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A L E C O / FELICIDADES

Dr. Raúl Domínguez González

En ocasión tan memorable como ésta, es menester abordar el tema de una inmensa personalidad:

LA MADRE.

Durante la mayor parte de nuestra vida, enfáticamente hemos sostenido la tesis de que la Obra Suprema, la Ópera Prima de la Creación es la Mujer, con todas sus virtudes que son muchas, con algunos humanos defectos que son muy pocos. La grandeza humana de la mujer, invade los linderos de lo divino al convertirse en madre; entre ellas destaco la mía propia, quien me puso en la senda de este mundo, principio y fin de mi vida.

La otra madre es aquella mujer a quien entregué mis más caros anhelos e ilusiones y me los devolvió convertidos en buenos y bellos hijos, a ambas mujeres jamás podré agradecerles lo suficiente, sus grandes ejemplos de amor y de vida que me brindan. Reciban nuestro amor y respeto todas las madres que han sido y las que lo irán a ser.

En nuestro querido México, tierra de machos, en donde con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley... la realidad auténtica es que estamos regidos por un sutil matriarcado, en el cual por encima de todo obviamente está la figura materna.

Para afirmar esta teoría diremos que la máxima verdad de un mexicano es ¡te lo juro por mi madre!; otra expresión popular dice ¡esto está a toda madre!; una frase convincente de amor es decirle a una dama; ¡Te quiero más que a mi madre!; en contraparte la mayor ofensa que proferimos a un semejante es mentarle la madre. Destaquemos con estos ejemplos la importancia de ese ser en nuestra idiosincrasia.

Hablábamos del matriarcado que veladamente ejercen las mujeres, pues bien, ese discreto poder que ellas tienen, que debiera ser utilizado en su propio beneficio, realmente lo utilizan para darles una dosis adicional de protección y ternura a todos sus hijos; buenos o malos, guapos o feos, listos o tontos, gordos o flacos; a causa de ello es preciso recordar ese viejo proverbio que dice: “Una madre es para mil hijos; mil hijos no son para una madre”. Para concluir esta ocasión con tan emotivo tema, hacemos un modesto homenaje al más grande de los seres, brindándoles la hermosa y dramática letra de una milonga compuesta por quien amó profundamente a su madre: Don Carlos Gardel.

Con los amigos que el oro me produjo,

pasaba con afán las horas yo

y de mi bolsa al poderoso influjo,

todos gozaban del esplendente lujo,

pero mi madre no.

Pobre madre, yo de ella me olvidaba,

cuando en brazos del vicio me dormí,

un inmenso cortejo me rodeaba,

a nadie mi afecto le faltaba,

pero a mi madre sí.

Soy un moribundo, en lágrimas deshecho,

exclamo con dolor todo acabó

y al ver que gime mi angustiado pecho,

todos se alejan de mi humilde lecho,

pero mi madre no.

Y cerca ya del último suspiro,

nadie se acuerda por mi mal de mí,

la vista entorno de mi pecho giro

y en mi triste alrededor a nadie miro

pero a mi madre sí.

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