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Cinecrítica

Max Rivera II

Los reyes de las Olas: mejor dejarse llevar

Antes de comentarle Reyes de las Olas, quiero agradecerle a Francisco Amparán que se acordara de mi papá en su cometario del domingo anterior sobre los cineclubes. Coincidió su mención con que el jueves pasado el Archivo Municipal de Torreón puso disponibles al público una serie de grabaciones realizadas entre 1990 y 1992, durante los coloquios de informantes para la historia oral de Torreón. En aquellos años, mi jefe participó en la mesa sobre el cine en la ciudad. Luego que terminó el evento de presentación, nos acercamos a la mesa donde estaban las grabaciones a la venta en CD y descubrimos con tristeza (y bueno, también orgullo) que los discos con la participación de mi papá se habían vendido todos. Según nos comentó Jorge Rodríguez, el director del Archivo (a quién mi familia agradece la invitación y aplaude la iniciativa), las grabaciones estarán disponibles en el edificio de la calle Acuña 140 sur.

Los Reyes de las Olas es una película divertida, bien intencionada y con muchos elementos rescatables, pero para su mala fortuna, coincide en la cartelera con dos auténticos tiburones. Ratatouille y Los Simpson, desde sus muy diferentes ángulos, forman las pendientes de un océano muy profundo, en el que las tablitas de Reyes de las Olas flotan con incomodidad. Aunque por otro lado, el no pretender la seriedad política de Happy Feet, sino por el contrario, abrazar la despreocupación como filosofía, le da a la cinta una simpática boyancia.

La comedia animada de antropomorfismos en el reino animal y referencias pop, filón del que ya hemos reunido suficientes malos ejemplos, recibe con Reyes de las Olas un tratamiento refrescante, gracias a la incorporación de dos elementos novedosos: primero, el estilo de seudo-documental / reality show, con todo y entrevistas y cámaras al hombro. Y segundo… ¿cómo decírselo sin asustarlo? …la moral desenfadada y mariguanera de los surfistas.

Dudo que los niños lo noten, pero algunos de los personajes más graciosos de la película están visiblemente afectados por el uso de alguna droga blanda, detalle muy apropiado dado el tema: pingüinos de todo el mundo se reúnen en una playa hawaiana para la competencia de surf animal más importante del mundo. Ahí llega el novato Cody Maverick, que como el Remy de Rattatouille, busca trascender sus orígenes y destacarse en una disciplina que su familia desprecia. Pero la moraleja es completamente opuesta a la de Ratatouille. Mientras la rata chef busca superarse mediante la exigencia creciente y el trabajo duro, los pingüinos surfistas descubren que el verdadero éxito reside en despreciar la competencia, relajarse con los cuates y dejarse llevar por las olas. Es la epifanía artística contra el nirvana sensual.

En lo personal, prefiero la primera, pero la segunda es un excelente plan B. Reyes de las Olas, con sus bellísimas playas imaginarias de aguas impolutas es, más que nada, una apología del hakuna matata. Una curiosa defensa del ideal del surf (y de su hijo urbano el skate), que luego de desnudarse de pretensiones deportivas y aspiraciones ecologistas queda como lo que es: una deliciosa mistificación de la hueva.

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