línea como virtuales aspirantes a suceder a su entonces jefe: eran Raúl Sifuentes Guerrero, secretario de Gobierno; Humberto Moreira Valdés, secretario de Educación y Javier Guerrero González, secretario de Finanzas. Igualmente anhelaban ocupar el Palacio Rosa los legisladores Jesús María Ramón Valdés, Alejandro Gutiérrez y Óscar Pimentel González.

La gente creyó en esa múltiple especulación y también los propios interesados. Era divertido observar cada paso de cada aspirante, cada designación de funcionarios ejecutivos, cada movimiento de plazas burocráticas bajo su control era tomado por la prensa como movimientos estratégicos para la consolidación de cada candidatura: todo parecía tener una implicación política.

Cerca ya de la fecha en que el PRI debería convocar al proceso electoral interno el gobernador del Estado habló con los funcionarios y legisladores interesados. Parece ser, sin embargo, que dos de sus tres secretarios estaban demasiado entusiasmados con la oportunidad de ser candidatos y cuando hubo un intento de obtener un candidato de unidad, los cinco participantes –ya se había retirado Pimentel— querían ser ese candidato: nadie reculaba.

A quienes tenían experiencia previa en este tipo de decisiones políticas les pareció riesgoso que el gobernador Martínez hubiera llegado a las vísperas de la definición de un candidato con tantos ases en la mano. Por otra parte había cierta malicia cuando los allegados al licenciado Sifuentes proclamaban que el gobernador estaba muy comprometido con éste. O con Moreira. O con Guerrero. O con Jesús María. O con Gutiérrez.

Se decía en ciertos medios que el secretario de Gobierno era el precandidato con mayores posibilidades y que el licenciado Sifuentes y sus colaboradores ya celebraban con aires de triunfo. A la hora de la verdad el sempetrino perdería la cabeza y la oportunidad de participar en la elección interna por exigencias estatutarias del PRI –los famosos candados— que pensaba no le eran aplicables. Luego en la elección constitucional cometería el error de buscar el apoyo de un partido sin fuerza política en Coahuila, el PRD. Además el aire de belicosidad manifiesto en declaraciones y movimientos parecía ingrato en quien estuvo cinco años y medio como contralor de la política en Coahuila.

Como secretario de Educación el profesor Moreira había recorrido varias veces la geografía coahuilense para atender los problemas de su competencia. Como alcalde de Saltillo se acercó con obras necesarias y urgentes a los habitantes de las colonias marginadas. Se le acusaba de ser poco cuidadoso de las formas políticas, pero su personalidad y resultados laborales le acarreaban simpatías a cada minuto en la sociedad: nunca cambió su laxo comportamiento, natural y amigable; en reuniones informales o cuando habían concluido los discursos, si algún conjunto ejecutaba una cumbia y alguna asistente lo invitaba a bailar lo hacía con gusto. Bromeaba con la concurrencia y al final del mitin atendía comisiones sobre asuntos educativos o de competencia municipal.

Quienes en ese tiempo pudieron platicar con él sobre los problemas de Coahuila supieron que los conocía y tenía planes muy claros para el Gobierno. Su entusiasmo y juventud arrasaban. Además Humberto Moreira había sido un operador clave en la elección de Martínez y Martínez, así que dominaba la teoría y la práctica.

Javier Guerrero González, por su parte, se esmeraba en consolidar planes y grupos afines, al margen de su desempeño oficial como secretario de Finanzas. En la comarca lagunera Javier era bien visto en diversos sectores. Se conocía su relación política con el grupo de Beatriz Paredes, quien finalmente alcanzó la presidencia nacional del PRI. Igual con la dirigencia del sector campesino; pero Guerrero mantuvo claro su origen y pertenencia política. Perdió la elección interna, pero logró conservar la amistad con el triunfador Humberto Moreira y ganó la diputación federal. Jesús María Ramón Valdés, por su parte, había afilado su colmillo en varios frustrados intentos de llegar al Gobierno, si bien actuaba con el serio pragmatismo heredado de su padre y ello le sirvió para conservar un respetable sitio como factor político en la entidad, que se refrendó en 2006. Alejandro Gutiérrez insistió en aspirar a la gubernatura –ya lo había hecho fallidamente en 1999— pero quizá pensó que a la gubernatura podía llegar por medio de relaciones políticas en la capital del país y se olvidó de los que votan. Óscar Pimentel González fue más sensato: le tanteó el agua a los camotes y se retiró a tiempo sin sufrir chipotes ni derramar lágrimas.

Pronto cumplirá Moreira dos años de Gobierno; su aceptación en la sociedad arroja buenos índices y las obras públicas marchan a tiempo donde la autoridad municipal no les pone dificultades. Esperamos que así siga.

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