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El estilo personal

Sobreaviso

René Delgado

Al arranque del Gobierno, el presidente Felipe Calderón estableció que la permanencia de los miembros del Gabinete quedaría sujeta a la evaluación de su desempeño. Pues bien, en puerta está el primer Informe de Gobierno y la ocasión es buena para hacer ese balance como también para que el mandatario se autoevalúe y establezca, entonces, el estilo personal de Gobierno.

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Si bien fue un acierto revalorar la disciplina del silencio en el trabajo después del espectáculo ofrecido Vicente Fox y su gabinete, no estaría demás ponderar ahora si la única voz del Gobierno puede seguir siendo la del presidente de la República.

Tal fue el abuso de la palabra durante el sexenio pasado que el mandatario decía, el secretario contradecía y el portavoz interpretaba. Es de agradecer entonces haber acabado con aquel concurso de disparates que se resumía en la demagogia. Ahora, sin embargo, se está pasando al otro extremo. Falta información.

El mandatario aparece como la única voz del Gobierno, como el único interlocutor válido, como el responsable último y primero de cuanto se hace y por esa vía, cualquier resbalón recaerá directo sobre él. De acuerdo con fuentes de la propia Presidencia de la República aquella medida disciplinaria tenía por límite la presentación del Plan Nacional de Desarrollo pero, por lo visto, los secretarios enmudecieron.

Algunos secretarios tienen pánico escénico y ni su nombre pronuncian completo. Otros ni siquiera saben dónde está el escenario. Algunos más se sienten más seguros en la penumbra. Curiosamente, los únicos secretarios que aparecen, con cierta regularidad, son quienes tienen su origen en el priismo. Se trata de Agustín Carstens, Luis Téllez y Javier Lozano. Un trío al que últimamente se agrega sin traer muy marcado el sello tricolor ni muy desarrollada la oratoria el secretario Genaro García Luna.

La única panista que aparece de vez en vez es la secretaria Josefina Vázquez pero, apenas surge, regresa al rincón donde la tiene la lideresa magisterial, Elba Esther Gordillo. El resto de los secretarios son algo menos que una pálida sombra.

Una voz sin coro en el Gobierno es una voz sola, desamparada. En el terreno de la comunicación y de la presencia del Gobierno como tal, como equipo y conjunto, tendría que reparar el presidente Calderón antes que, de repetida, su voz canse o pierda autoridad.

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El problema de la voz y la comunicación del Gobierno es, en todo caso, lo de menos. Lo cierto es que a casi ocho meses del arranque del sexenio, no se le ve el perfil al Gobierno. Y no se le ve, probablemente, por dos razones: hay secretarios que no tienen la talla ni el peso para el cargo y hay otros a los que el propio mandatario les complica su desarrollo.

En el primer caso está el secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña. Su ausencia es notoria. Al inicio del Gobierno se decía que el jalisciense se guardaba por la disciplina, por la naturaleza del cargo, porque su imagen de dureza recomendaba discreción y por cuidar la ambición que lo anima. La realidad es que al secretario Ramírez Acuña ni se le ve ni se le oye… ni se le siente.

Cuando se pregunta a gobernadores, dirigentes partidistas, funcionarios del mismo Gobierno, presidentes de órganos autónomos o periodistas cómo ven, qué tanto ven, cuál es su trato con el secretario de Gobernación, el silencio, la sonrisa o la vaguedad de la respuesta deja entrever que lo tratan poco o peor aún, que no tienen mayor relación con el responsable de la política interior.

Lo más curioso es que la introversión del secretario Ramírez Acuña en la escala nacional es extroversión en su patria chica. A los políticos y actores de la escena jalisciense no deja de recordarles que él es secretario de Gobernación y que no deben perder eso de vista.

En todo caso, lo relevante del asunto es que en un sexenio marcado por la dificultad política al responsable de ella se le tenga por ausente.

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En el segundo caso, está la secretaria de Educación Pública, Josefina Vázquez Mota.

La funcionaria llegó de rebote al puesto. Se le mencionó para Gobernación, para Relaciones Exteriores y de pronto, sin el beneplácito de la lideresa del magisterio, Elba Esther Gordillo, cuyo poderío se ha dejado crecer como una enredadera durante los últimos siete años, Josefina Vázquez Mota apareció en la Secretaría de Educación Pública.

Si el propio protagonismo de Josefina Vázquez Mota dificultó su inserción en el campo de la política educativa, no menos lo complicó el manifiesto compromiso que el mandatario tiene con Elba Esther Gordillo. Ocupar el despacho de la Secretaría de Educación teniendo enfrente a un gremio tan poderoso como el magisterial no es algo sencillo y menos lo es si el presidente de la República le dispensa un trato privilegiado a la dirigente de ese gremio.

Elba Esther Gordillo tiene bien claro el asunto. Si su trato es directo con el presidente de la República, ¿por qué rayos tomar en cuenta a Josefina Vázquez Mota? Sea por los compromisos que Felipe Calderón adquirió durante la campaña con la profesora, el hecho es que Elba Esther Gordillo tiene a Josefina Vázquez Mota como secretaria... pero no de Estado.

No puede ser de otro modo, si el mandatario recibe y atiende un día sí y otro también a Elba Esther Gordillo, quien ocupe el despacho de Educación está nulificado. ¿Por qué tendría que considerarla la lideresa magisterial si su interlocutor directo es el jefe del Ejecutivo?

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Más allá de esos dos casos, a un mes y días de que el mandatario informe del estado que guarda su Administración es menester reflexionar sobre una cuestión central: el estilo personal de gobernar.

Modelar ese estilo exige contar con el equipo adecuado y con base en él, administrar con extremo cuidado la investidura presidencial. Si el presidente Calderón tomó ya la decisión de encabezar un Gobierno que lleve por sello la prevalencia de su figura como aquella que concentra sin matices la voz y el bastón de mando, no puede perder de vista un riesgo: cualquier error, grande o chico, pasará invariablemente a su cuenta.

Asumir el mando directo del Cuerpo Especial del Ejército y la Fuerza Aérea para el combate al crimen y el restablecimiento del orden, presentarse como el único interlocutor con capacidad de tomar decisiones, encabezar directamente las negociaciones con los partidos y las fracciones parlamentarias, liderar las puyas contra el perredismo y apoyar la coordinación del Gabinete en el jefe de su oficina puede parecer, en una primera impresión, la decisión de un político arrojado. Pero, en una segunda impresión, deja ver el riesgo de prescindir de los fusibles y los amortiguadores que todo jefe de Estado debe tener para contar con él justo cuando se necesite y tener, entonces, garantizado el resultado de su intervención.

A lo mejor lo visto hasta ahora es, precisamente, el estilo personal del presidente Calderón pero si, en realidad, esa forma de ejercer el poder es consecuencia de la circunstancia en la que lo asumió, es hora de hacer los ajustes necesarios y modelar ese estilo personal.

Es hora de modular la voz, revisar el coro, estudiar la partitura y determinar si se tiene la orquesta para estampar el sello del concierto… o del desconcierto del Gobierno.

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