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‘Sé que alguien va a dudar antes de sentarse junto a mí’

El negro subsahariano sufre mucho más que el inmigrante blanquirrubio de Polonia, Rumania o Bulgaria, generalmente aceptado en España. (Archivo)

El negro subsahariano sufre mucho más que el inmigrante blanquirrubio de Polonia, Rumania o Bulgaria, generalmente aceptado en España. (Archivo)

EL PAÍS

El racismo de baja intensidad contra inmigrantes africanos y latinoamericanos apenas llega a los juzgados españoles, pero humilla a sus víctimas, que no lo suelen denunciar por temor.

Los vecinos españoles de la joven ecuatoriana nunca ocultaron su desprecio hacia la inmigrante morena y pobre. María, de 35 años, era cortés: les saludaba en el portal y en el ascensor: “Buenos días”, “buenas tardes”, pero el matrimonio español, nada: parcos y silencio.

El día de la peor afrenta, la pareja salía de viaje. Colocaron las maletas en el ascensor y fueron por otros bultos, pero, al observar a la ecuatoriana cerca, volvieron sobre sus pasos y retiraron las maletas. “Uno no se puede fiar de esta gente”, comentó el marido en voz alta. “Cualquier cosa puede esperarse de ellos”, asintió su mujer. “No les dije nada. Tenía que haberle dicho algo. No soy una ladrona”, recuerda María.

Aunque se cambió de piso, no puede olvidar aquella humillación, una ofensa sin apenas espacio en el Código Penal y casi invisible estadísticamente, pero obviamente frecuente: es el racismo de baja intensidad.

El viernes de las copas y del disgustazo, M. P., de 19 años, argelino, de tez cobriza, entabló amistad con dos jóvenes españoles, estudiantes de Derecho. Tras una moderada ingesta de licor en bares de La Latina, un barrio de Madrid, el trío decidió irse de discotecas. El portero de la primera les escrutó a fondo: “Vosotros dos (los españoles), adelante; el morete, no”. ¿Y eso? “He dicho que vosotros sí y el otro no. ¿Está claro?”. Más claro que el agua: racismo puro. “Nos echó a perder la noche. El chico argelino nos dijo que no era la primera vez que le ocurría cosas de ésas”.

Virginia Álvarez, responsable de Política Interior y Derechos Humanos de la sección española de Amnistía Internacional (AI), admite que numerosos sin papeles no protestan y menos denuncian judicialmente, por miedo a la expulsión. “Y lo primero que te encuentras entonces es la falta de datos. Y en España, contrariamente a otros países, no se recogen datos”, agrega.

PREJUICIOS RACIALES

La xenofobia y los prejuicios raciales hacia la coloración oscura de la piel y ciertos rasgos morfológicos constituyen en España un fenómeno de manifestaciones diversas y ultrajes a veces imperceptibles: la subestimación no siempre es violenta. El negro subsahariano sufre mucho más que el inmigrante blanquirrubio de Polonia, Rumania o Bulgaria, generalmente aceptado.

“Cuando me siento en el Metro, sé que alguien va a dudar si se sienta junto a mí”, dice O. M., de 30 años, senegalés. “Suelen irse a otros asientos, aunque les queden más lejos. Incluso algunas señoras prefieren quedarse de pie”.

Elena, de 28 años, una belleza rumana de ojos verdes sin problemas de discriminación, certifica el apartheid de un africano: “Durante varios días de coincidir en la línea 5, noté su incomodidad cuando estaba sentado. Finalmente optó por no sentarse, aunque podía hacerlo”.

Pilar, peruana, de 42 años, recuerda que un día lo hizo junto a una señora española, en un autobús de transporte urbano. “Bruscamente, cambió de mano el bolso como si fuera a robárselo. Me sentí muy mal”.

Juan Díez Nicolás, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, presidente de ASEP (Análisis Sociológicos, Económicos y Políticos), autor del libro Las dos caras de la inmigración, sostiene que el grado de racismo y xenofobia de los españoles depende, fundamentalmente, de cuatro variables: la edad, el nivel educativo, la ideología y la orientación hacia los nuevos valores culturales de expresión y emancipación. “En cualquier caso”, añade, “la comparación con otras sociedades europeas sigue siendo favorable a España, pues los casos de violencia hacia los inmigrantes son significativamente inferiores en España”.

RECHAZAN CONVIVENCIA

El Informe Anual 2007 sobre el racismo en el Estado español, publicado este mes por SOS Racismo, constata que “no parecen disminuir en la sociedad española los casos de rechazo a la convivencia con los colectivos de personas inmigradas”.

La Organización No Gubernamental registró quejas vecinales contra la presencia de extranjeros en las calles, insultos, agresiones y amenazas racistas contra inmigrantes sólo por “no ser del lugar”.

La visualización de las filas de inmigrantes ante las oficinas de extranjería, la masiva petición de documentación por parte de la Policía, la situación de precariedad de los ilegales con orden de expulsión, que deambulan por las calles y la aglomeración de inmigrantes en pisos insalubres ayudan poco al cambio de percepción.

“Más allá de ser situaciones vergonzosas en una sociedad que se erige como respetuosa de los derechos humanos, proyecta en el ciudadano de a pie una visión problemática de la inmigración”, destaca Belén Sánchez, socióloga de SOS Racismo.

La principal conclusión del último sondeo del Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia, dependiente de la Secretaría de Estado de Inmigración y Emigración, con una muestra de dos mil 400 personas, es, sin embargo, más optimista: el 65 por ciento de los españoles valora positivamente la presencia de personas de origen racial, religión y cultura diferentes.

La mayoría apenas tiene contacto con los inmigrantes, pero el 13 por ciento español que tarda en ser atendido por la sanidad pública porque los inmigrantes le preceden en la lista de espera suele desarrollar una hostilidad larvada.

CITAN CASOS

La animosidad o incluso la inquina, aparecen en los ámbitos del empleo, la vivienda, la escuela o las relaciones sociales. Ocurre pese a que la legislación española invirtió la carga de la prueba, y quien no quiera contratar o alquilar deberá demostrar que no lo hace por racismo.

“¿Cuántas personas quiere que le presente para que le cuenten sus casos? Aunque la sociedad española ha ido madurando, todavía hay muchísimas personas discriminadas”, indica Santiago Morales, presidente de la Federación Nacional de Asociaciones de Ecuatorianos (Fenadee).

“¡Eh!, negro de m..., te estoy llamando a ti”. El “negro de m...” es un ciudadano de Malí, albañil, al que le hicieron la vida imposible en una obra de Madrid. Finalmente fue despedido.

Sin llegar a esa brutalidad en el trato, Luis, de 46 años, boliviano, encajó un desprecio más sibilino durante su visita a varios comercios. “Ves cómo un empleado te sigue por los pasillos porque sospechan que no tienes dinero y puedes robar. Es muy duro que te vean así”.

Los provocadores se toparon con un inmigrante físicamente fuerte, universitario, orgulloso, nada dispuesto a la abdicación. “En un aula unos compañeros españoles me pusieron una zancadilla para burlarse y quien lo hizo también acabó en el suelo. Oye, en tu país no existen microondas ¿verdad?”, me decían”, explica el ecuatoriano Esteban, de 28 años, pequeño y moreno.

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